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La selección argentina llegó al Mundial de Qatar la noche en que Brasil le dejó escrito un mensaje en el boleto
El empate en cero en San Juan abrochó el pasaje luego de un partido luchado, que sirvió también para cerrar un año inolvidable
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SAN JUAN.– La esperanza no siempre necesita argumentos profundos que la respalden. Imbuido por el espíritu de celebración que sobrevoló esta ciudad en los últimos días, el público abrió la tarde del Bicentenario con una canción que, cada cuatro años, revive: “Volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones como en el ‘86″, entonaban amablemente, sin estridencias, imaginando lo que está por delante, el Mundial, y festejando lo que está ahí atrás, fresco todavía: un título de América. Brillaba el sol, faltaban tres horas para que Argentina y Brasil empezaran a amasar el clásico, y los hinchas que desde temprano se habían instalado en el estadio se codeaban por la oportunidad histórica: ganarle al rival de toda la vida y abrochar en simultáneo el pasaje a Qatar.
Al final, el empate puede servir, si se lo mira en perspectiva. Porque el deseo camina por la calle de la imaginación, con todo derecho, pero para pasar a una fase superior del juego la selección debe seguir macerándose, como esos buenos vinos que estas tierras saben alumbrar. Crecer para no quedarse con lo puesto, un desafío estimulante del que no escapa Scaloni, conocedor de que dentro de un año la exigencia escalará. Este Brasil, ya clasificado y sin Neymar ni Casemiro, dos ejes identitarios, fue la vara que alcanzó para poner los pies en la tierra de aquellos que soñaban una noche perfecta. Aunque nada de eso le quita legitimidad a un festejo que llegó ya en los vestuarios, cuando el triunfo de Ecuador ayudó a sellar el boleto mundialista.
Si contra Uruguay, en esos 15 minutos que jugó, se notó que le faltaba ritmo de competencia, el arranque del clásico dejó más claro todavía que Messi atraviesa una etapa de ablande. Le costó tanto meterse en el partido que incluso hubo un momento en que se quedó con las manos apoyadas sobre sus piernas, buscando aire, inmóvil, después de un esfuerzo. Lógico: el primer nivel mundial exige una prestación mayor, y ni Fabinho ni Fred, encargados de su vigilancia cuando el capitán buscaba asociarse por el medio, le dieron respiro. Hubo tres acciones en ese tramo en las que buscó acelerar y no, esa marcha extra no estaba. Lógica consecuencia de la etapa que atraviesa el símbolo de este equipo.
La selección asumió el riesgo de jugar ante Brasil con dos jugadores lejos de su plenitud física. Casualmente, los dos de PSG, ejes de una disputa con el club francés explicitada en su momento por Leonardo –el manager– y hasta Pochettino, el entrenador. El otro es Paredes, que pasó un mes lesionado desde la última fecha de eliminatorias y regresó justo aquí, en la fresca noche sanjuanina. Si la falta de tono de Messi era notoria, la de su compañero se podía ver desde París y sin binoculares. Será que este grupo que se hizo fuerte internamente está tan compenetrado con la selección que el entrenador los respalda con decisiones así, al límite. Aunque justamente en honor a esa identidad es que esos detalles deberían cuidarse. La resolución del problema que estaba generando la presencia testimonial de Paredes llegó en el entretiempo: como estaba amonestado, Scaloni lo cambió por Lisandro Martínez, habitual volante central de Ajax.
Brasil no estaba en San Juan de paseo. “Siempre vale la pena”, había titulado en la mañana un portal paulista, en referencia a la oportunidad de ganarle a la Argentina incluso un partido de estos, en los que los visitantes no se jugaban absolutamente nada. Pero después de los primeros 15 minutos, los volantes dieron un paso adelante y el activo Matheus Cunha juntó compañía. La de Raphina por derecha –la posición en la que lo exprime Bielsa en Leeds– fue la más incisiva. Con sus gambetas empezó a inquietar a Acuña y hasta recibió un codazo descalificador de Otamendi, que debió ser expulsado. Otro Cunha, Andrés (el árbitro) desestimó la acción, lo mismo que los encargados del VAR. Insólito. Un poco antes, Vinicius Junior había definido un mano a mano tan mal como en sus primeras épocas en Real Madrid: fue la jugada de gol más clara del primer tiempo.
Desde el comienzo, y durante toda esa etapa, el cartelito de jugador más peligroso de Argentina lo portaba Rodrigo De Paul. Aun con sus protestas ampulosas y cierto afán de protagonizar todo lo que sea extrafutbolístico, el volante de Atlético de Madrid es en este tiempo el motor del equipo. Tiene ida y vuelta, un elemento vital, y también inteligencia para ocupar los espacios libres para recibir con ventaja. Se asocia con facilidad con Molina en las transiciones por derecha y es directo cuando ve la oportunidad de cazar el área contraria. Su crecimiento es una gran noticia.
“Es un partido de Mundial”, había anunciado Tite, casi como si fuera un programador de TV que necesita vender su producto. Descartadas las posibilidades en estos años de medirse con las otras potencias, las europeas, es verdad que jugar con Brasil otorga ese roce que este equipo encontrará en Qatar. Esta noche también certificó que hacen falta muchos partidos así para seguir evolucionando y generar un salto de calidad mayor, que permita ir al Mundial a pararse como candidato.
Para eso falta un año, es cierto. Si la selección llegó a la cima de América en este inolvidable 2021, hay señales promisorias que tienen que ver sobre todo con la mentalidad. Estos jugadores demuestran la voluntad de no haberse quedado con aquel título. En el segundo tiempo hubo una muestra de ese carácter: aun con baches en la construcción del juego y un Messi a la mitad de sus posibilidades –pero mucho más participativo, protagonista de casi todos los ataques–, el equipo braceó hacia las costas de Alisson intentando forzar el gol que le pusiera el toque definitivo a la fiesta coreografiada por 25 mil personas. Y el gol lo merodeó el propio Messi con un remate franco, bien contenido por el arquero visitante, con Brasil ya conforme con su producción y el empate. Ese resultado, chapa final, fue lo que mejor se acomodó a lo que los dos habían mostrado. Aunque la fiesta no haya podido ser redonda.
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