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La primera hazaña
Hace hoy 100 años, Alumni vencía a Sudáfrica por 1-0, lo que representó la primera victoria de un equipo argentino sobre uno extranjero
Hace hoy un siglo justo que poco antes de las 14 una multitud, estimada en alrededor de diez mil personas, colmaba las tribunas del campo de la Sociedad Sportiva -hoy en día el Campo Argentino de Polo- o se apiñaba contra las barandas que lo rodeaban. Habían llegado hasta las inmediaciones en trenes especialmente fletados, en los ya abundantes tranvías eléctricos, en coches de plaza tirados por caballos y, los más excéntricos o más pudientes, en algunos de los vehículos del entonces muy escaso parque automotor. Representaban a todos los niveles de nuestra sociedad. Allí estaban desde el presidente de la Nación, el Dr. José Figueroa Alcorta, de rigurosa levita y bajo cuya lustrosa galera de felpa asomaban los inevitables bigotes con forma de manubrio, hasta orilleros de sombrero blando, pañuelo al cuello y alpargatas. Los convocaba un partido de fútbol, en el cual habrían de medirse nuestro Alumni y el combinado de Sud Africa, que había llegado aquí por convocatoria de la Liga Argentina y tras una accidentada travesía marítima.
Una esperanza
Los aficionados argentinos alentaban la fundada esperanza de poder asistir, por fin, al éxito de una alineación compatriota. En 1904 y 1905, respectivamente, habían presenciado con resignación las amplias demostraciones de superioridad de los profesionales de los clubes ingleses Southampton y Nottingham Forest. Ahora, el hecho de que los sudafricanos fuesen amateurs y los progresos habidos en el fútbol metropolitano y rosarino daban pie para interpretar que Alumni, el más fuerte conjunto local, tenía la posibilidad de salir victorioso, incluso a pesar de que dos días antes y en su presentación, los visitantes habían batido por 14 a 0 a un conjunto formado por futbolistas que, además, eran estudiantes universitarios.
Bulliciosa y expectante, la multitud se entretuvo con las marchas ejecutadas por dos bandas militares, mientras aguardaba la salida de los contendientes. Muchos recitaban de memoria y a la antiquísima usanza (1-2-3-5) los nombres que integraban la formación nacida al calor de la Buenos Aires English High School: José Buruca Laforia, Carlos Carr Brown y Jorge Brown; Andrés A. Mack, Carlos Buchanan y Patricio Browne; Guillermo Weiss, Alfredo Brown, Ernesto A. Brown, Carlos Lett y Eliseo Brown. Otros inquirían cuáles de los quince jugadores extranjeros ingresarían en la cancha. Y en definitiva lo hiceron W. G. Brown (nada que ver con sus rivales del mismo apellido); H. Heeley y J. Robison; W. Schmidt, J. B. Binckes y T. Chalmers; J. Mc Intyre, R. Tyler, R. P. Thorne, W. Mason y C. Hartigan.
El partido
Era absurdo pedir silencio. Los vítores hendían el aire desde mucho antes de que el mejor árbitro del país, Guillermo A. Jordán, pitase la iniciación del mach y la pelota, de infaltable y ajustado tiento, comenzase a rodar, impulsada por veintidós pares de pies sólidamente enfundados en botines de calle, de caña alta, puntera reforzada y con taco.
Ambos conjuntos se repartían los avances cuando se produjo el primer sobresalto: Ernesto Brown estaba lastimado en una pierna desde hacía una semana; quiso aguantar, pero muy a pesar a los 15 minutos tuvo que retirarse. ¿Alumni con diez jugadores? No. El capitán visitante se acercó al líder local, Jorge Brown, y le ofreció que reemplazase al delantero lesionado. Juan Brown apenas demoró el tiempo imprescindible para cambiarse y a poco se ubicó en el centro del ataque de Alumni.
Durante todo el primer tiempo, los sudafricanos asediaron la valla adversaria. Pero Laforia, tan pequeño cuanto ágil, cubierta su cabeza por un vulgar chambergo, hizo prodigios y fue, tal como lo señalaron los diarios, la figura del encuentro, con la eficiente colaboración de sus zagueros y medios.
El gol
Tamaña defensa dio frutos en el segundo período. Alentado hasta el enronquecimiento, Alumni avanzó con mayor frecuencia y su perseverancia dio frutos a los 16 minutos. Desde el centro de la cancha y a toda velocidad, Weiss eludió a varios oponentes, esperó y dejó atrás a Robison, y le cedió la pelota a Alfredo Brown, quien amagó a la derecha del arquero sudafricano y remató a la izquierda. Gol y delirio del público. Ya era frecuente salir de la cancha con un ronquera pertinaz.
Un juego hermoso
Después, fue cuestión de capear la furiosa reacción de los sudafricanos. "Proezas atléticas" denominó LA NACION al que calificó de "juego tan hermoso que difícilmente será olvidado por todos cuantos estuvieron ayer en Palermo". Según nuestro diario "Alumni ha jugado ayer como nunca". Y el público retribuyó con todo fervor esa entrega que, aunque nadie lo hubiese predecido, era el prólogo de un texto que se ha seguido escribiendo aquí y allá hasta llegar a su página actual en la distante Alemania.
Ni bien acabó el encuentro, las bandas de música tocaron a diana y los espectadores invadieron la cancha para llevar en andas a los vencedores hasta el palco oficial, donde fueron felicitados por el presidente de la República.
Guardando las distancias, nada que fuere muy diferente del apasionamiento de hoy en día.
Pero no en vano eran otros tiempos, otros hombres y también otros intereses. Esa noche nuestro diario, que se había caracterizado por contribuir a la difusión del fútbol, recibió una carta suscripta por el secretario y half izquierdo de Alumni:
"Señor director de LA NACION - Muy señor mío: Rogamos a usted muy encarecidamente quiera hacer público nuestro agradecimiento al capitán del team de Sud Africa, Mr. Heeley, por su caballerosidad, al permitir reemplazar a Ernesto Brown , cuando se lastimó, por otro jugador, el Sr. Juan Brown.
"Sin más que agradecerle de antemano, lo saludamos atentamente. P. B. Browne, secretario del Club Alumni. Junio 24 de 1906."
Sí, eran otros tiempos.
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