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La inútil pretensión de contar a Maradona
¿Cómo contar una vida? En agosto de 1978 Diego Maradona recorría Villa Fiorito con el periodista Osvaldo Ardizzone. Antes del descampado, bien cerca del Riachuelo, la casa natal de la calle Azamor. Techo de chapa, piso de tierra, sin agua corriente. Ocho hermanos en una habitación. “A pesar de la pobreza –le contaba Diego a Ardizzone–, yo fui muy feliz aquí. Porque todo lo que usted ve era mío. Pensaba que no tenía nada, pero era dueño de todo lo que me rodeaba. Pescaba en las lagunas, cazaba pájaros con la trampera, andaba atorranteando con la honda por los montes y jugaba todo el día a la pelota”. Cuando “tenga mucho dinero”, seguía Diego, “compraré un gran terreno” en la Villa y “construiré la mejor casa con todas las comodidades” para que todos en la familia “sean tan felices como lo fui yo”. Ardizzone evocó esa caminata dos años después, enojado porque Diego, supuestamente, acababa de decir que compraría una mansión en Beverly Hills. Ardizzone, un maestro de la crónica, escribía que Maradona tenía apenas 18 años. Y que era una “consecuencia”.
¿Cómo contar una vida si esa vida es además la de Diego Maradona? Hay quejas porque, en nombre de la “dramatización”, “Sueño Bendito”, la serie que el propio Diego contó a Amazon, se tomó numerosas licencias. Hasta alteró la fecha de la muerte de Juan Domingo Perón. Si Asif Kapadia en su formidable documental evitó al Maradona-político, “Sueño Bendito” enfatiza la infancia peronista. Difícil no hacerlo con el simple recuerdo de que Diego nació en un hospital de Lanús cuyo nombre original (Eva Perón) había sido cambiado porque eran años de proscripción. La Guerra de Malvinas tiene también una aparición algo forzada, pero imposible evitarla si Diego construyó el mito con sus dos goles a Inglaterra y el fin de semana pasado todas las canchas, mientras lo vivaban, nos recordaron que “el que no salta es un inglés”.
Otra “licencia” es la del periodista que toma una foto clandestina del Diego moribundo en la clínica de Punta del Este. Pero todos sabemos que, en el caso Maradona, el periodismo hizo cosas mucho peores que esa. Es difícil enojarse con una serie que, para bien y para mal, respira argentinidad. Es el huracán Maradona. La escena sí acaso más injusta en estos primeros cinco capítulos es la reunión de 1979 de Diego con Pelé, que sucedió en ambiente familiar (Don Diego presente) y en un departamento normal de Río de Janeiro. No había necesidad de mostrarlo a Pelé recibiendo a Diego en una mansión narco y con mujeres semidesnudas en la piscina. Eso no fue “licencia”. Fue un golpe bajo.
Las nuevas plataformas de Estados Unidos son reinas en la moda de las biopics deportivas. Netflix acaba de estrenar “Colin in black and white” (Colin en negro y blanco), un esperado docudrama de seis capítulos sobre Colin Kaepernick, el jugador de fútbol americano cuyo gesto de arrodillarse cada vez que ejecutaban el himno nacional antes de un partido se convirtió en icono de las multitudinarias protestas antirracismo que dividieron al país y empujaron el ocaso de Donald Trump. Pero la serie casi ni menciona ese episodio. Elige centrarse en un Kaepernick adolescente, hijo adoptivo de un matrimonio blanco que le permitió crecer libre y formarse como deportista top, pero también como símbolo de la negritud. El narrador es el propio Kaepernick, que se quedó sin equipo tras su protesta. “Algunos dirán que el sistema está roto”, dice en un momento. “Estoy aquí para decirles que fue construido intencionalmente de esa manera”. Surgen datos demoledores sobre la desigualdad racial que persiste. El Kaepernick adolescente es maltratado por entrenadores y otras personas por su color de piel. Transforma su ira en activismo.
Los astros del deporte negocian hoy con las plataformas para controlar ellos mismos el relato de su propia historia. De Michael Jordan a Naomi Osaka. Maradona lo hizo antes de morirse. En el libro “Rey de Fiorito”, Leonardo Torresi escribe que Diego fue al barrio en 1979 con siete mil juguetes para el Día del Niño. En “Crónicas Maradonianas” (otro libro flamante, de “Lástima a nadie maestro”), Juan Stanisci habla del Riachuelo como “reverso de la modernidad. Saber por el olor cuando se acerca una Sudestada. Y que esa tormenta no es solo agua que cae. También puede brotar de abajo hacia arriba”. ¿Cómo contar una vida, la de Kaepernick o la de Diego, sin recordar el origen? Los próximos capítulos de “Sueño Bendito” hablarán de la cima, “esas alturas” que, como escribió una vez Juan Becerra, “son inhóspitas y convocan a los fantasmas de la soledad y la incomprensión”.
De Mundial 86, también. México celebró justamente ayer su fiesta ancestral del Día de los Muertos. El domingo hubo disfraces, calaveras sonrientes, cráneos coloridos, esqueletos danzantes y carrozas. Celebración a la vida y al reencuentro con los muertos que regresan a nuestro mundo por un día. Si volvió al Azteca, Diego seguro que repitió una Mano de Dios imperceptible para el VAR. Un camino de velas y flores amarillas vistió luego la carrera mágica del segundo gol. Y (sin que Carlos Bilardo pueda enterarse) Diego volvió después a la tierra de los muertos. Y nosotros aquí. Empeñados en la inútil pretensión de querer contar cómo fue su vida.
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