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La “nueva” selección demostró que le sobra carácter, pero todavía le falta juego
La selección argentina vivió su primera experiencia ante un rival europeo desde la derrota ante Francia en Rusia2018 y estoy convencido que le dejó un saldo positivo a Lionel Scaloni. No por el resultado final, sino porque el desarrollo tiene que haberle dado pautas y datos suficientes para sacar conclusiones de cara al futuro.
El fútbol tiene propiedades que le son intransferibles. El juego es una, por supuesto, y en ese sentido nadie discute que en los momentos en los que logró imponer las condiciones, Alemania jugó mejor que la Argentina. La alineación cuasi experimental que planteó Jöachim Löw demostró lo que ocurre cuando todo el fútbol de un país se alinea detrás de una idea. En las academias y las escuelas se aprenden y mejoran las cualidades técnicas y la comprensión del juego, y desde esa base surgen las soluciones creativas para superar los obstáculos que plantea el rival.
Ser competitivo por encima de cualquier circunstancia es otra propiedad del fútbol, y resultó lo más notable y valioso que enseñó la Argentina. Todo equipo puede tener un mal desempeño o ser superado en un primer tiempo, lo interesante es observar las respuestas anímicas, la rebeldía para revertir la situación adversa, si a los jugadores les pesa el momento, si asumen responsabilidades, si toman decisiones. En definitiva, si están preparados para jugar en la selección. El miércoles se comprobó que estos futbolistas efectivamente lo están.
Pero esto no puede soslayar la necesidad de jugar mejor. No en lo táctico ni en lo estratégico, sino en la capacidad colectiva para superar al rival y convertirse en un equipo agradable a la vista, algo que solo será posible en la medida que el entrenador tenga una idea clara, en la elección de los jugadores, y en el valor que le dé a la pelota, la base de todo.
Sin duda, dar por finalizado el período de pruebas ayudaría mucho para alcanzar una meta que es compleja en sí misma y además se ve muy condicionada. El poco tiempo disponible para entrenar, los partidos esporádicos y la carencia de cimientos sólidos dificultan aún más la tarea.
Me ocurre que cada vez que me siento a ver a la selección siento que está en construcción. Cuesta identificarse con un equipo cuya idea de juego es difusa y en el que casi se ha naturalizado no saber nunca quién va a ser convocado, quién y de qué va a jugar.
Diseñar un equipo lleva su tiempo y soy consciente del escenario en el que se mueve el técnico, pero no se puede estar siempre en etapa experimental porque de ese modo nunca se alcanza cierta seguridad en el rendimiento. Sería muy beneficioso, incluso de puertas hacia adentro, sostener un mismo equipo durante tres o cuatro partidos para despejar las incertidumbres. La reacción que llevó al empate en Dortmund, derivada del acierto en los cambios, le da una buena oportunidad a Scaloni para fortalecer su autoridad frente al grupo –entendida como entrega al conocimiento– y empezar a definir con cuáles jugadores cuenta para terminar de brindarle una forma, un estilo al conjunto.
La irrupción de Lucas Alario incorpora otro punto de debate. No es justo valorar a un jugador, a favor o en contra, por 30, 45 o 90 minutos de juego. En ese sentido, el fútbol lamentablemente ha cambiado mucho. Antes, el chico que superaba los filtros llegaba a Primera sabiendo que iba a disponer de un puñado de partidos para mostrar sus virtudes. Contaba hasta con el "permiso" de equivocarse, sin que esto significara el descarte inmediato.
Hoy la rueda gira mucho más rápido y a veces resulta extraño, hasta misterioso entender lo que planifican los entrenadores. El ciclo de Scaloni es rico en estos detalles. Hay jugadores que aparecen y desaparecen sin razón aparente –Matías Suárez, Lisandro Martínez, Nicolás Figal…–; Marcos Rojo, que no juega en su equipo y no necesita pasar ninguna prueba, es llamado para ser titular en un puesto donde no se desempeña habitualmente; Juan Foyth, que es central, juega de lateral derecho. No hay ninguna profesión en la que todos sean iguales, no da lo mismo un futbolista que otro ni una función que otra, y sin embargo suceden estas cosas.
Surgen entonces varias preguntas. ¿Por qué Alario tardó tanto en volver a la selección? ¿Por qué lo hizo ahora, si su situación en el Bayer Leverkusen no varió de un modo sustancial? ¿Marcar un gol en la primera pelota que tocó le garantiza un puesto? ¿Qué va a pasar si en el próximo partido no convierte?
Un entrenador debería estar convencido de que el hombre que elige es el ideal para cumplir una función dentro del funcionamiento que plantea, y tendría que transmitirle y demostrarle que confía en él, aun si juega mal un partido o dos. Responder a las urgencias del entorno en función de una actuación de 45 minutos no es la forma más idónea de darle una estructura y una orientación definida a un equipo.
Hay un cierto aire de esperanza depositado en esta generación de la que el propio Scaloni forma parte. Todos los partidos sirven para sacar conclusiones y el de Alemania aportó una buena cantidad de datos. Ojalá sean útiles para encontrar el equipo e ir consolidando esa ilusión.
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