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La receta de Pepe Sand. Dieta, entrenamiento, amistad y caballos: el pibe de 41 años que le gana al viento
José Gustavo Sand, Pepe, acaba de cumplir 41 años. Es el símbolo de Lanús, uno de los punteros del Torneo 2021 y, con cuatro tantos, el artillero del certamen. La rúbrica por otra temporada confirma la teoría: solo lo derriba el viento.
Las hojas caídas del almanaque, el transcurrir del tiempo, son excusas para los mediocres: apenas perdió la final de la Copa Sudamericana contra Defensa y Justicia, el 23 de enero pasado, lloró un mar de lágrimas, aceptó con hidalguía la derrota, fue al vestuario y rearmó su ambición: el motor de seguir corriendo y marcando goles, volver a dar una vuelta olímpica.
Los embates de la pandemia no lo sorprendieron, pesa 84 kilogramos, como en casi toda su carrera, con la prepotencia del rigor físico: en su casa, en el parque, en el campo, cuando la pandemia azotaba o en las prácticas, casi siempre en doble turno, Sand es un modelo físico. Corre, corre todo lo que puede y, ahora, retrocede: si bien su hábitat es el área y el gol (”cuando pasan dos partidos sin marcar, me vuelvo loco”), le tomó el gusto a la conducción, eso de disfrazarse de un antiguo enganche. Un estilista del pase al vacío.
Grita, se enoja. Grita los goles con una pasión desbordante y se enoja cuando los jóvenes que lo rodean (Lanús es una fábrica de promesas) no patean para adelante, como él. “Yo siempre les digo a los más chicos que vean cómo festeja los goles Sand, hasta en eso es un ejemplo”, lo elogia cada vez que puede Zubeldía.
Es bravo Pepe. Podría ser el padre de más de uno: Julián Aude, con proyección de crack, tiene 18 años. Durante los partidos, ambición desbordante, es capaz de enseñarles con un látigo imaginario. Al rato, convierte un gol y se va derecho a celebrarlo con sus compañeros... del banco de suplentes. Todo un símbolo. Jorge Almirón, el mejor entrenador de su carrera, que lo espiaba de reojo en los primeros meses, entendió por qué era tan grande: los goles son de todos, los de adentro, los de afuera.
El rigor físico, el temperamento, la ambición y... los tiempos de ocio. O su otra pasión: cuando precisa recargar el combustible, regresa a Bella Vista, su casa y cabalga todo el día. Suele llegar a las 6.30, todavía de noche. Junto a su hermano mantiene viva la pasión de su abuelo por los caballos de carrera.
Dos goles en la primera fecha
Su Haras se llama Don Lenin, conoce todos los secretos de la vida de los burreros, desde la tierra profunda a los días en los que iba a Palermo. Nunca relajado: siempre quiere ganar. En el turf, en el fútbol, en la vida. Eso sí: precisa del calor del afecto. Tanta adrenalina física y mental (en varios despistes de su carrera futbolera, aceptó la ayuda de los profesionales de la psicología, años atrás, cuando era un tema sensible, poco difundido), precisa del apoyo del afecto, en el valor del sentimiento.
Luis Zubeldía, el entrenador. Laucha Acosta, el compañero. Son amigos, más allá del fútbol. Es más: si Zubeldía no se quedaba en la Fortaleza, Pepe se habría ido. Son uno. “No creo que al Pepe le pese el paso del tiempo. Le hizo bien en todo sentido, desde lo futbolístico, lo físico. Incluso lo estético... No tengo dudas de lo ambicioso y competitivo que es, está mejor preparado que los chicos de 16″, cuenta Laucha.
Dos goles en la segunda fecha
El DT tiene 40, un pibe al lado de Pepe... “No tengo adjetivos para José (así lo llama, “José”). Habría que preguntarle a la Real Academia Española, es difícil. Por lo pronto, me pone muy feliz que él este contento y que le sirva al equipo. Que esté bien con su familia y que disfrute del fútbol, que esto es muy lindo y pasa rápido...”, decía, días atrás. En realidad, no transcurre tan veloz: pasaron casi 22 años. Luego de hacer las divisiones inferiores en River, etapa en la que se destacó con 138 goles, hizo su presentación en el Apertura 1999, en Colón.
“No me sorprendería que venga algún club a querer comprarlo, y que termine su carrera en otro club. Yo siempre digo que Pepe va a ir por más, lo he apoyado en buena parte de su carrera y no es que lo quiero porque le tengo afecto, sino que lo quiero porque es funcional a mi juego, porque siento que nos da una serie de cosas que para la velocidad que tienen ciertos jugadores, es importante. Y ni hablar de promedio de gol”, graficaba el conductor, tiempo atrás. Reconoce que es el DT dentro del campo de juego.
Un par de datos para graficar su prepotencia: anotó 147 goles en 233 encuentros en Lanús. Es el máximo goleador en actividad del fútbol argentino, con 284; Licha López tiene 247 y Lucas Barrios, 230 en un podio imaginario.
Durante la cuarentena más estricta, se entrenó todos los días en triple turno en sus pagos, no perdió un gramo de masa muscular. Le faltaba la pelota, el roce con sus compañeros. Pero no aflojó ni un milímetro en su aventura de no retirarse jamás, cuando otros Sub 40 se inclinaron por el adiós. Fue lógico: el coronavirus se llevó puesto todo, menos a Pepe, que suele decir que lo mejor que tiene es jugar de espaldas, aguantar al rival y a la pelota con el cuerpo.
“Y estar bien ubicado”. No solo en el campo de juego: también, en la vida. “Puedo seguir jugando porque me siento cómodo. Es clave tener una buena alimentación. Ayuda la genética y que siempre entrené”, explicaba. Se acuesta temprano, se levanta cuando el sol todavía se despereza. Corre, mira al arco y espía a River, siempre un rival muy especial, en el choque previsto para este miércoles, en el tercer capítulo del torneo.
Ya habrá tiempo para recostarse en un sillón.
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