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“La Pepona” Reinaldi, el ídolo cordobés que pasó por Belgrano y Talleres y le dio un título inolvidable al River del ‘75
Con 72 años, es director de la Escuela de Técnicos de Córdoba. Sus recuerdos y la anécdota imperdible con el escritor Jorge Luis Borges
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CORDOBA.- “Este es un grande”, dice el mozo del bar. “Vos sí que no sabés nada de fútbol”, le comentan divertidos dos hombres en una mesa. Él saluda y se mueve como un habitué en el café cerca de su casa a donde pasa a diario, muy cerca de otro donde juega al ajedrez. José Omar “la Pepona” Reinaldi sigue rubio y pelilargo como cuando jugaba en Belgrano, Talleres y River (estuvo a punto de sumarse a Boca). El domingo 1° de mayo recibió varios videohomenajes desde Ecuador, porque es el aniversario de Barcelona de Guayaquil, donde jugó y dirigió.
A los 72 años -nació en Villa María el 27 de mayo de 1949- dirige la Escuela de Técnicos y se apasiona hablando del tema. Tres veces a la semana da clases y un día viaja a su ciudad natal a ver a su mamá, de 101 años. Cuenta que camina “mucho” y que dejó de jugar al fútbol hace seis años, hasta cuando participó en un campeonato amateur. Un desprendimiento de retina fue la causa. “El oftalmólogo me dijo ‘hacé lo que quieras, pero si jugás y te dan un pelotazo, quedas ciego’”, repasa.
No oculta la emoción cuando cuenta que lo alegra cuando pasa algún joven y lo saluda con un “hola profe” porque lo conoció en la escuela de técnicos. “No se acuerda de mí como campeón o como jugador, sino por lo que enseñamos. Nos interesa que aprendan a gestionar grupos, formarlos como personas junto con la familia y el deporte -describe-. Entran con mucha ilusión y expectativas”.
Los más jóvenes saben quién es por sus padres y abuelos. Se dice “afortunado y feliz” por ser un “elegido” por la gente, porque los hinchas de todos los clubes lo saluden con cariño y también por haber integrado equipos con “grandes jugadores”. Menciona algunos con los que sentía que jugaba “de memoria”, pero advierte que quedarán otros afuera: Carlos “Chupete” Guerini, Daniel “la Rana” Valencia, el Negro Juan José López, Luis “El hacha” Ludueña. Suma a Norberto “Beto” Alonso, de River con quien, agrega, “compartí mucho juego pero lo admiraba”.
“Sin los complementos un equipo no funciona -enfatiza-. Yo jugaba a la sombra y no corría, era un gusto jugar con ellos; todos son útiles en la cancha”. También dice que en sus años de actividad lo reconocían por “rubio y pelo largo”, una melena que ningún DT le pidió que se cortara.
“Era joven, épocas de hippies y revolución, nos vestíamos de jean cuando iba a la facultad -recuerda-. Ya jugando los argentinos nos destacábamos por los trajes. Hace 40 años eran los yanquis los que iban de remera y pantalón ancho en un aeropuerto, no los otros”.
Reinaldi hizo dos años de Arquitectura en la Universidad Nacional de Córdoba y se arrepiente de no haber seguido. “Me encantaba y es lo que intentamos inculcar a los chicos que van a ser técnicos, a que orienten a los jóvenes a su cargo, a que los alienten a seguir estudiando”, señala.
Asegura que de chico no pensaba ser jugador de fútbol aunque siempre practicaba porque su papá tenía un equipo de baby fútbol en Villa María. A los 15 debutó en primera en Villa María y con los “pesos” que le daban en el club ahorró para venirse a Córdoba a estudiar. Vivía en una pensión en la calle Neuquén en el barrio Alberdi, iba a clases caminando y a almorzar a la Ciudad Universitaria. “No había plata, era la forma de estudiar”.
Su club decidió prestarlo a Lavalle (hoy Unión San Vicente) y, en paralelo, jugaba en las Olimpíadas Interuniversitarias para su facultad. “Quería dejar, pero el cantinero de la facu me ofreció darme todos los días el desayuno para que siguiera y seguí”. En Lavalle llevaban unos tres meses sin pagarle y pensó en regresar a su ciudad y en ese momento Belgrano lo convocó como refuerzo para jugar el Campeonato Nacional. Era 1968.
Carrera por los grandes
El técnico de la B era Raúl Arraigada y Reinaldi llevaba dos meses sólo jugando para la facultad cuando fue a probarse frente a Estudiantes de La Plata, que venía de ser campeón de América. Le ganaron 1 a 0 y a él lo reemplazó a los 30 minutos del segundo tiempo otro debutante, Bernardo Patricio Cos. De ahí pasó a River, donde estuvo en 1975 y 1976.
“Fui partícipe del River que salió campeón después de 18 años”, apunta sobre aquel Campeonato Metropolitano de 1975. Pero Reinaldi fue determinante en el bicampeonato de ese año, cuando River se consagró en el Nacional. Hizo goles claves, uno frente a Estudiantes, en la cancha de Vélez, por el cual ganaron 1 a 0, y el segundo ante Rosario Central, en la cancha de Newell’s. Faltaban apenas segundos cuando la clavó con su zurda y el festejo fue interminable. Una victoria agónica por 2-1 para asegurarse el título. Ese gol mantuvo a la Pepona en la memoria de los hinchas millonarios. No es cosa de todos los días ganar un torneo en la última jugada.
Pasó al Barcelona de Ecuador (en el 77) y regresó a Talleres, adonde estuvo hasta mayo del 81, cuando fue de nuevo a Belgrano. La plata para ese pase fue de barrio Alberdi a la sede de Talleres envuelta en papel de diario. En 1973 tuvo un breve paso por Francia; fue al Red Star y no se quedó porque el cupo de extranjeros estaba cubierto.
El gato de Borges
“La Pepona” es un apodo que le llegó de adolescente porque era rubio y muy flexible: “Era Pepe, pero me pusieron ese otro y quedó. Después se sumó ‘la Pepa’, bien cordobés”. No hace tantos años, Reinaldi se enteró de que la hija de la histórica ama de llaves de Jorge Luis Borges le había regalado al escritor un gato que llevaba por nombre su apodo.
Lo cuenta Epifanía Uveda, el ama de llaves y coautora del libro El señor Borges con Alejandro Vaccaro. “El gato se llamaba Pepo por José Omar Reinaldi, apodado ‘La Pepona’, un delantero de River Plate. Borges recordó el poema veneciano de Lord Byron que se titulaba ‘Beppo’ y lo rebautizó”.
En marzo de 1979, César Luis Menotti lo convocó para la selección argentina; ahí compartió equipo con Diego Maradona. “Ya la rompía, era un grande -señala-. En el 80 nos enfrentamos, él jugando por Argentinos Juniors y yo por Talleres, y empatamos el segundo puesto en el Metropolitano que ganó River, pero ellos quedaron mejor por diferencia de goles. En el 81, Diego debutó en Boca y nos ganaron 4 a 1; después tuvimos la revancha en Córdoba, donde ganamos 1 a 0″.
Tiene una memoria asombrosa para fechas y nombres. Mira mucho fútbol y el que más le gusta es el inglés. “Tiene grandes jugadores y equipos que juegan a ganar, y eso es lo bueno; no importa la tabla. El fútbol argentino es desprolijo y tiene un nivel que no es el que los periodistas dicen; hay 28 equipos en primera y 37 en la B y los mejores no juegan en el país. Se empareja para abajo. Los de mayor poder económico se tragan todo”.
A Reinaldi no le gusta que los técnicos -lo fue durante 15 años- sean siempre el “fusible”. Sostiene que hay “irresponsabilidad” de los dirigentes y que los contratos deberían ser como en Europa, donde si los echan antes, deben pagar todo el contrato. “Si fuera así, cuidarían más el dinero y las formas; si los técnicos se van, también deberían dar un paso al costado los dirigentes que se equivocaron. Es inmoral que un entrenador dure tres partidos”, subraya.
Reconoce que en la actualidad, a nivel local, River tiene un “gran equipo” y destaca la calidad de Julián Alvárez. Sobre los técnicos, desliza que en el fútbol “no hay tanta ciencia” y menciona a Ángel Labruna, quien lo llevó al “Millonario”.
“Labruna no hacía mucho trabajo específico en la cancha; sabía elegir a los jugadores y ponerlos en el puesto necesario. Hay que saber mirar cuál juega bien y cuál sirve y no todos tienen esa habilidad. Es como cuando un goleador convierte de rebote: eso se llama intuición y no se puede enseñar”, sintetiza. Insiste en que un DT “vive de su palabra, de convencer al grupo, debe ser un ejemplo, no contradecirse y ser justo. En todos los equipos es más difícil convencer a los que no juegan, y eso que se ha facilitado con los cinco cambios permitidos”, modificación reglamentaria con la que se muestra en desacuerdo, porque “tienen ventaja los de mayor poderío económico y el juego pierde sentido”.
La Copa del Mundo de Qatar no lo tiene muy entusiasmado. “Se prioriza lo económico y no lo deportivo”, apunta. Y no le gusta que llamen “la Scaloneta” a la selección. “Es despectivo. Lo oficializaron después, pero le decían así en medio de los ataques que recibía el equipo. Por eso estoy feliz de que se haya clasificado para el Mundial”.
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