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La selección y Qatar: el derecho a la ilusión
“Argentina ya es casi campeona del mundo”. El diario alemán Süddeutsche Zeitung (uno de los principales de Europa y uno de los pocos que dio importancia a la Finalissima de Wembley) tituló con doble sentido. Porque la crónica del 3-0 a Italia destacaba el gran estado de forma de la selección. Pero recordaba también bromas conocidas sobre el ego argentino. El viejo chiste contado públicamente por el papa Francisco sobre “cómo se suicida un argentino” (se sube a su ego y se tira al vacío). Y otro que contó alguna vez el expresidente ecuatoriano Rafael Correa sobre el mismo Papa (“en el Vaticano sorprendió que se pusiera el nombre de Francisco, creían que iba a elegir Jesús II”). Si hoy algún censo preguntara cómo nos autopercibimos, la respuesta, tal el grado de euforia, podría ser repetida: “campeones del mundo”.
Algo similar sucedía también cinco meses antes del Mundial 2002. La selección era insoportable para cualquier rival. En las eliminatorias y en Europa (le ganó a España, Italia y Alemania). Marcelo Bielsa era distinguido en 2001 como mejor DT del mundo. Diego Maradona la eligió para su despedida. Y hasta Pelé le puso el mote de “candidata”. Este domingo se cumplirán veinte años de aquella inesperada caída en primera rueda. La inmediata aparición de Leo Messi reabrió rápido las esperanzas. Pero el título siguió esquivo. Fábrica eterna de ilusiones, la selección nos vuelve a emocionar. Amazon anuncia serie documental en julio. Son tiempos modernos y más urgentes. Lionel Scaloni, el DT más impensado, dijo la semana pasada que Messi, pese a su temporada discreta, es acaso mejor jugador hoy que antes. Leo lo correspondió al día siguiente contra Italia. Acto siguiente, anotó su récord de cinco goles a la modesta Estonia.
Elijo dos imágenes de Messi. Contra Italia, Giorgio Chiellini, que estaba en su homenaje-despedida, le sonrió al tomarlo de la cintura, frenando un posible contraataque. Y contra Estonia, el veterano capitán Konstantin Vassiljev, que homenajeaba en su brazalete a Diego Maradona, se quedó parado en la acción previa al cuarto gol porque dos jugadores chocaron duro. Pobres Chiellini y Vassiljev. Messi ni los miró. Amistoso u oficial, con o sin homenajes, Leo siempre juega apuntando al arco rival. Ahora, a los 34 años, lo hace con una selección que lo revitaliza. Y a la que él contagia. Hay un récord que explica mejor el fenómeno. Porque cuenta no solo sus 769 goles en 974 partidos. Incluye también sus 331 asistencias. Un total de 1100 que ningún otro crack puede exhibir. La mejor síntesis fue el quinto gol a Estonia: Messi asistió en realidad a Nico González, pero terminó marcando él.
El fútbol suele romper libros. Real Madrid llegó a ser abrumado por sus rivales europeos. El DT Carlo Ancelotti le dijo a Jorge Valdano que su trabajo consiste esencialmente en organizar la defensa y liberar al ataque. Una visión de “fútbol simple” (así lo describió él) que le valió críticas y hasta provocó su despido de Real Madrid en 2015. Hoy, con Real Madrid campeón de la Champions, esa “simpleza” es señalada como su virtud. Scaloni fue decisión (y acierto) del presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, y sostenida aún en momentos difíciles (1-3 contra Venezuela en la vuelta de Messi al equipo y comienzo adverso en la Copa América 2019, 0-2 con Colombia y 1-1 con Paraguay). Allí comenzó a gestarse justamente este presente, con Scaloni hoy más confiado y sereno, bien acompañado, un proyecto de cuerpo técnico “Made in Ezeiza”, y no dependiente de nombres consagrados. Argentina es hoy un equipo duro, pero con jugadores de buen pie. Que defienden cuerpo a cuerpo o circulando la pelota. Pase y control. Un bloque (dentro y fuera de la cancha) y que (DT incluido) sigue en pleno crecimiento. “Un orden natural ideal para Leo”, me dicen. La selección no juega “a que Messi la emboque”. Pero sí sabe “cómo y con quién rodearlo”.
Si la sede no fuera Qatar estaríamos hoy en pleno Mundial. Pero faltan cinco meses. Y el fútbol (Ancelotti lo sabe) también es azar. Y Europa ganó las últimas cuatro copas y aportó 13 de los 16 semifinalistas. El domingo sumó a Gales, después de 64 años. Sus hinchas silbaron en Cardiff cada vez que Ucrania tenía la pelota, sin piedad para el país castigado por la invasión rusa. En bares de Kiev, un posible hackeo ruso cortó la trasmisión de TV y los hinchas recurrieron desesperados a sus celulares. Un día antes, Hungría le había ganado a Inglaterra luego de sesenta años. Unos treinta mil niños (los adultos tenían prohibido el ingreso) silbaron a los jugadores ingleses cuando se arrodillaron en su tradicional gesto antirracista. Los estadios conocen desde siempre el desborde público. Casi cincuenta mil argentinos celebraron el miércoles pasado en Wembley cantando “el que no salta es un inglés” y que “Diego es más grande que (la reina) Isabel”. Y otros miles se quedaron casi una hora en el estadio de Osasuna después del 5-0 a Estonia. Cantaban que no se iban a ir. Esperaban que empiece el Mundial.
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