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La mirada de Hernán Crespo en LA NACION. “La Argentina no tiene que prestarle la pelota a nadie”
La selección demostró que puede generar ráfagas de fútbol; la tranquilidad llegará cuando empiece a concretar
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SAN PABLO.– La pelota te describe, revela tus intenciones. Y la Argentina disfruta de la pelota, la necesita para desplegarse. Por la concepción de sus futbolistas, por su perfil, por la sensibilidad que le conocemos a Leandro Paredes, a Rodrigo De Paul, a Gio Lo Celso, y a Leo, desde luego. El equipo se siente cómodo desde la posesión, y desde ese control construye la profundidad. Como la pelota es su brújula, no le es orgánico reagruparse rápidamente y cerrar espacios. El talento no tiene incorporado, naturalmente, el retroceso. Entonces las transiciones y pérdidas de pelota asoman como una amenaza. Tiene solución y la Argentina cuenta con las herramientas. Puede resolverlo: la Copa América apenas comienza.
Las intermitencias son un reto para cualquier equipo. Como las pérdidas, que siempre duelen. Entonces aparece un desafío: adquirir estabilidad sin perder talento en la cancha. Sin resignar características de posesión, alcanzar el equilibrio con las mismas piezas. Lograr un ‘nivel crucero’, una previsibilidad de rendimiento, impacta de inmediato en la confianza. Y con la calma, las puertas al gol se abren. Es un efecto dominó: un paso habilita al siguiente. La Argentina necesita la pelota, y cuanto más tiempo la tenga, mejor: para atacar y para evitar que la lastimen.
Después, se trata de acentuar la eficacia. El peligro que genera el equipo podría ser suficiente para trasladarlo al marcador. La selección está demostrando que puede generar ráfagas. La tranquilidad llegará cuando se puedan aprovechar estas oportunidades de gol. Y salgamos por un instante de la magia de Messi, que en su dimensión inexplicable es capaz de cualquier cosa en cualquier momento. Pero, por ejemplo, la vía de la pelota parada hasta ahora no ha sido un atajo hacia el gol. Entonces la Argentina necesita mucho volumen de juego para colocarlo a Lautaro Martínez en la mejor condición de cara al gol. O a Nico González, como lo logró en varias secuencias frente a Chile. Vuelvo sobre la idea: para disponer de ese volumen, que luego se traduzca en peligro, la Argentina necesita la pelota. La Argentina y la pelota deben ser indisociables.
Encontrar la amalgama para que el equipo sea capaz de soportar los momentos desfavorables -que inevitablemente van a llegar ante rivales con jerarquía-, y nunca desenfocar la búsqueda, porque la pelota siempre debe ser el vehículo. Y todo en el mismo partido, sin tener que resignar piezas o realizar giros muy bruscos para ser confiable en ambas fases del juego. Estabilidad, insisto sobre el concepto. Estamos en la búsqueda de la constancia, sabiendo que los beneficios de conseguirla son fabulosos: afirman tu identidad, te acercan al gol, crece la confianza y todo impacta favorablemente sobre tu ánimo.
Son, además, las complicidades imprescindibles para Messi. Ese Lionel Messi que quiere ganar la Copa América. Y todos lo deseamos junto con él. Todos, hasta me atrevería a decir, independientemente de la nacionalidad de los aficionados y de los críticos. Porque todos sabemos que el fútbol le debe un título con la selección argentina. Competitivo, obstinado, ejemplar. Su entusiasmo, después de haber perdido tres finales en 2007, 2015 y 2016, contagia. Su perseverancia deja más al descubierto al fútbol. Lo desnuda, lo expone. No puede seguir siendo indiferente con la determinación que muestra Messi.
Es una Copa América especial, no se puede obviar el contexto. No debemos hacerlo. En Brasil nadie se esperaba este torneo, pero de repente, casi en un pestañeo, los hinchas se lo encontraron frente a sus pantallas del televisor. La primera reacción fue de sorpresa en un contexto sanitario adverso, con tanta angustia como retrato cotidiano. No hay clima, no hay atmósfera de competencia. Pero sabemos cómo actúa el fútbol sobre las emociones: si Brasil avanza y crece su propuesta, alineará adhesiones y los torcedores le prestarán atención a la Copa. El fútbol enciende interés, incluso, cuando las prioridades y las urgencias corresponden a otra agenda. Lo sabemos.
Conversaba con Tite hace unos días y, como él ya lo ha manifestado públicamente, me comentaba su enojo por tener que jugar la Copa América en Brasil. No aparecía en sus planes ni en el de sus jugadores. No estuvieron ni están de acuerdo con la decisión, pero me ofreció una explicación muy sensible: ‘Vamos a respetar la camiseta, vamos a respetar el sueño de jugar para la selección. Pero desde la empatía, desde el costado humano, no es lógico jugar esta Copa América’. Y me lo decía con pesar, con genuina angustia. Conmovido frente a una realidad dramática para tanta gente en este país, probablemente el más afectado por la pandemia en la región. Esta nación es inmensa y está atravesada por diferentes corrientes políticas, por distintos análisis sanitarios. Por ejemplo, mientras los torneos estaduales siguieron adelantes en muchos sitios, en San Pablo paramos casi un mes.
Desde el campo futbolístico no descubro nada ni ofendo a nadie si afirmo que Brasil se encuentra en otro nivel. Y ellos lo saben. Son la consecuencia de un proyecto que ya suma cinco años. Actualmente están movilizados por la nueva generación que se fue afirmando, la que ganó la medalla dorada en los Juegos de Río en 2016. Con jugadores que están muy identificados con su entrenador, desde la propuesta y desde el afecto. Tite es muy cariñoso y genera entornos confortables para trabajar. Su gestión de los recursos humanos es tan valiosa como su arsenal estratégico. Eso, el jugador se lo devuelve con esfuerzo y alineamiento. Brasil es hoy un grupo talentoso, familiar y convencido.
De alguna forma, esta Copa América significará el último gran ensayo para los técnicos. La última oportunidad de entrenar durante varios días para aquellos planteles que, meses más adelante, se ganen el pasaje para el Mundial de Qatar.
Este certamen encierra un beneficio: les abre una posibilidad de desarrollo, de ajuste y de crecimiento precisamente a aquellos equipos que todavía no definieron su identidad, que están en formación. Pensémoslo juntos: la etapa de grupos te asegura jugar cuatro partidos, y si a ellos les sumamos los dos que por las eliminatorias precedieron a la Copa, ya son seis. Por como está planteado el cuadro, hay muchas chances de acceder a los cuartos de final. Al menos, habrás tenido la oportunidad de jugar siete partidos. Siete partidos en alrededor de un mes, con sus correspondientes entrenamientos y días de convivencia, es casi una bendición en esta época de agendas apretadas y casi sin calendarios. No habrá faltado tiempo para mostrar la identidad futbolística, en ese sentido; el formato te da tiempo para la construcción del proyecto. Una magnífica oportunidad de rodaje, de enseñanza. Tengo muchas expectativas en la Copa América a partir de los cuartos de final porque esos ocho equipos llegarán con un recorrido infrecuente. Una Copa atípica que no perdonará distracciones.
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