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La selección que se burla de los mandamientos
El equipo de Scaloni rompe máximas, desafía tendencias y crece su vena competitiva
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Lionel Scaloni cuenta que las estadísticas no le importan. Lo valioso es el colmillo competitivo que no pierde el seleccionado, su insaciable marcha para atropellar a la historia. Su irrefrenable deseo de ganar. No se conforma el campeón del mundo. Tiene incorporado que los recuerdos, aunque son muy estimulantes, no sirven para mañana. ¿Qué goza de un fixture acomodado en la Copa América, que sobrevuela una sensación de acompañamiento arbitral? No se desenfoca y avanza.
Y se ríe de los axiomas, de las máximas, hasta de mandamientos históricos… Se repuso de cada presumible obstáculo: de la inexperiencia de Scaloni, de contar con pocos jugadores instalados en clubes de la elite hasta hace un par de temporadas, de un calendario sin roce contra los europeos, de un mazazo en el debut del Mundial, de tener que resolver partidos sin Lionel Messi… Desafía tendencias: desmiente que sea un valor recitar la formación de memoria… Y día a día hace trizas otro precepto: ‘Es muy difícil tener hambre después de comer’. La Argentina de Scaloni sigue famélica.
Las estadísticas que no le interesan a Scaloni relucen después de 75 partidos, con apenas seis derrotas en el ciclo. El próximo martes, en las semifinales de la Copa América igualará los 76 encuentros que Alfio Basile dirigió a la selección y ya los tiene a un zarpazo a César Luis Menotti (78) y a Carlos Bilardo (79). Guillermo Stábile, con 125, probablemente será inalcanzable a perpetuidad. Scaloni, que entre sus virtudes cuenta con muy buenos reflejos para corregir primeras lecturas equivocadas de diferentes cuestiones futbolísticas o de gestión, disfruta del prestigio que se ganó con su obra. Crecieron juntos, otra situación muy poco frecuente. Vale la comparación: César Luis Menotti llegó a la selección en 1974 después de haber generado una revolución con Huracán. Y Carlos Bilardo ya tenía una experiencia muy fuerte cuando se hizo cargo de la selección en 1983. En cambio, Scaloni tenía que demostrarlo todo. Lo hizo, y no se lo ha enrostrado a nadie.
Scaloni maneja unos niveles de discreción que han ayudado a que el jugador se sienta importante. Conduce sin invadir y pone las normas sin gritar. Solo en un caso no ejerce de jefe: con Messi. Elige el sentido común en un fútbol histérico, y este es otro registro contracultural de la selección. Aunque hubo seis millones de personas en las calles después de Qatar, Scaloni mantiene el fútbol en el lugar justo dentro de la escala social: esto no le cambia la vida a la gente, le cambia el humor a la gente. Vale más que cualquier estadística y no habrá que olvidarlo el día que le toque perder.
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