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La selección nacional en Qatar 2022: este equipo merece jugar los siete partidos
Primero el estupor de lo imprevisto. Luego la angustia que precede al desahogo. Más tarde la confirmación de la cancelación del trauma. Por último, el crecimiento de la autoestima y la recuperación de la confianza. Cuatro partidos, cuatro escenarios distintos y cuatro estados de ánimo.
Tras quince días de adrenalina, el mundial enseña, da señales, y la Argentina aprende e incorpora conceptos, como ese alumno apasionado y deseoso de acumular conocimiento. Con la ilusión de estar a la altura para dar tres nuevos exámenes, la velocidad que impone la competencia obliga a respuestas rápidas ante cada desafío sin perder la lucidez ni la templanza.
El Mundial le enseñó a la Argentina que sin extremos (la lista no los tiene aunque Di María pueda parecerse bastante), el diseño del equipo y la elección de los intérpretes, no cambiará la idea pero sí la forma de ejecutarla de acuerdo a los rivales y a los diferentes momentos de cada partido. Ubicar un tercer central, como en el complemento ante los australianos, permitió ascender a los laterales a la mitad de la cancha, ocupar mejor el ancho del campo y sobre todo encontrar más juego interior. Lo que para algunos podía suponer una movida defensiva, le dio al conjunto nacional más fluidez en la circulación del balón.
El Mundial le enseñó al equipo que la distancia en el juego puede ser mucho más grande que la que exhibe el resultado. Si el fútbol este repleto de accidentes, la Copa del Mundo es el paradigma de lo accidendal. El absurdo gol de Australia le puso misterio a un partido cuyo argumento parecía ser tan predecible como su desenlace, pero como es imposible tener a la fortuna bajo control, la pátina de épica llegó sobre el final de la noche qatarí para confirmar que el sufrimiento forma parte de la genética del “ser” argentino.
La Copa del Mundo le enseñó al seleccionado que frente a un verdadero dislate organizativo como fue jugar un partido eliminatorio con menos de tres días de descanso, confirmar la madurez del equipo implicaba también la superación desde el aspecto mental. Una vez terminada la competencia alguien deberá hacerse responsable de tamaña anomalía, pero lejos de quedarse en la queja y la protesta, desde el discurso del entrenador hasta el esplendoroso cuarto de hora final del mejor jugador del mundo, todos entendieron que debía hacerse un esfuerzo extra.
El Mundial le enseñó a Scaloni que la competencia no se toma descanso. El torneo no te espera y la actualidad dicta el tiempo de las decisiones. Una nueva columna vertebral nació en el segundo partido y la paridad de niveles del plantel le abrió la puerta al pragmatismo en cada nuevo episodio. El camino se hace andando y todos deben estar preparados para dejar su huella. Hoy es el tiempo de Enzo Fernández, Alexis Mac Allister y Julián Álvarez y lejos de negar la realidad, el entrenador archivó la gratitud del pasado dorado para convivir con la búsqueda del presente perfecto.
El Mundial le enseñó a Messi que el disfrute también es posible. Su influencia en el juego y sus apariciones con goles decisivos, confirman su enfoque en la competencia, pero su sonrisa a la distancia con su familia en cada festejo post victoria, le entibian el alma y fortalecen su estado de ánimo. El recital que brindó en el cierre del partido de octavos quedará perpetuado como una demostración de fútbol, guapeza e inteligencia aplicada al servicio del juego.
Con varios días para recuperar fuerzas, el próximo compromiso le presentará al equipo, el primer rival con enorme tradición mundialista. A partir de ahora todos los escollos son híper calificados y obligan a subir el listón de la excelencia.
Por antecedentes, cantidad de calidad y tradición, sentarse a la mesa selecta de los ocho cuartofinalistas era lo que le correspondía al seleccionado. Cruzar el Rubicón (Sabella dixit) lo pondría ahora ante las puertas de la gloria, pero sobre todo haría justicia con su notable actualidad.
Este equipo se merece jugar los siete partidos.
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