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La película de una noche para el recuerdo: cuando River gestó una remontada de enciclopedia
Ignacio Scocco jugó un partido majestuoso y pasó de ser villano -hace una semana- a genio, en un 8-0 inolvidable en el Monumental
No fue una hazaña. Fue, en realidad, una noche de fútbol mágica, que quedará en la historia con la prepotencia del juego, con la épica de los que se saben gigantes. River lo es. River lo es, aún más, desde que Marcelo Gallardo está en su órbita: casi todo lo que toca, lo convierte en oro. Su estirpe aún adeudaba una gesta de este calibre, una remontada de enciclopedia. River es el primer equipo que marca ocho goles en cuartos de final de la Copa Libertadores . La derrota por 3 a 0 contra Jorge Wilstermann , el jueves pasado, en los 2500 metros de Cochabamba, no lo encogió ni en el vuelo de vuelta. Creó un plan: destrozar al rival y a los demonios internos. Convertirlo en una formación barrial, impropia para una competencia semejante. Y lo hizo en un festival de goles liderado por Nacho Scocco, el villano de días atrás, genial en una noche, la del 8 a 0, en la que anotó cinco y que es para toda la vida.
La rápida salida de Driussi y el intempestivo adiós de Alario sacaron de la escena al arco millonario: River perdió, con ellos, 46 goles. Scocco, ahora, bromea con esos datos. Fanático millonario desde pequeño, construyó, ladrillo por ladrillo, gol por gol, la impensada clasificación millonaria a las semifinales. Fue el líder (custodiado de cerca por Enzo Pérez, otra figura e hincha) de un huracán de fútbol, que lo tuvo todo. Toques, lujos, paciencia, voracidad.
Scocco se había presentado con un tiro libre en Asunción, el primero del 2-0 contra Guaraní, por los octavos de final. De 32 años, preso de repetidas lesiones en Newell’s en tiempos recientes, el santafecino había quedado mezclado en la tempestad de su mala puntería en Bolivia. Pateó con los ojos cerrados, extravió el olfato en tres tiros de cabotaje, impropios de su calibre. No sólo fue la reivindicación: también, espantó las brujerías de la ausencia de Alario y de los goles ausentes. Es, también, el primer futbolista que anota cinco tantos en una eliminatoria directa de Libertadores.
River se enfrentará en las semifinales con Lanús. El primer cruce está previsto en el Monumental en la última semana de octubre, mientras que el desquite se jugará en el Sur, entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre.
La lluvia, en un primer tramo, colaboró con la película: el agua y el barro suelen ser cómplices del fútbol grande de River, como ocurrió en las finales de 1986 y 2015. La tensión se corrió en un costado, con un equipo preparado para la furia, con la cólera de los que saben que no hay otro camino para la grandeza que el ataque, sin respiro, con limitada pausa, con la energía de una primera vez. Scocco, alicaído en ese primer choque, capturó la espada, se abrigó con la capa y se convirtió en un súper héroe. En diez minutos (entre los ocho y los 18 minutos) marcó tres goles, uno más bonito que otro. Un juego de amagos, con un zurdazo sutil; un disparo furioso que quemó las manos de Olivares; y un toque sutil, a la salida de un lateral. No creó una sinfonía personal de Teatro Colón: en realidad fue el último pase de un concierto grupal de rock internacional, potente y furioso. La débil resistencia de Wilstermann completó la escena; se pareció a un equipo amateur, incapaz de dar dos pases seguidos, angustiado por el marco.
Esta versión diminuta del conjunto boliviano no se corresponde con su digna competencia, en la que eliminó a Atlético Mineiro y, en el primer encuentro, golpeó en la mandíbula de River, tres estocadas con la prepotencia de la efectividad. “Este es el famoso River, el famoso River Plate…”, anticipó el público, en el repleto escenario. Fue una señal.
Un pase genial de Nacho (¡otra vez!) para Enzo Pérez, significó no sólo el 4-0 y la tranquilidad; era la invitación al futuro: esta clase de partidos están destinados a la antología. Y a River todavía le queda lo mejor. Nacho Fernández, Pity Martínez, Enzo Pérez, hasta el pibe Montiel crearon una obra pocas veces vista en tiempos recientes. River convirtió a Wilstermann en un equipo subterráneo. Ni para pegar tuvo puntería.
A los 37 segundos del segundo tiempo, el personaje de la portada y del mes, anotó el quinto. Entrometido, Nacho Fernández hizo el sexto y, de modo insaciable, Scocco pisó el área y marcó el séptimo. Siete tiros dispuso en el Félix Capriles, siete tuvo en Núñez: todo un símbolo. El 8-0, el segundo de Pérez, fue una corrida fulminante, casi de área a área, una joya para coleccionar, para cerrar el estadio.
Iban 25 minutos del segundo tiempo. El festín, en realidad, ya se había acabado. Marcelo Gallardo, el guionista ideal, pidió el cambio: salió Nacho, entró el pibe Borré. La primera gran ovación. Y no sólo de los hinchas que, empachados del embrujo, casi ni gritaron los últimos goles. De pie, aplaudieron al goleador de la noche formidable. No fueron los únicos: también lo hizo el entrenador y sus compañeros. Es que River, con Nacho y todos los demás, fue un aplauso, de principio a fin. Por Scocco, sí. Y por este trago épico que sólo el fútbol puede ofrecer.
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