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La ruta de México 86 a Qatar 2022: del campeón en el que nadie creía al seleccionado que ilusiona a todos
Las semejanzas y diferencias entre los equipos argentinos que tocaron la cima del planeta fútbol
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Lionel Messi no había nacido cuando el 29 de junio de 1986, en México, Diego Maradona levantaba la segunda Copa del Mundo para la Argentina. Vituperado por todos, ese seleccionado se alimentó con su propia fe. Fue un equipo. Superó todos los contratiempos y se sobrepuso a las críticas más despiadadas. No sucumbió a las amenazas del poder. Creyó en lo que nadie creía y se coronó en el estadio Azteca. El camino al título tiene semejanzas y diferencias con el que el domingo llevó a manos de Messi el trofeo que muchos le reclamaban, injustamente, para ser reconocido como el mejor del mundo. ¿Y ahora qué le van a reprochar?
En México, el 2-0 (Brown y Valdano) frente a Alemania en la final se esfumaría en un suspiro. “El fútbol se ríe de todas las previsiones. Te espera en la esquina con un puñal y te lo clava cuando se le antoja”, graficaba Jorge Valdano. Faltaban 9 minutos para el epílogo. Los mismos que quedaban por delante cuando Mbappé estableció el 2-2 para Francia en el estadio Lusail y forzó el alargue. Y el sufrimiento injusto. En el ‘86, no fue necesario: Burruchaga, a los 39 del segundo tiempo, sellaba el 3-2. El título viajaba a la Argentina. Los mexicanos gritaron los goles alemanes como propios. El desahogo esperaba en los vestuarios, sin limitaciones. Allí, Julio Grondona anticipaba la versión dirigencial de lo que, en 2009, Maradona transformaría en una sigla inconfundible: LTA. “¿Te la saco o te la dejo puesta?” Sin filtro, el fallecido presidente de la AFA se dirigía así a uno de los editores del medio que más criticó el proceso.
En 27 días, los que duró el Mundial, apareció el equipo de Bilardo. Cuando la pelota comenzó a rodar las cosas cambiaron. Otro sería el juego. Asomaban el temple y el funcionamiento colectivo. El conjunto era sólido, solidario, controlaba los ritmos. Era veloz cuando tenía que serlo, e imponía la pausa si era necesario. Al cabo, el DT dio con los nombres y el esquema en el que cada uno sabía qué tenía que hacer, dónde y cómo debía hacerlo. Fuera de la cancha seguían los cortocircuitos.
Scaloni tenía la formación de memoria antes de llegar a Doha. Pero debió cambiar y cambió. Se potenció. Antes le cuestionaron sus títulos y antecedentes. En Qatar, la Argentina fue Messi con 10 más. En México, el seleccionado contó con un Maradona brillante. Ambos fueron equipos con dos figuras desequilibrantes. El del ‘86 quedaría patentado con la invención táctica del 3-5-2. El de 2022 fue más elástico. Adoptó la estrategia más conveniente. Así, “bailó” a Francia más de una hora.
El trayecto a México no fue apacible. Acompañado por la grieta futbolera que dividió a los argentinos desde fines de los ‘60, por momentos Bilardo se asomó el abismo. Los jugadores que no lo conocían se resistían a su estilo. La designación de Diego Maradona como capitán agregaba más leña al fuego. El plantel estaba partido. Los resultados no ayudaban.
Tras un asado en San Isidro, el presidente, Raúl Alfonsín, le preguntaba al secretario de Deportes, Rodolfo O’Reilly: “¿Qué esperás para echar a Bilardo?” “Vos sos loco, no tengo manera ni forma”, respondería el fallecido ex coach de los Pumas. “Dedicate al rugby, porque de esto no entendés nada”, le espetó, sin anestesia, el caudillo de Sarandí cuando O’Reilly habló del tema. “Si echan a Bilardo, que busquen a otros jugadores para México”. Terminante, Maradona transmitía el respaldo del plantel. La deuda futbolística persistía. Passarella y Maradona no se hablaban. La madrugada del 25 de abril, la soledad fue la única presencia en la partida desde Ezeiza.
No eran muchas ni justificadas las ilusiones. Algunos futbolistas planeaban vacaciones tras lo que, suponían, iba a ser una eliminación en la etapa de grupos. Los más optimistas se aferraban a una frase que sería el leitmotiv en el Mundial: “Seremos los primeros en llegar y los últimos en irnos”.
“Estuvimos solos, estamos solos y queremos seguir solos. No admito que se quiera jugar con este seleccionado. Casi estamos para el chiste. Mi forma de pensar es así hoy y será así después del Mundial, sea cual fuese el resultado. Todo está en contra nuestra”, sostenía Maradona.
Más cauteloso, Valdano afirmaba: “El seleccionado es la síntesis del fútbol de un país. Por lo que leo, sólo por eso, este equipo no responde al espíritu del fútbol argentino. En el Mundial estará la respuesta. La Argentina recurrió a los que están en el ánimo de todos para hacer un fútbol que no practica habitualmente. Veremos cuáles son los resultados”.
El 15 de mayo, tras el 0 a 0 con Junior, en Barranquilla, llegaba la hora de la autocrítica. Los jugadores se reunían en el cuarto de Garré un par de horas. Se cuestionaba la falta de solidaridad y compromiso. Hubo gritos y algún insulto. Se juramentaron dar todo por ganar el Mundial. Pero hubo posiciones irreconciliables. Maradona y Passarella profundizaban su antagonismo. El zaguero habría querido hablar con Diego. Nunca pudo hacerlo. El capitán rechazaba la presencia del Káiser.
A su molestia en un gemelo, Passarella sumaba una gastroenterocolitis parasitaria. Lo condenaba a ser un espectador en México. El 2 de junio el seleccionado debutaba con un 3 a 1 ante Corea del Sur, con goles de Ruggeri y Valdano (dos). El triunfo no aportaba calma.
“Yo soy superior a Pumpido. Todos los que saben de fútbol entienden que soy mejor. El único que no lo reconoce es Bilardo”, disparaba Luis Islas, el arquero suplente, al enterarse de que no sería titular en el segundo encuentro. Una lamentable muestra de inmadurez y falta de respeto.
Italia esperaba y se adelantaba con un penal que Altobelli cambió por gol. Fue la única vez en toda la Copa en la que el seleccionado estuvo abajo en el marcador. Maradona empató a la media hora anticipándose y descolocando a un zaguero y al arquero Galli con el mismo exquisito toque.
Con el triunfo ante Bulgaria por 2 a 0 (Valdano y Burruchaga), el seleccionado ganaba el Grupo y enfrentaba a Uruguay por los octavos de final. Pedro Pablo Pasculli sellaba el 1 a 0 en Puebla.
Como una metáfora de su vida, en la que quienes lo denigraban respondían a sus proezas deportivas con la lista de errores y actitudes indefendibles fuera de la cancha, el 22 de junio, en el 2-1 ante Inglaterra, Maradona fue protagonista del más polémico gol de los Mundiales y el más bello de todos los tiempos. Siempre los extremos. Para él no existían grises. Tampoco el VAR...
En el primero, el tunecino Ali Ben Nasser no vio “la mano de Dios” e indicaba sacar desde el medio. Fabricante de imprevistos, en el segundo plasmó una obra de arte, la más valiosa gema de la Copa del Mundo. En su zigzagueante avance hacia el arco inglés, desde unos 10 metros antes de la mitad de la cancha, dejó desairados a cinco rivales.
A los 25 años, Maradona alcanzaba su máxima dimensión. Con la Copa en sus manos, era el rey. El Dios del fútbol había descendido en el Azteca. Dos goles a Bélgica, por las semifinales, fueron los otros eslabones de una actuación majestuosa.
Como un “barrilete cósmico”, Maradona atravesó el universo e iluminó el Mundial. Alquimista del fútbol, transformaba lo extraordinario en terrenal. Jamás renegó de sus raíces, por más altura que alcanzara su imprevisible vuelo. Siempre se preocupó por llevarles alegría a los pobres, aun en medio de una existencia de adicciones perniciosas. Para quienes encontraron en su talento la única felicidad que la vida les dio, no murió el 25 de noviembre de 2020. Está “en el cielo alentándolo a Lionel...”
A los 35 años, Messi fue más Messi que nunca. En el desierto qatarí, fue el oasis de fútbol en el que se sació un seleccionado que no jugó para él, sino con él. Encandiló tribunas y brilló en las pantallas. Es campeón del mundo. Lo festejó a su modo, con el equipo, con sus hijos, Mateo, Thiago y Ciro, y su esposa, Antonela.
Al diablo con los mitos. Se acabó el maleficio por la supuesta promesa no cumplida de visitar a la virgen de Copacabana, en Tilcara, si la Argentina se consagraba en México. Con fútbol del mejor se ahuyentaron las leyendas. Una renovada generación de pibes con hambre de gloria, que volvió a ilusionarse con ser campeón mundial, sumó la tercera estrella. Produjo lo que hace varias décadas no sucedía: generar identificación con el hincha, sentir que el seleccionado lo representa. Cuando se apaguen los festejos, descubrirá que ése es su otro gran título. Intangible. En el ‘86, con Maradona. En 2022, con Messi. En su momento, cada uno el mejor del mundo. Los dos, argentinos.
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