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La magia de Messi como remedio del Mundial veneno
De Kerala, en India, surge una fuerte pasión por Maradona, Messi y la Argentina, mientras en Qatar crece la polémica por las muertes de los obreros que trabajaron en los estadios y la homofobia legalizada
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Mientras trabaja conduciendo por las calles de Doha, Ahamed recuerda el 22 de junio de 1986 en su India natal. Esa medianoche caminó kilómetros en su pueblo rural de Kerala junto con sus compañeros de escuela, iluminados con linternas, hasta que llegó al único televisor que trasmitía Argentina-Inglaterra. Pequeño. Blanco y negro. Eran las dos de la madrugada. La dueña de casa sirvió té negro para combatir el sueño. La imagen no era la mejor. Pero ganaba nitidez cada vez que mostraba la camiseta número 10. Así nació en la India el amor por Diego Armando Maradona. Por la selección albiceleste y por la camiseta 10 que ahora lleva Lionel Messi. El argentino es figura central de la fiesta polémica que la FIFA abrirá este domingo en Qatar.
Ahamed, que llegó a Qatar en 2005, y vive feliz en Doha, me retrasmite escenas viralizadas de adoración por Messi en Kerala, un Estado sureño de 35 millones de habitantes, que confronta el sistema de castas y la religión (pilares de la sociedad india), tiene políticas educativas y sanitarias elogiadas hasta por The Washington Post, y que gobierna desde 1957 el Partido Comunista y aliados. Y que ama a Maradona (no solo por México 86). “Todos gustan de Diego, comunistas, musulmanes, negros, ministros, legisladores, jueces, derecha, izquierda, todos”, me dice Ahamed, que el miércoles próximo verá el debut de Messi contra Arabia Saudita en pantalla amplia, en HD.
Hay 750.000 indios en Qatar, buena parte de ellos de Kerala. Hinchas reales de Argentina, como Ahamed. Muchos trabajaron en la construcción de los estadios mundialistas bajo ley esclava, reformada solo después de las presiones internacionales. La muerte de obreros y la homofobia legalizada son hoy los dos puntos centrales de las protestas contra Qatar. Todo esto era público en 2010, cuando la FIFA votó a la monarquía que, tradición del Golfo Arábigo, gobierna desde siempre sin partidos políticos ni sindicatos. Aquel voto corrupto, y en un país pequeñísimo y sin tradición futbolera, se mantuvo aun después de que la FIFA trasladó el Mundial a fin de año.
Tarde ya para actuar, hablé con colegas de Europa (como Florent Torchut y Ramiro Martín, apreciados y respetados), que han renunciado a cubrir el Mundial en protesta por Qatar. Igual que el ex capitán alemán Philipp Lahm y Eric Cantona y la cantante Dua Lipa. Otros colegas donarán una mínima parte de sus ganancias a un fondo común que busca indemnizar a familias de obreros muertos. “Se que no es suficiente, pero es algo”, escribió Max Rushden en The Guardian, el diario británico que a su vez se comprometió a informar desde Qatar sin olvidar que “este Mundial se ha visto empañado por el hedor de la corrupción, el abuso y la homofobia”. No comparto la tesis del boicot, pero estas posturas son mucho más creíbles que las de dirigentes políticos europeos que se han abrazado al oro qatarí para otros negocios, pero aprovechan ahora la tribuna siempre generosa del fútbol para expresar su cuota de indignación oportuna.
Hace casi un siglo, la FIFA también celebró su primer Mundial en una ciudad única (Montevideo). Buena parte de Europa rechazó jugar aquel primer Mundial de 1930 porque Sudamérica le resultaba una región alejada y extraña. Uruguay, que era bicampeón olímpico, celebraba en 1930 el centenario de su Constitución. Era un país con ley de divorcio, educación obligatoria, gratuita y laica y que reglamentaba ocho horas diarias de trabajo. Menos lujos que Qatar 2022, pero más derechos.
En 1930, el mundo tenía dos mil millones de habitantes, no los ocho mil de ahora. La pequeña Doha me recuerda a United Passions, el autobombo cinematográfico financiado en 2014 por la vieja FIFA de Joseph Blatter. En una escena, Joao Havelange (personificado por el actor Sam Neil) busca dinero para la FIFA y exige expandir el fútbol por el mundo. “¡No me importa si llaman a Brezhnev, Castro o Mao!”, grita Havelange. Faltaban los jeques del Golfo.
Si la FIFA realmente quisiera expandir el fútbol nada mejor que el país de nuestro amigo Ahamed. India tiene la segunda mayor población de la Tierra. Superará a China en 2023 con 1.650 millones de habitantes. No es potencia futbolera y todavía se recuerda la leyenda de su debut olímpico, cuando nueve de sus once jugadores actuaron descalzos en los Juegos de Londres 1948. India, claro, no produce tanto petróleo ni gas licuado como Qatar. No garantizaría los ingresos record de 6.400 millones de dólares que, gracias a este Mundial, la FIFA prevé para su ciclo 2019-2022.
Ahí está la vecina Arabia Saudita interesada en el Mundial 2030. Las monarquías del Golfo, que ya tienen a los mejores equipos, codician ahora los Mundiales, nuestro “Planeta Rivotril”, como los llamó el humorista y escritor Pedro Saborido en Radio Destape. El Mundial maldito y Leo Messi a su rescate. Su eventual despedida y la ilusión de que finalmente gane la Copa. Me lo decía ayer Ahamed como sueño de los indios de Kerala. Y un colega japonés desde Tokio. Y otro desde Perú. Qatar-veneno. Messi-remedio.
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