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La selección y una actuación convincente que sirve más para medirse a sí misma que en relación a los tan temidos rivales europeos
A cinco meses vista del Mundial el marco es ideal para que las cosas salgan bien; también resulta saludable observar el manejo que Scaloni está realizando de puertas hacia adentro, anticipándose a futuros inconvenientes
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Por fin un día la selección argentina se enfrentó a un equipo europeo, y la experiencia nos dibujó una sonrisa en la cara y nos prendió una ilusión en la solapa. Pero también una duda. Porque fue tanta la diferencia que marcó sobre Italia que cabe preguntarse hasta dónde sirve de medida el partido jugado en Wembley, y el interrogante no tiene una respuesta cien por ciento certera.
Es tan cierto que Argentina sumó muchos méritos para que el encuentro tomara el camino que tomó como que se topó con un adversario descuartizado. La predisposición para disputar un partido como el del martes no es la misma cuando se está preparando un Mundial que cuando se está elaborando un duelo y es evidente que Italia hoy no es Inglaterra, Portugal o Francia, aunque ninguno de ellos está exento de jugar mejor o peor y de perder algún partido, como le ocurrió el viernes a los vigentes campeones del mundo.
Más que valorar el hecho de enfrentar a un equipo europeo, me parece más importante la secuencia, la continuidad que la selección viene arrastrando desde la obtención de la Copa América. Hace tres años ni el más optimista podía proyectar que hoy Argentina tendría un equipo consolidado, rebosante de energía y vitalidad, con la soltura ideal para afrontar cualquier partido. Pero sobre todo, con un lazo de conexión tan fuerte en el plantel que es mucho más común apreciar en un club que en una selección. Argentina es hoy un equipo que vende entusiasmo y que se entusiasma a sí mismo con lo que hace dentro de la cancha.
Convengamos que la exhibición del segundo tiempo será muy difícil de repetir, pero también en la primera parte, cuando el desarrollo del juego fue más parejo, Argentina mostró entereza para atravesar las dificultades y supo esperar el momento oportuno, una cualidad derivada del notable estado de seguridad que desprende el equipo.
En ese lapso hubo alguna sombra, porque el partido perfecto nunca se encuentra y en algún momento asoman las virtudes del rival. Se vieron problemas para recuperar la pelota y cierto desorden sobre la derecha debido a la permanente intención de De Paul de desplegarse y cubrir muchos sectores. Y hasta que Lo Celso tomó su marca, Jorginho pudo manejar la pelota en mitad de cancha. Factores que empujaron al equipo a replegarse demasiado y le dieron al rival facilidades en la salida, pero en ningún caso se trató de problemas conceptuales graves sino circunstanciales, asuntos con los que se convive de manera cotidiana durante los partidos.
Un equipo muta permanentemente, está vivo, y en esa vivencia que comparte con el rival que tiene enfrente siempre le faltará algo. Por eso no soy tan pretencioso de buscarle el pelo al huevo. Lo difícil es llegar hasta adonde está hoy Argentina en su bienestar futbolístico, lo demás son temas relativamente sencillos de solucionar, una cuestión de orden y posicionamiento para reducirle los espacios al adversario.
En el otro platillo de la balanza, todas fueron luces en el funcionamiento de la selección. Un ataque muy ágil, con un Lionel Messi fresco, con chispa, y un Ángel Di María inspirado. Una presión bien arriba hasta el primer gol que hostigó la salida italiana y obligó a pases largos de destino incierto. Una defensa solvente para resguardar el área propia y ganar los duelos individuales, y la contundencia que se debe tener en ataque para enderezar y apropiarse de los partidos.
A cinco meses vista del Mundial el marco es ideal para que las cosas salgan bien. Es lógica, legítima y bienvenida la euforia de afuera después de tantos desencuentros entre el público y la selección. También resulta saludable observar el manejo que Lionel Scaloni está realizando de puertas hacia adentro, anticipándose a futuros inconvenientes. Un equipo de fútbol es un ecosistema muy delicado, que puede quebrarse por razones que no están relacionadas ni con la táctica ni con la estrategia. Nadie puede asegurar si el estado actual va a ser duradero o pasajero. El futbolista aprende a disfrutar de un presente al que no llegó de manera fugaz sino poniendo ladrillo por ladrillo, a no proyectar demasiado, porque la incertidumbre está siempre a la vuelta de la esquina. Pero a veces la cabeza -sobre todo los más jóvenes- vuela más allá de lo aconsejable; y en otras se tiende a poner el piloto automático.
El escenario actual puede llevar a la relajación o a la confusión. Por eso es clave tener las alarmas encendidas y seguir pensando en el siguiente partido, en corregir los detalles y evitar que se repitan los errores. Es algo que se aprende con la experiencia y la madurez. Los más veteranos, que ya conocen los momentos ingratos, saben que si en el juego no se hacen bien determinadas cosas cualquier rival puede ganarte, y en un torneo que no da revanchas eso se paga con la eliminación.
El fútbol da lecciones constantes y se debe aprender de las propias y de las ajenas. La misma Italia es un buen ejemplo: hace un año festejaba una Eurocopa y hoy se encuentra como se vio en Londres. Se trata entonces de disfrutar más de lo que se tiene y menos de la esperanza de lo que se pueda conseguir. En ese sentido se notan bien plantados a Scaloni y a la selección, viviendo el presente para que en noviembre esta dinámica positiva llegue intacta a Qatar.
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