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Haití fue el rival antes de viajar al Mundial de Rusia 2018. Singapur, en la primera gira de Jorge Sampaoli . Bolivia, en la antesala de las eliminatorias que abriría Gerardo Martino . Hong Kong, meses después de la final en el Maracaná. Eslovenia y Trinidad Tobago, cuando Alejandro Sabella ya había definido el plantel para ir a Brasil 2014. Guatemala, en 2013. Arabia Saudita, en 2012. Albania, en 2011. Canadá, en 2010. La Argentina no perdió ninguno de esos amistosos, naturalmente. Es más, atormentó a cada partenaire de turno con una metralla de 41 goles y no recibió ni uno. Ninguna equivalencia, como volvió a suceder anoche en la goleada sobre Guatemala. Un oponente inexistente, adversarios con más kilos que recursos, un horario incómodo, un campo de juego pésimo, decenas de personas al borde de la cancha con sus vasos de cerveza...
En la promocionada refundación, la AFA no debería olvidarse de proteger a la selección argentina. Cuidar su prestigio, jerarquizar sus actuaciones. Convivir con los riesgos de la élite. Solo se crece bajo exigencia. La selección es el principal activo de la AFA, es cierto, por eso en las dos últimas décadas aparecieron en la agenda de la Argentina experimentos incómodos y poco productivos deportivamente. El proyecto 2018-2028 que promete el presidente Claudio Tapia bien podría saltearse estos amistosos que obedecen a la astucia del bolsillo y no a una estudiada programación.
Ahora, cuando el daño es irreversible, ¿encierran alguna utilidad estos encuentros? Siempre sirve jugar, aunque es obligatorio desconfiar de la consistencia de las conclusiones. Quizá se trató de 90 minutos que permitieron espiar la vertical propuesta de Lionel Scaloni y descubrir la ambición de los debutantes, los desafiados y los olvidados. Pero sin dudas han tenido más valor las prácticas precedentes que el propio partido casi de madrugada con los guatemaltecos. Días para conocerse mediante la convivencia. Días para que Mauro Icardi vuelva a espantar las sospechas. Para que Paulo Dybala se convenza de que debe ser el eslabón que asocie generaciones. El próximo martes sí, Colombia, propondrá un ensayo con creíble relevancia.
Pero esa Argentina descuidada estructuralmente sí aceptó custodiar un detalle irrelevante. Otro síntoma de la distorsión que la acompaña hace tiempo. Si reservar la camiseta número 10 representa homenajear a Messi, las señales siguen confundidas. Messi eligió no participar de la gira por los Estados Unidos y la 10 no es suya. Como no fue de Diego Maradona. Ese número encierra muchos significados en este deporte y anoche ningún futbolista pudo vivirlo. Messi no necesita adulaciones. Sampaoli creyó que sería el pasaporte a la lealtad y terminó devorado.