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La muerte de Diego Maradona: el último adiós y la intimidad de una ceremonia de llantos compartidos y un aplauso final
La morada final, el campo en el que la pelota hizo la última pausa, fue un terreno reservado para pocos. La familia y los allegados íntimos, un minúsculo y selecto grupo de treinta personas que acompañó el breve responso que se desarrolló bajo una pérgola que tuvo arreglos florales y un puñado de bancos. Lejos de las cámaras, de los ojos indiscretos,el Jardín de Bella Vista recibió a Diego Maradona, que dormirá eternamente muy cerca, a metros de las dos personas que más amó y extrañó en estos últimos años: sus padres, Dalma Salvadora Franco, Doña Tota, y don Diego Maradona, Chitoro. El ídolo, finalmente descansa en paz. Su legado futbolístico ya era eterno desde mucho antes.
De la ceremonia participaron su exposa Claudia Villafañe y sus hijas Dalma y Gianinna; las hermanas Ana, Rita, Elsa, María Rosa, Claudia y su hermano Raúl; su hijo Diego Fernando y su madre Verónica Ojeda; su hija Jana; Guilermo Cóppola, el abogado Fernando Burlando, y el ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, Sergio Berni...
El féretro, con la bandera argentina envolviéndolo, fue transportado a manos por los familiares y amigos entre la emoción, lágrimas y los llantos compartidos. Las palabras del sacerdote, un aplauso corto. Las exequias se realizaron en un ambiente de tranquilidad, dentro de un respetuoso silencio. Muy a lo lejos se escuchaban, a unos 300 metros de la entrada del Jardín de Paz, a unos 200 seguidores con bombos y banderas, y el "olé olé olé, Diego, Diego...". Poco después de las 20, los allegados comenzaron a retirarse.
Un rato antes, a las 19, el cortejo fúnebre hizo el ingreso al cementerio privado, después de casi una hora de recorrido desde la Casa Rosada. Un operativo cerrojo custodió la llegada del viaje, ese que miles de personas saludaron al costado del camino. La caravana fue escoltada por motocicletas de la policía y la autopista fue un sendero donde la gente se agolpó para darle también una calurosa despedida.
"De Cebollita soñaba jugar un Mundial y consagrarse en Primera... Tal vez jugando pudiera... A su familia ayudar…". La inconfundible voz de Rodrigo Bueno y ese himno llamado La Mano de Dios sonaba a todo volumen en una humilde casa cercana al Jardín Bella Vista. Era el tiempo de la vigilia, la espera más dolorosa, la que se convirtió en una pesadilla inimaginable, de esas que no entran en los libretos de nadie.
En cada cruce de la avenida Mayor Irusta con las seis cuadras que separan este cementerio privado de la arteria de acceso principal más cercana, hubo niños, jóvenes y adultos. Algunos con la camiseta de Boca. Otros con la de la selección argentina. También hay de River, de Argentinos, de Barcelona... El código de etiqueta para este último adiós al máximo ídolo es ese: cualquier indumentaria vinculada al fútbol es válida. Y si hay una pelota rodando, mejor. "Ma-ra-dona. Ma-ra-dona", grita un nene que ni siquiera lo vio como entrenador de la selección argentina en 2010 e igual lo ama.
El kiosco ubicado casi enfrente a la entrada principal bate récords de venta. Es su mejor día en un año de cuarentena que también afectó a su dueño. Se venden gaseosas frías, medialunas y hasta algún pancho y empanadas. Cualquier cosa vale para matizar la vigilia de un día largo que parece formar parte de una triste película. La primera corona que llegó fue la que envió otra leyenda: Pelé. "Que Dios te reciba con mucho amor", rezaba el adorno floral.
Con el correr de las horas la zona se fue poblando. De medios, de vecinos y de policías, que en la previa hicieron lo imposible por evitar inconvenientes y controlar a las masas. Frente al cementerio, el ritmo del paso del tiempo lo marcaron los bombos y las banderas de los hinchas, que a la distancia, a unos 150 metros de la puerta de entrada, aguardaron expectantes el paso del ídolo para homenajearlo. Por momentos, el ruido de moscardones alteró la tranquilidad del lugar. Eran drones, que en su mayoría sin la habilitación correspondiente, invadieron desde el cielo ese momento íntimo.
Justo enfrente de la puerta principal colgaban banderas argentinas. Allí solo accedieron los periodistas y los reporteros gráficos, que se subieron a los techos de las casas frentistas para ver si podían tomar alguna imagen del momento eterno en el que el cajón con el cuerpo de Diego Maradona era sepultado. Aunque también trascendió que el ídolo habría firmado un papel en el que dio la orden de ser embalsamado para ser exhibido para siempre.
Todo lo masivo, cercano, caliente, desbordante y maradoniano que pudo haber sido el velorio en Casa Rosada se quedó allí, en el centro porteño. En esta localidad del noroeste porteño solo hubo distancia, privacidad, un amplio portón de madera y altos árboles que lo ocultaron prácticamente todo. El paso del coche fúnebre se demora apenas un puñado de segundos en pasar e ingresar a lugar. Lo mismo ocurre con el transporte de sus familiares y amigos. Un mínimo intento de desborde que fue controlado y el móvil de la TV Pública que debió dejar de transmitir por un momento, porque los más exaltados se treparon para desde ahí tener una vista mejor.
Después de más de cuatro décadas de acostumbrar y acostumbrarse a compartir cada paso de su vida con el mundo casi en tiempo real, su despedida fue un acto privado. Íntimo. Inmensamente pequeño para lo inmensamente grande que fue su figura. Así lo decidieron su exesposa Claudia Villafañe y sus hijas Dalma y Gianinna. Después de décadas de compartirlo con todo el planeta, se guardaron para ellas este último instante.
Fue una jornada larga y extenuante, aunque en realidad el recorrido comenzó el miércoles al mediodía, cuando la noticia de la muerte arrasó con todos los récords de trending topics a nivel mundial. Fueron ellas tres –Claudio, Dalma y Gianinna– las que organizaron el velatorio familiar en la Paternal y el masivo en la Casa Rosada. Fueron ellas las que acompañaron el cuerpo de Diego en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos. Fueron ellas tres las que decidieron cuánto duraría esa veneración del pueblo a su ídolo. Y fueron ellas tres las que siempre estuvieron cerca en las malas, donde queda más evidencia el cariño real de una persona por la otra.
"Gracias Claudia", le gritó a media mañana un fanático, mientras se golpeaba el pecho en el medio del salón y con el féretro con el cuerpo de Diego entre uno y otra. Ella lo miró con los ojos cansados de llorar, alzó su mano derecha y lo saludó a la distancia. Dalma, también devastada, se sorprendió. Y más tarde se puso de pie para aplaudir a otro maradoniano que insultó al abogado Matías Morla, una de las personas a la que no se les permitió el ingreso a los velatorios. Lo mismo sucedió con Rocío Oliva.
De Tigre a la Paternal. De allí al centro porteño y finalmente, a Bella Vista. Así fue el último recorrido de una leyenda del fútbol mundial.
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