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La selección argentina clasificada a octavos de final: sin excesos de euforia ni alegrías desmesuradas, se puede creer y soñar
En cada uno de los centenares de contenedores del Estadio 974 quedó guardada la euforia de los argentinos, que vivieron su primera gran noche mundialista con la victoria ante Polonia. Un equipo determinado en su idea de juego, convencido de cómo ejecutar el plan y concentrado de principio a fin redujo a la mínima expresión a un rival que en la previa asomaba rocoso y calculador, pero también frío y oportunista.
Trillado y vacío de contenido en su significado, se describe a la intensidad cuando se busca explicar el kilometraje recorrido por un equipo o la capacidad para obstruir las virtudes del rival. Superada largamente la fecha de vencimiento del debate acerca de la importancia de cómo ocupar los espacios, el fútbol y la intensidad son mucho más que los maratonistas al servicio del juego. No se imponen condiciones sin correr, pero tampoco nadie gana solo corriendo si se olvida de jugar.
Ante los polacos, el equipo argentino fue intenso porque defendió en ataque con máxima concentración, recuperó el balón agrupado, disputó cada duelo con fiereza, sostuvo la rotación para ofrecer líneas de pase, se sobrepuso al impacto del penal fallado por Messi y por sobre todas las cosas, jamás renunció a la idea de buscar con creatividad y asociación la forma de desarticular a la defensa rival. Con semejante nivel de intensidad aplicada al juego, el resultado debía ser, como fue, su mejor expresión en la Copa del Mundo.
Un camino inesperadamente sinuoso en la etapa de grupos le agregó a la Argentina además del lógico objetivo de la clasificación, un segundo mérito que fue el de saber sufrir, lamerse cada una de sus heridas luego del traumático debut y reaccionar a tiempo. De menor a mayor en su comportamiento futbolístico, el conjunto nacional llega crecido a la etapa en la que una duda trae aparejada la eliminación. Tan impiadoso como real, de eso están hechos los mundiales.
Por características propias de los jugadores, por rendimientos oscilantes o por algún detalle específico del rival, la velocidad y la adrenalina de esta competencia, obliga a los entrenadores a dejar de lado no solo la idea del equipo de memoria, sino también la de suponer que numerosos cambios podrían resentir el funcionamiento. Luego de pagar un alto precio con el traspié del debut, Scaloni se adaptó a asta dinámica y, lejos de mostrar un pulso tembloroso apostó, por la actualidad por encima de la historia. El pleno le entregó excelentes respuestas. De aquel equipo que tal vez haya alcanzado en el pasado su techo futbolístico, solo quedan como nombres fijos Martínez, Otamendi, De Paul, Messi y Di María. El resto podrá fluctuar mientras dure la ilusión mundialista y es ahí en donde la aparición de los pibes le dio un salto de calidad elocuente.
La versatilidad de Enzo Fernández como un muy buen mediocentro y aún mejor interior, puede resolver diferentes situaciones del juego. La lectura para jugar entre líneas y su posterior ejecución en el tercio final del campo, ha hecho de Alexis Mac Allister un “conector” que permite que el equipo siempre mantenga la tensión. La movilidad permanente y el sacrificio, más la jerarquía individual de Julián Álvarez le dan al entrenador un jugador tan valioso para convertir goles como para liberar espacios en ataque y recuperar balones en la primera línea defensiva.
Siempre estuvo claro que sacando al mejor de todos, el seleccionado estaba compuesta por un grupo homogéneo de buenos jugadores, pero la mano del técnico y sus colaboradores para elegir lo mejor en cada acto, es lo que le seguirá dando sentido a la uniformidad de la lista.
El dislate organizativo obliga a pensar casi sin tiempo para la pausa en Australia. Esperando sus primeros gritos en partidos definitorios, Messi seguirá como estandarte, arropado por un equipo que lo contiene y crece en cada contienda. Sin excesos de euforia ni alegrías desmesuradas, se puede creer y soñar. Pensando en el panorama de diez días atrás, es un montón.
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