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La selección argentina elige la vía seductora para llegar al Mundial de Qatar
El equipo de Scaloni continuó en su línea de evolución en la goleada 3-0 a Uruguay, que pudo ser más amplia y renovó el feelling con el público; allana el camino en las Eliminatorias
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La Argentina volvió al Monumental para renovar con una goleada su idilio con un público cada vez más numeroso. Otro 3-0, como frente a Bolivia, pero ahora frente a un rival más jerarquizado. Uruguay empezó siendo un hueso duro, pero la Argentina lo trituró con una producción futbolística que fue de menos a más. Estimulante y seductora en el balance global. Un paseo con vistas a Qatar 2022.
El equipo sigue con la vibración positiva que le dejó la Copa América. Nada de pararse a contemplar la obra o dormirse en los laureles. Seriedad para competir y estar a la altura de lo logrado. Al Mundial se llega más rápido cuando, además de vencer a los adversarios que se suponen más débiles, también se establecen diferencias con los de más enjundia. Es cierto que Uruguay está siendo irregular en las eliminatorias, pero nunca será un obstáculo para subestimar.
La Argentina lo fue ablandando de a poco. Una vez que le torció el brazo en el último cuarto de hora de la primera etapa, el conjunto de Scaloni lo zarandeó en el segundo período hasta el punto de que pudo redondear una goleada histórica. La Argentina pasó de lo grueso a lo fino, del tanteo al golpe a la mandíbula. Esta vez con la batuta de Lo Celso y compinches para la sinfonía del toque, la descarga, el pase al vacío.
El primer tiempo terminó en jolgorio después de pasar por la impotencia y los padecimientos. Cuando la Argentina se hartaba de tener la pelota sin perforar la muralla uruguaya, fue Dibu Martínez el que evitó los disgustos, con dos tapadas a Suárez y una a Valverde. Y cuando no alcanzaron sus reflejos y buen posicionamiento, el palo fue el aliado salvador.
Además de su notable capacidad, es evidente que Martínez disfruta de la responsabilidad de haberse adueñado del arco. El público ya lo ovacionó en el calentamiento como solo se hace con los indiscutidos. Más combustible anímico para un jugador que crece en la adversidad, que no se borra cuando las papas queman. Y la Argentina tenía motivos para preocuparse en los primeros 25 minutos, ya que tenía el control y la iniciativa, pero el partido se jugaba como quería Uruguay.
El Maestro Tabárez cerró los pasillos interiores que acostumbra a transitar la Argentina con tres centrales en una línea de cinco y una línea de volantes que achicaba espacios en campo propia. La Argentina se entretenía con la pelota sin lastimar. Muchas veces obcecada en la búsqueda por el medio.
Uruguay se sentía bastante seguro en la contención y era punzante en sus ataques selectivos, sobre todo por el lado de Otamendi y Tagliafico, donde había desinteligencias. Lo Celso era el que más se ofrecía en el ataque escalonado, pero el juego se espesaba por falta de fluidez. Paredes no encontraba línea de pase y las progresiones por los costados se ensuciaban.
El panorama no llegaba a ser preocupante, pero sí inquietante, porque se ajustaba más a las pretensiones uruguayas que argentinas. Pero si algo desarrolló el seleccionado en este fructífero ciclo es no sucumbir en los momentos complejos. No se desalienta si las cosas no le salen. Hay paciencia, convencimiento y confianza. No es un equipo que pierda definitivamente los papeles o se le vuele la cabeza. Síntoma de madurez, de cohesión colectiva y crecimiento individual.
La Argentina recién pudo inquietar cuando Romero anticipó en campo rival y Uruguay se encontró por primera vez desacomodado. Al centro cruzado de De Paul no llegó Lautaro por centímetros. Iban 25 minutos fue un indicio de que lo mejor estaba por venir.
La pelota empezó a correr con otra intensidad y lo que eran ataques estáticos cobraron vértigo. Messi había aparecido poco, su influencia era escasa, algo extraviado en el bosque de piernas charrúas. Pero Messi también es otro en versión seleccionado; sus ausencias o desniveles no duran un partido entero, como ocurría en el pasado. Ahora se lo espera como siempre y él aparece, se enciende e ilumina.
Su disposición es tan positiva que hasta hace un gol cuando no quiso tirar al arco. Porque empaló la pelota de zurda para buscar a Nico González, que no llegó a tocarla, pero su movimiento desorientó a Muslera, mientras lo que era una asistencia entró mansamente junto a un poste.
Iban 38 minutos y el gol fue una bisagra. El encuentro que se disputaba dejó de existir. A Uruguay se le aflojaron todas las certezas y la Argentina se soltó definitivamente, como lo hizo De Paul para llegar desde atrás y definir dentro del área. Se conseguía un 2-0 en apenas seis minutos, algo impensado hasta un rato antes.
La Argentina se fue al descanso con una sonrisa amplia y volvió dispuesta a que la gente disfrutara más de la noche. Uruguay arriesgó con el ingreso de dos delanteros (Cavani y Núñez) y rompiendo la línea de cinco. Se desfiguró y la Argentina le entró con asiduidad. Llegó el tercero, de Lautaro, y Muslera empezó a multiplicarse con una seguidilla de atajadas.
El clásico rioplatense había quedado reducido a una exhibición de la Argentina, que solo adeudó una cuota de mayor efectividad. Un reclamo que solo se permite en épocas de abundancia.
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