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La tierra prometida tendrá que esperar
"El problema de Medio Oriente es que Israel es un estado racista". Con el teatro lleno, la frase es recibida sin ovaciones ni silbidos. Después de todo, Portugal es "un país de suaves costumbres". Acá nunca gritan mucho, ni a favor ni en contra. Ilan Pappé, historiador israelí autoexiliado en Inglaterra por ser crítico de su país, acaba la exposición y da comienzo la ronda de preguntas. Levanto la mano antes que nadie e inquiero si hay algún estado de Medio Oriente que no sea racista. Su respuesta ensordece a un auditorio que ya estaba callado: "ése no es el problema".
El problema no es el racismo. El problema es Israel. Entendido.
El 29 de noviembre de 1947, la asamblea general de las Naciones Unidas decidió la partición del territorio llamado Palestina por 33 votos contra 13. Hubo 10 abstenciones, entre ellas la argentina. El proyecto preveía la formación de dos estados, uno árabe y otro judío, e internacionalizaba la ciudad de Jerusalén. A regañadientes, los judíos aceptaron la mitad de lo que consideraban propio. Exitistas, los árabes fueron por todo. No les salió tan mal: Egipto y Jordania se repartieron los restos del nonato estado palestino, incluyendo media Jerusalén. Israel se quedó con el resto.
En guerras subsiguientes, Israel absorbió al resto de Palestina más la yapa: el Sinaí egipcio y el Golán sirio. Tampoco se privó de bombardear reactores nucleares en Irak y Siria. Pero el costo fue alto. Rechazado por el vecindario, Israel se ve obligado a participar en las eliminatorias mundialistas europeas. Otra fatídica consecuencia de la mala vecindad incluye su participación en Eurovisión, la competencia artística más kitsch del sistema solar que se realiza cada año en el país del vencedor anterior. Como este año, en Lisboa, ganó la israelí Netta Barzilai, en 2019 la competencia se realizará en Jerusalén. O no. Habrá que consultar a la AFA.
El pasado 14 de mayo se celebró el 70 aniversario del estado de Israel, y Donald Trump, como regalo, le mandó una embajada. Este gesto fue mal visto por los palestinos, divididos entre los bantustanes de Cisjordania y la enorme prisión al aire libre de Gaza. Las condiciones de vida del pueblo palestino son catastróficas, sobre todo en Gaza. Ahí sufren el bloqueo tripartito de Israel, Egipto y la comunidad internacional, que grita solidaridad pero no se atreve a navegar hasta sus playas para llevarles ayuda humanitaria o permitirles entrar y salir. Es más fácil culpar a Israel. Benjamín Netanyahu da todo de sí para merecerlo.
El partido de la selección argentina en Jerusalén estuvo, como corresponde, pensado con los pies. Que la diplomacia argentina no haya encendido luces de alerta es un alivio: significa que la AFA está bien acompañada en su incompetencia. La erosión del soft power argentino, ese recurso intangible basado en la atracción en vez de la coacción, amenazaba alcanzar honduras nunca anticipadas. Israel tiene derecho a existir; Palestina también. El conflicto está en carne viva, y la sensibilidad de Messi acabó salvando a los zapatos que desgobiernan el fútbol nacional.
Por suerte en una semana empieza el mundial y se acaban los cuestionamientos políticos. Rusia, una democracia ejemplar donde los homosexuales no son perseguidos ni los desertores envenenados, nos espera con los brazos abiertos.
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