La soga al cuello de San Lorenzo aprieta menos

San Lorenzo se desajustó un poco la soga que le aprieta el cuello. Cambió su situación de condenado con que había llegado a la última fecha por una sentencia en suspenso, que era lo máximo a que podía aspirar. Llegar a la Promoción es el primer "campeonato" que ayer ganó San Lorenzo. Es lo que hay: el mal menor para evitar lo que hubiera sido terminal, deportivamente catastrófico, un abismo que se le volvía a abrir como hace 31 años.

La angustia no es nueva ni repentina, viene de arrastre, pero nunca le había tocado las narices como en esta última semana. A San Lorenzo le pueden faltar muchas cosas, pero no puede sentirse abandonado. Sus hinchas acompañaron en forma multitudinaria para tratar de mantener en pie a un equipo que viene a los tumbos. Ya llegará el momento de los reproches y de pasar facturas. La actualidad es acuciante y miles de gargantas les recuerdan a cada rato a los jugadores que los fueron a alentar porque "San Lorenzo es de primera y de primera no se va". Sin amenazas, pero con tono firme e imperativo.

Fue una tarde muy especial, porque no sólo había que estar pendiente de lo que ocurría en el Nuevo Gasómetro, sino que también se esperaban noticias de otras canchas. San Lorenzo dependía de demasiados factores: de su nerviosismo, de otros resultados, de que San Martín de San Juan no lo complicara más de lo imaginado. Antes de empezar el partido, el presidente Carlos Abdo ya había pasado por una descompensación mientras acompañaba al plantel en el ómnibus que iba al estadio. Cada uno somatizaba a su manera eso de estar entre la espada y la pared. Un estrés insoportable.

Hubo momentos en los que San Lorenzo se imaginó que lo peor sería un destino irreversible. No tanto por las noticias que traían las radios, sino por las sombrías señales que daba el equipo. Para seguir aferrado a primera, Caruso Lombardi armó una formación inédita, con jugadores con vocación ofensiva hasta en la defensa. En el lateral derecho apareció Buffarini, que parece llamado a cubrir todo el largo del campo con un despliegue en el que el brío siempre está por delante del criterio.

Ciertamente, San Lorenzo jugó mal, no mucho mejor de lo que lo venía haciendo. A todas sus limitaciones hay que sumarles un nerviosismo que lo empujó al apuro y a un sinfín de imprecisiones. Sigue acusando el bajísimo estado de forma de Ortigoza, cuya titularidad sólo se justifica porque no hay con quién reemplazarlo. El laborioso Kalinski asume parte de la producción que el ex Argentinos no cumple por su lentitud y escasa incidencia en el manejo de la pelota.

San Martín, que comparte urgencias del promedio con el Ciclón, tuvo una postura más suelta, mejor organizada. Amenazó con amargar a San Lorenzo hasta el controvertido empate. Se había puesto en ventaja con una estupenda definición de Capriari, luego de una aceitada combinación por la izquierda con llegada al fondo y centro atrás.

Iban 28 minutos, faltaba mucho, pero bastante menos que el prolongado tiempo que San Lorenzo lleva tratando salir del pozo. Gigliotti, con piernas que le pesaron como plomo, había desperdiciado un mano a mano ante el inexperto Corti, el tercer arquero al que debió recurrir San Martín por las lesiones de Pocrnjic y Ardente.

San Lorenzo empujaba la pelota, no la conducía, salvo cuando pasaba por los pies de Romagnoli, hoy por hoy el capitán del barco. No sólo por su identificación histórica con el club y la gente, sino también porque es uno de los pocos, si no el único, que está a la altura del desafío. Maltrecho de una rodilla, el técnico lo venía cuidando para que hiciera diferencia en los segundos tiempos. Pero ayer se lo necesitó desde el primer minuto, a riesgo de una lesión más grave. Pipi aguantó lo suficiente para, recostado sobre la izquierda, gambetear -recurso que le pertenece casi en exclusividad en el plantel-, dar pases acertados y poner un poco de orientación en medio de la confusión general. Hace más de 10 años Romagnoli fue campeón local e internacional con San Lorenzo. Sus mejores tiempos ya pasaron, pero exprime la magia que le queda para que San Lorenzo se le borre la cara de susto y espanto. Pipi pone la única cuota de alegría.

Si San Lorenzo hacía rato que se venía quejando de los arbitrajes, la llegada de Caruso Lombardi hace algo más de dos meses amplificó el victimismo. Detrás de cada árbitro había alguien dispuesto a perjudicarlo, un integrante más del supuesto complot que se extendía a todos los niveles del fútbol y no iba a parar hasta que San Lorenzo diera con sus huesos en la B Nacional. Tras cada partido, el lamento recurrente porque a San Lorenzo se lo estafaba y a sus rivales directos por la permanencia se los beneficiaba.

La cantinela ayer no sólo no tuvo cabida, sino que hasta bien pudo ser letra de los sanjuaninos. Dos minutos después del tanto de Caprari, Bueno cargó sobre Corti cuando atajaba una pelota sin destino que llegada desde lo alto. Lo desestabilizó hasta que la perdió y le quedó para empujarla. Era foul, pero Delfino, un joven árbitro sobre el que hay cifradas muchas expectativas, dio el gol. Varios jugadores de San Martín se descontrolaron en la protesta y Bogado se fue expulsado. En un minuto, a San Lorenzo le volvió el alma al cuerpo.

Todo podía cambiar, si bien se fue al descanso en la misma situación que había comenzado: en descenso directo. La derrota de Banfield era irreversible, pero el Ciclón debía acompañar con un triunfo propio.

Además de darle continuidad a Gigliotti, una de las apuestas de Caruso fue la del juvenil Kannemann. El 1,83m de este central reconvertido en lateral no había sido suficiente para frenar a Diego García, que lo pasó en la mayoría de las veces que lo encaró. Kannemann era de lo más flojo, se veía excedido por la responsabilidad. Pero como el fútbol tiene infinidad de vericuetos, se transformó en el hombre de la victoria con un cabezazo cuando quedó insólitamente descuidado en un córner. Sava arriesgó con la inclusión de más delanteros y San Lorenzo lo liquidó en uno de los varios contraataques que tuvo. Terminó holgado, con algunos minutos de tranquilidad, una sensación pasajera, que sólo será definitiva si pasa el juicio sumarísimo de la Promoción.

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