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La tensión política y las dudas en Real Madrid preceden el clásico contra Barcelona
Cada clásico del fútbol español es un mundo, y éste que viene es un mundo imprevisto. El próximo sábado volverán a medirse Real Madrid y Barça, dos colosos por sí mismos y por necesidad. Sin el otro, quedarían huérfanos. Se parecen en lo grandioso de su impacto futbolístico y social. Se diferencian en todo lo demás.
Ahora que se habla del conflicto político catalán y de la aspiración independentista de una considerable parte de su sociedad, la idea de una Liga sin el Barça resulta inquietante para todos. Para el Barça, porque su espacio se limitaría a los estrechos márgenes de Catalunya. Para la Liga, porque se rebajaría notablemente su valor en el mercado. Para el Madrid, porque la ausencia de su gran rival le devaluaría en el capítulo futbolístico y en el económico.
Dos días antes del clásico se celebrarán las elecciones en Cataluña, en medio de un clima desconocido en la España postfranquista. El gobierno catalán fue destituido tras la promulgación de un artículo de la Constitución española que permite la intervención del Estado, varios de sus ministros están encarcelados y el presidente de la Generalitat ha huido a Bruselas. Allí ha anunciado su presentación como primer candidato de la agrupación Junts por el sí (Juntos por el sí a la independencia). Enfrente, tres grandes formaciones políticas (Partido Popular, Ciudadanos y Partido Socialista de Cataluña) esperan obtener más escaños que las fuerzas independentistas. Este el paisaje que preside la visita del Barça a la capital de España, donde la bandera nacional cuelga de la mayoría de las ventanas. Nunca la política ha estado tan presente en el clásico.
Por primera vez se duda de Zidane. Es significativo que muchas de las críticas procedan de los sectores más cercanos al presidente Florentino Pérez, un dato que no pasa inadvertido a nadie.
Aunque las tensiones políticas invadirán los días previos al partido, al final las verdaderas diferencias serán futbolísticas. En contra de las previsiones, el Barça llega al duelo en una situación privilegiada. Nadie confiaba en el equipo días antes del comienzo del campeonato. El Madrid le taladró en los dos partidos de la Supercopa de España y se dio por inaugurado un ciclo hegemónico del equipo de Zidane. No ha sido así. El Barça encabeza la Liga con 11 puntos de diferencia sobre el Real Madrid, que ha disputado un partido menos. La brecha es tan grande que una derrota del Madrid significaría uno de sus momentos más críticos de los últimos 30 años. Se despediría de la Liga y abriría una crisis descomunal.
El Mundialito obligó al Real Madrid a aplazar el partido con el Leganés. Acudió a Abu Dhabi para ganar un torneo que representa el nuevo mundo del fútbol, el mundo de la desigualdad entre Europa y el resto del planeta. Nada del Mundialito se parece a la competición donde los equipos sudamericanos y los europeos dirimieron durante décadas la supremacía futbolística. El dinero invadió Europa y abandonó Sudamérica. La ley Bosman abrió las fronteras europeas a los jugadores de todo el mundo. Las televisiones invirtieron toneladas de dólares para obtener los derechos de emisión en Inglaterra, España, Italia, Alemania y Francia. Oligarcas rusos, banqueros estadounidenses y jeques árabes terminaron por convertir al fútbol en un escenario económico y financiero de proporciones apabullantes. De paso, el fútbol se manifestó como una metáfora de nuestro tiempo: los ricos se han enriquecido más que nunca y el resto se dirige irremediablemente a la pobreza. Nadie lo sabe mejor que los equipos argentinos, brasileños y uruguayos, capaces de desafiar y derrotar a los mejores de Europa hasta que la opulencia se ha impuesto. A los clubes sudamericanos no les queda otro modo de vida que abastecer con sus jugadores más prometedores a los equipos europeos, generalmente por un precio barato. Por desgracia, esta deforestación futbolística es imparable.
Dos días antes del clásico se celebrarán las elecciones en Cataluña, en medio de un clima desconocido en la España postfranquista.
El Real Madrid derrotó al Gremio de Porto Alegre sin alardes, pero con una autoridad incuestionable. Añadió una victoria más a la saga de éxitos de los equipos europeos en los últimos años. No había dudas sobre su superioridad, pero sí sobre su estado antes del choque con el Barça. Es un Madrid dubitativo que todavía, o más que nunca, depende de la puntería de Cristiano Ronaldo, que el próximo febrero cumple 33 años. Cristiano ha tapado muchos defectos del equipo con su fabulosa estadística, un gol por partido desde que llegó a España, pero se necesita mucho más para detener la impecable trayectoria del Barça.
Por primera vez se duda de Zidane. Es significativo que muchas de las críticas procedan de los sectores más cercanos al presidente Florentino Pérez, un dato que no pasa inadvertido a nadie. Una cosa es el discurso público; otra, lo que se intuye del privado. El Madrid no se puede permitir una derrota por prestigio y porque se aboca a un abismo insalvable. Nunca se ha repuesto de una desventaja de ocho puntos en la historia de la Liga. Descontar 11 puntos se antoja imposible. El Barça derrotó (4-0) al Depor, con seis tiros a los palos (tres de Messi, que suma 14 postes en este campeonato), un penalti fallado por el astro argentino y un gol mal anulado por el árbitro. Las cifras explican el Mundialito no oficial que se juega en las principales Ligas de Europa. No hace mucho, en la temporada 1999-2000, el Deportivo de La Coruña ganó la Liga. Dos años después venció al Real Madrid en la final de Copa que se jugó en el Bernabéu, conocida como el Centenariazo porque se celebraba el siglo de vida del club de la capital. El Depor se había beneficiado de un reparto bastante igualitario de los derechos de televisión. Tras los fichajes de Bebeto y Mauro Silva, llegaron jugadorazos como Rivaldo, Djalminha, Makaay y un buen número de excelentes futbolistas españoles. Ahora sobrevive como puede. Es otro pobre en la mesa.
No tuvo problemas el Barça, que ha ganado 13 partidos y sólo ha concedido tres empates. Aquel equipo aturdido del verano se mueve con una eficacia inesperada en la Liga. Todavía hay reflejos del inolvidable Barça que conquistó el mundo, pero no es la brillantez lo que distingue al equipo. Alrededor de Messi, el Barça marca una media de 2,4 goles por partido. Alrededor del fenomenal Ter Stegen, el equipo sólo ha recibido siete goles en 16 partidos. Su objetivo es bajar al Madrid lo antes posible del tren de la Liga. El clásico del próximo sábado será la gran oportunidad del Barça.
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