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La lección de liderazgo del Maestro Tabárez en el recuerdo de dos clásicos mágicos en Boca y ante River
Leía en estos días una definición del recientemente fallecido Michael Robinson –el ex jugador inglés que acabó siendo estrella de la televisión española– sobre la relación que establece la hinchada de Liverpool con sus futbolistas. "De alguna manera te someten a un chantaje moral. Cantan mucho y te aman de manera incondicional, sientes que no se les puede fallar", contaba Robinson. Me parece una semblanza perfecta de lo que sucede en una cancha: ante el marco, el jugador se ve obligado a devolver la emoción que le llega desde afuera.
El público es un factor determinante en el compromiso que asume el futbolista, pero por supuesto no el único. La relación que se establezca con el entrenador también está entre las más destacadas.
En un plantel profesional existen jerarquías bien marcadas que llegan por imposición. El técnico está ahí, tomando decisiones, independientemente de su categoría. De hecho, los buenos grupos tienen su propia mística y los entrenadores no siempre forman parte de ella. Son sus actitudes cotidianas las que logran que sea respetado, admirado, incluso querido. Cuando se llega a ese punto todo fluye, el jugador incorpora a ese entrenador como parte de sí mismo y se siente comprometido para entregar un plus.
Un ejemplo que tuve en ese sentido en mi carrera, y que me dejó marcado, fue con el Maestro Tabárez en 1991. Ocurrió en el transcurso de un mes en dos clásicos Boca-River. El primero fue una noche muy mágica por la Copa Libertadores. Nos habíamos ido al entretiempo con un 3-1 en contra. El Maestro llevaba poco tiempo con nosotros y estábamos en plena etapa de reconocimiento. Sabíamos que era muy estricto pero no cuál podía ser su reacción en esas circunstancias. Pensábamos en una especie de castigo o sermón. No fue así. Con mucha serenidad pero con energía, con la temperatura justa y el tacto exacto para tocar la sensibilidad, el Maestro nos dio una charla muy alentadora, nos invitó a partir de cero, a empezar otro partido. No apareció el padre que castiga sino el padre que entiende que estas cosas pueden pasar, que en el fútbol hay situaciones que aparecen y hay que saber dominar.
La suya fue una clase magistral de cómo mirar hacia adelante, de gestión, de liderazgo. Yo tenía 21 años y esa noche empecé a entender que en un partido había algo mucho más que el mero resultado y que ser entrenador es mucho más que dar unas directivas tácticas y hacer dibujitos en un pizarrón.
En el segundo clásico me ocurrió algo novedoso. A los 8 minutos me dieron una patada, la típica "paralítica", y quedé muy limitado. Nunca antes me había sucedido. Intenté continuar y logré llegar al final del primer tiempo. En el vestuario, Tabárez me preguntó si puedo seguir. Le contesté que quería probar. Pasé más de 20 minutos casi sin tocar la pelota ni participar del juego, pero el Maestro no me quitó. Hasta que Antonio Apud me da un pase, me perfilo, giro y saco un derechazo impensable desde unos 30 metros que se clava en un ángulo. Un remate de una potencia que yo no tenía, que no repetí en toda mi carrera y que hice con la pierna lesionada, sacando fuerzas no sé de dónde. Lo que siguió al gol fue aún más extraño: la sensación de dolor desapareció.
Uno de los grandes secretos de ser futbolista es la resistencia mental a los imponderables. Pero que nadie se confunda, no hay ningún superhombre. Esa fuerza no se da de un día para el otro sino que se va construyendo desde chico, a medida de que se van pasando pruebas. Al día siguiente los compañeros me pidieron que reprodujera el remate del gol. El muslo me dolía pero no había marca, ni presión, ni nada. Pateé tres pelotas, ninguna llegó por aire hasta el arco. Entonces aprendí que las respuestas físicas están muy ligadas a las psicológicas y que siempre se puede dar un poco más.
Es difícil establecer cuánto incidió la charla del Maestro en la noche del 4-3 en mi respuesta la tarde del 1-0. Y por otro lado, estas historias no siempre terminan con un 4-3 a favor, también existen cuando se pierde. Hay entrenadores con los mismos atributos de Tabárez y planteles compenetrados con sus técnicos que se van al descenso, porque también está el juego y este tiene su lógica. Pero vale la pena el recuerdo para entender un poco más esta maravilla que es el fútbol.
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