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La primera vez tiene que ser inolvidable
"Llego como nunca, jamás me sentí mejor". Era todo lo que decía el mail que me envió el ‘Ratón’ Ayala la noche anterior al debut de la selección en Kashima. No existía Whatsapp. Su ahorro en palabras no podía disimular el entusiasmo. Pero al mediodía siguiente se le acabó el Mundial de Japón por un insólito desgarro en la entrada en calor frente a Nigeria. Maldito debut. Ese primer partido, a veces, encierra trampa. Emociones, nervios y ansiedad, un cóctel difícil de controlar. Todos coinciden. El estreno marca el humor, alivia tensiones o contractura hasta el último músculo de la cara.
Jorge Luis Buruchaga jugó dos finales del mundo: le ganó a Alemania en el 86, y perdió contra Alemania en el 90. Y jugó en los dos estrenos: le ganó a Corea del Sur y perdió ante Camerún. Un torbellino de sensaciones, nadie más autorizado entonces: "El primer partido es el más difícil de todos, hasta más difícil que la final. El primero te da la confianza, la seguridad, la sensación de que encontraste el equipo, esa que nos anda faltando. Y, contrariamente, te puede llenar de dudas", cuenta por estas horas desde Bronnitsy, búnker ruso de la selección. No podía resumirlo mejor.
Aparece otra palabra autorizada. "El rival más difícil es el primero, siempre es importante el debut en el Mundial. Es el partido en el que necesitás sumar rápido, es el que mayor expectativa habrá y mayor nerviosismo también. Entonces será un partido muy especial para nosotros". Vaya si será trascendente el comienzo. ¿Quién lo dijo? Jorge Sampaoli, hace cuatro años. Dirigía a la selección de Chile camino a Brasil 2014 y le concedía a la presentación un valor diferencial. ¿Cómo le fue? Ganó, ganó con autoridad, 3 a 1 frente a Australia, en Cuiabá, con goles de Alexis Sánchez, Valdivia y Jean Beausejour. Mañana se cruzará con un adversario con menos historia aún.
Espera Islandia. El debut no es cosa de todos los días. Precisamente, es ese día, ni antes ni después. Será especial para todos. Para Salvio, Tagliafico y Maximiliano Meza, absolutos aprendices en una Copa del Mundo. Y para ‘Willy’ Caballero, que girará levemente su cuerpo sobre la cancha del Spartak para cantar el Himno con sus ojos clavados en la bandera argentina. Pero también conmoverá a Messi en el lanzamiento de su eterna obsesión. Y a Rojo y a Biglia en su compartido operativo revancha (o venganza). Y a Otamendi, que volverá a un Mundial después del 4-0 de Alemania en 2010 y de ser señalado por su técnico Maradona como el distraído que precipitó la paliza. Y al ‘Kun’ Agüero, que todavía ni festejó un gol propio en los mundiales. Y a Di María, que buscará espantar definitivamente los demonios. Y a Mascherano, que igualará a Maradona: solo ellos habrán sido titulares en el estreno de la Argentina en cuatro mundiales consecutivos.
Negro será el debut, pero es de esperar que solo en la vestimenta. La Argentina lucirá en Moscú la camiseta alternativa, la negra, esa que aparecerá para desobedecer la histórica paleta en celeste y blanco, con algunas pinceladas en azul, y así sumarse a otra rareza: la remera amarilla que se puso en Suecia 58. ¿Por qué? Es otra historia, pero como se enfrentaba con Alemania Occidental y podían confundirse, un sorteo arrojó que la selección necesitaba un juego alternativo. No lo tenía. La gestión urgente consiguió los colores del IFK Malmö, un club local. Perdió 3 a 1 esa selección que dirigía Stábile. Mal presagio, lo peor estaba por llegar en aquella Copa.
Pero la balanza invita a la confianza. Después de 16 participaciones mundialistas, la Argentina se impuso en 11 de sus presentaciones y solo cayó en cinco. Nunca empató. Es más, lleva seis triunfos consecutivos, una fantástica propulsión para expulsar a los agoreros. La selección no pierde en la apertura desde Italia 90 con el gol del camerunés François Omam-Biyik. Estalló una crisis en Trigoria. Ese tropiezo obligó a recalcular de manera urgente. Nadie podía sospechar que esperaba la final un mes más tarde en el Olímpico de Roma.
Que sea Islandia el primer examinador activa las más estimulantes sensaciones. Cada vez que la Argentina estuvo invitada a un bautismo, festejó. La selección ganó en las cinco ocasiones que tuvo como primer rival a un debutante en los mundiales. Ocurrió frente a Bulgaria en el ‘62, con Grecia en los Estados Unidos ‘94, con Japón en Francia ‘98, con Costa de Marfil en Alemania 2006 y ante Bosnia en Brasil 2014. Un tormento para los novatos. A la Argentina no le interesa oficiar de buen anfitrión con los principiantes.ß
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