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La historia del "Trinche” Carlovich contada por él y sus amigos: el crack que no quiso ser
Tomás Felipe Carlovich, la leyenda de Central Córdoba, falleció a los 74 años en el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez, después de estar dos días en coma inducido tras el brutal ataque que sufrió, en la zona oeste de Rosario, para robarle su bicicleta. "Trinche" será siempre recordado como uno de los grandes mitos del fútbol argentino. Un personaje tan único como especial.
En su honor, aquí se reproduce un perfil suyo diseñado en 2014 adentrándose en su vida, sus amigos y su familia en Rosario.
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Rosario, Santa Fe, Argentina. 17 de abril de 1974. El combinado de la ciudad recibe al seleccionado nacional en el último amistoso previo al Mundial de Alemania. Son las seis de la tarde y los jugadores rosarinos van llegando al estadio Parque Independencia. Los entrenadores Juan Carlos Montes y Carlos Timoteo Griguol, de Newell's Old Boys y Rosario Central respectivamente, se preparan para dar la charla técnica de un equipo que no tiene ni un solo entrenamiento en conjunto. Todos los jugadores convocados son de los dos equipos más grandes de la ciudad. Excepto uno.
Más de 30 mil personas se encuentran en el estadio para ver el encuentro. Y en los primeros 45 minutos ocurre lo inesperado. Un juego descomunal de los rosarinos, con la figura de ese muchacho alto, de pelo largo y tranco cansino que lleva la número 5. No muchos lo conocen. Alguno se anima a decir que es Carlovich, el volante que juega en la Primera B para Central Córdoba. La gente está encantada, y el tipo agarra la pelota y la lleva para adelante. Hasta se anima a tirarle un caño a Francisco Sá, defensor de Independiente. Juega como si conociera de toda la vida a Carlos Aimar, de Rosario Central, y a Mario Nicasio Zanabria, de Newell’s, aunque sea su primer partido juntos compartiendo el mediocampo. El primer gol lo marca Jorge González, tras pase de Mario Kempes. El segundo se da gracias a una asistencia precisa de Carlovich para que Alfredo "El Mono" Obberti infle la red. Y el tercero es obra de Kempes.
"Fue un baile impresionante. Ese día todo el combinado de Rosario jugó muy bien, pero Carlovich verdaderamente la rompió, de ahí que empezaron a decir que era un jugador de Selección", dice Daniel Bertoni, quien jugó aquel día para la Selección Argentina y en 1978 sería campeón del mundo. Mario Zanabria, integrante de aquel equipo rosarino, recuerda: "Jugamos muy bien, y sin preparación. Carlovich fue el único convocado por fuera de Newell’s y Central; eso marca que algo especial había. Era un volante central distinto, sin velocidad pero muy rápido con la cabeza para jugar".
Entretiempo. El técnico del seleccionado argentino, Vladislao Cap, le pide calma al equipo rosarino que estaba humillando al conjunto nacional. Se acerca a Montes y a Griguol para pedirles que saquen al número 5 del campo de juego. A los 15 minutos del segundo tiempo, Carlovich sale ovacionado por todo el estadio, y enfila para el vestuario. Allí, se cambia, se saca los botines, se pone unas sandalias y se va a cenar con sus amigos del barrio, sin esperar el final del partido. Increíblemente, ningún periodista logra hablar con él esa noche en la que el combinado rosarino derrotó 3-1 a la Selección Nacional.
"Habrá sido como dice la gente, yo no me di cuenta. Vos entrás a la cancha y ves treinta mil personas y decís: ‘Cómo voy a jugar mal, no puedo jugar mal, sino no tendría que estar acá adentro’. Son noches que a lo mejor te salen todas, y al otro día tal vez ni la tocás. Ese partido quedó en la historia porque fue contra la Selección, pero aquel equipo rosarino era muy bueno y todo salió así, redondo. Y la gente se acuerda mucho", rememora Tomás Felipe "el Trinche" Carlovich.
La historia marca que aquel 17 de abril de 1974 quedó grabado a fuego como el inicio de un mito, de una de las leyendas más grandes del fútbol argentino. Al día de hoy, los vecinos de Barrio Belgrano, donde nació y se crió jugando al fútbol, siguen contando historias de su carrera, de su estilo de juego y de su forma de ser. Al no haber ni un solo video suyo, los relatos se agigantan y aquellos que tuvieron la oportunidad de conocerlo y hasta de compartir cancha con él hablan maravillas de un jugador de fútbol excepcional. Muchos dicen que no existió algo igual y se atreven a compararlo con jugadores de la talla de Diego Armando Maradona o Ricardo Bochini. Otros hablan de que fue el mejor jugador que tuvo la Argentina. Lo cierto es que Carlovich, ese número 5 que supo deleitar a los hinchas de Central Córdoba en el Estadio Gabino Sosa, no quiso ser la estrella que pudo haber sido.
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"Hoy los jugadores son atolondrados, no piensan. Quieren ser más ligeros que la pelota", dice Carlovich, mientras mira de reojo un partido de Rosario Central que están dando en la televisión del Club Onkel de Rosario. El Trinche, un jueves al mes, se junta a cenar con sus amigos y ex compañeros de Central Córdoba. "Lo que más me queda del fútbol son los amigos. El amigo es amigo cuando uno anda mal. Porque amigos cuando estás bien, tenés un montón. Y estos son amigos, de la vida, de la cancha, de compartir mesa. Somos muy unidos, son tipos de fierro y siempre están presente", cuenta, mientras se emociona y ve como todos los presentes estallan de la risa cuando Luis Berazain, ex compañero de Central Córdoba en 1978 y 1979, recita los clásicos chistes de cada reunión.
Carlovich lleva puesto un jean de color claro, zapatillas blancas deportivas desgastadas y una camisa blanca que deja ver su cuello a través de un sweater color crema. Tiene el pelo largo y canoso, y una barba incipiente. Su ritmo es muy tranquilo, tanto como para comer como para hablar con los que tiene al lado. A veces, a desgano, debe levantar el tono de voz por el griterío. Eso sí: con sus amigos vive haciendo chistes. A cada rato se levanta para decirle algo a alguno que está ubicado un poco más lejos en la mesa.
Su vida cambió cuando falleció Nancy, su amor
La vida del Trinche cambió por completo a principios de 2014 cuando falleció Nancy, su esposa. Un tiempo atrás, también perdió a dos de sus hermanos. Con Juan, uno de ellos, tenía una relación muy especial. Administraban juntos un club en Barrio Belgrano, donde hacían las reuniones con sus amigos. Desde ese momento, se alejó y al club lo atiende otra persona. Hoy vive en un Fonavi en 7 de Septiembre, un humilde barrio al oeste de Rosario, totalmente aislada del centro, pero cerca de su familia: su hija Cintia vive a menos de dos cuadras y su hijo Bruno, a cuatro.
Carlovich pasa mucho tiempo en lo de Cintia, principalmente para estar junto a sus dos nietos. Pero también le dedica un buen tiempo a los amigos. Es domingo al mediodía, se respira un ambiente diferente al de la ciudad, la puerta está abierta de par en par y el Trinche está sentado en la entrada de la casa junto a Berazain, Juan Muro y Titi Vergara, grandes amigos que les dejó el fútbol y el barrio. Una coca, algo para picar y mucha charla futbolera. Con eso alcanza.
Al hablar de él, sus hijos sólo sueltan halagos y muestras de gratitud por su afecto con la familia. "Él siempre me dice que lo que hizo como jugador ahí quedó. Ahora anda en bicicleta por el barrio como uno más. Y te digo más, el auto que tenía me lo regaló a mí. No le interesan mucho esas cosas. Para él jugar acá en Central Córdoba era como jugar en el Real Madrid, en ese momento lo vivía así. Hay que entender también que el fútbol de antes es totalmente diferente al de ahora", explica su hijo Bruno.
"A mi viejo no le gustan los reconocimientos. Es un tipo tranquilo, sereno. Todos me dicen que en su época de jugador era igual: una persona ermitaña y muy solitaria. El trato con la familia es distinto, con nosotros siempre estuvo cerca y es muy afectuoso", dice Bruno, y añade: "Me hablan muchísimas cosas de mi viejo, yo no lo pude ver jugar cuando era profesional por una cuestión de edad. Pero siempre me acuerdo que a los 12 o 13 años me llevaba a ver los torneos que jugaba en el club Río Negro y en Mercadito Lux. La descosía, lo iban a ver todos. Era el centro de atención de los partidos, y eso que ya era grande. Hace poco lo reconocieron en un bar los de Rosario Central, y él no quería ir. Le insistimos un montón de tiempo hasta que cedió. Eso sí, llevaron cámaras, le hicieron una nota para la televisión de acá de Rosario, y habló poco y nada. No le gusta mucho".
Hoy, Trinche no tiene un trabajo fijo y el tiempo lo ocupa más que nada con sus nietos. Desde 2002 es Deportista Ilustre de Rosario y recibe una pensión por parte de la Municipalidad. Por el barrio anda en bicicleta, a pesar de los dolores que le produce la cadera derecha, de la cual se operó por una osteoporosis en 2005, gracias a la ayuda económica de amigos, ex compañeros, hinchas y periodistas. Aquel año también se realizó un partido homenaje en el Gabino Sosa, al que asistieron más de 4 mil personas y toda la recaudación fue para la prótesis de su cadera izquierda.
"Yo ando mucho en bicicleta, y la gente que me reconoce y me ve, me grita cosas. Que Maradona, que Messi… yo soy muy querido en Rosario, y para mí es un orgullo que la gente te aprecie. No sé si hice algo o no, pero me ven mis hijos y mis nietos en la tele y se ponen orgullosos también. El otro día hicieron una nota en una escuela de Rosario, queriendo saber la vida del Trinche y eso no hay plata que lo pague. Son cosas muy lindas. La vida te da mucho, pero te quita más, viste", explica Carlovich, con lágrimas incluidas.
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Tomás Felipe nació el 19 de abril de 1946. Es hijo de Mario y Elvira. Su papá fue un inmigrante yugoslavo que llegó a la Argentina en la década del ’30 y se ganaba la vida como cañista. Tomasito, como le decía su familia, es el menor de siete hermanos. Su infancia y adolescencia la vivió en Barrio Belgrano, al oeste de Rosario. La casa de los Carlovich, ubicada en Guatemala 713, es la misma en la que hoy habitan los únicos dos hermanos que aún viven: Eduardo, al que apodan "Pichón", y José. Junto a ellos se inició en el fútbol. Después de la escuela, la Mitre, ubicada en Brasil y Mendoza, a tan sólo seis cuadras de su casa, Tomás pasaba todas las tardes jugando a la pelota en el potrero de San Lorenzo y Brasil, donde había tres canchas. Los que jugaban ahí, pertenecían al Club Córdoba, y eran rivales del Club Derqui, cuyos terrenos estaban en Derqui y Nicaragua.
"Es mentira que yo jugaba mejor que él. Me la rebuscaba, me encantaba y me gustaba, pero él jugaba en serio. No hay ni comparación. Desde chico fue una maravilla. Estaba todo el día con la pelota; pateaba cualquier cosa, piedras, ladrillos, lo que fuera. Nosotros, los grandes, jugábamos en Guatemala y Zuviría que era todo tierra. Y Tomás siempre estaba sentadito, porque era chico todavía. Pero agarraba los venenitos del paraíso y se ponía a hacer jueguitos con la zurda. No sabés como la manejaba. Era una cosa de no creer lo que hacía. Después aprendió a manejar la pelota. Es difícil contarlo, había que verlo", dice "Pichón", su hermano y compañero de vida.
Barrio Belgrano sigue teniendo esa mística de barrio antiguo que hoy ya no perdura en las grandes ciudades. Las veredas altas con mucho pasto; los postes de luz pintados con los colores de Newell’s y Central; la Farmacia Rossi en la misma esquina hace 42 años; la despensa familiar que persiste a pesar de los grandes supermercados y autoservicios; el Club Amistad y el Club Social y Deportivo Barrio Córdoba; y los vecinos, que comentan que hace bastante que no ven al Trinche por la zona. Es que Carlovich se crió en las calles del barrio y allí forjó grandes amistades, como con Titi Vergara, uno de sus amigos de toda la vida. Se conocieron a los 12 años y compartieron miles de tardes de fútbol.
"Todos se acuerdan que en el Mundial de 1994 Maradona hizo jueguitos con la pelotita de tenis, y el Trinche acá con una pelotita de tenis y descalzo hizo cualquier cosa. Cuando en ese año lo vi a Diego haciendo eso, me acordé de Carlovich y cómo la rompía. Él lo hacía antes, tenía cosas de adelantado", dice Vergara mientras charla con sus amigos un domingo por la mañana frente a la casa del Trinche. "Yo siempre lo llamé ‘Mago’. Y le sigo diciendo así. Fue algo tremendo, como persona y como jugador. Compartíamos todo, vivíamos jugando en la calle de tierra. Y eso me llevó ahora a decir: ‘Puta madre, por qué pasó el tiempo’. Pero lo disfruté, lo disfruté mucho. Además nunca pidió nada. Él salía y daba la cara. Si tenía que tirar el tapial para un amigo lo hacía. Eso lo viví yo", cuenta Titi.
Carlovich dio sus primeros pasos en las inferiores de Rosario Central. A los 16 años jugó para Sporting de Bigand, un pequeño club de Santa Fe. Aunque debutó en Primera División en el "Canalla", su personalidad y sus convicciones lo llevaron a dejar el club rápidamente. "Yo jugué dos partidos en Primera, un amistoso con Peñarol en Montevideo y otro oficial con Los Andes. Pero me habían prometido que yo iba a ser titular al próximo domingo acá en Arroyito por el campeonato. Como no me dan la posibilidad, les dije al técnico y la comisión que me quería ir, porque yo era de palabra y no soportaba que me hicieran eso", explica Trinche, que dejó Rosario Central, y gracias a un conocido llegó a Central Córdoba. En su primer partido amistoso, ante Sarmiento de Junín, anotó dos goles y comenzó a gestar la historia del gran ídolo charrúa, que coronaría con título en Primera C en 1973, y el recordado ascenso a la Primera B en 1982 con un gran 4-0 a Almagro en la cancha de Newell’s bajo una lluvia torrencial y un 3-2 de visitante en el partido de vuelta.
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El Trinche es "muy amigo de sus amigos", tal como se define él mismo. Y en el fútbol cosechó varios, con los que cada tanto comparte una comida o una reunión. Eduardo Quinto Pagés es uno de esos amigos que tiene el Trinche, y es otro de los ídolos de Central Córdoba. Con inferiores en Newell’s, y pasos exitosos por Banfield y Nueva Chicago, el ex arquero tiene el récord de mayor tiempo sin recibir goles en el arco charrúa, con 610 minutos. Hoy es oftalmólogo y tiene su consultorio a unas cuadras del Estadio Gabino Sosa, donde conoció al Trinche en 1978 cuando llegó al club.
"Él no fue lo que pudo haber sido porque no le interesaba. A nosotros nos ha contado que cuando lo compra Independiente de Mendoza, y se va con la señora y los hijos en avión, los reciben en un hotel y les dan una casa a estrenar y un Fiat 125 color mostaza. Al día siguiente fue a entrenar, la rompió, volvieron, desarmaron las valijas, subió a la familia al auto y se vino a Rosario a contarle a la gente lo bien que lo estaban tratando. Y se olvidó de volver, estuvo 15 días acá. Se quedó comiendo asados con los amigos. Estaba tan contento de lo que le habían dado que se vino", cuenta Quinto Pagés, aunque agrega: "Y eso que después la descosió y le decían El Rey, pero tenía esas cosas increíbles".
Su poco profesionalismo, su apego a la familia, y su necesidad de estar en Rosario, fueron características que le terminaron jugando en contra de todo su potencial como futbolista. "Muchas veces pasaba que teníamos que viajar a la mañana a Buenos Aires y el Trinche no venía. Lo iban a buscar los dirigentes y él les decía que no podía viajar porque la señora no se sentía bien y tenía que buscar unos mangos para los remedios. Los dirigentes le daban la plata, lo subían al auto y lo traían. Y cuando alcanzaban al micro en La Serena, donde parábamos a comer, llegaba y no nos pedía perdón ni decía nada. Era todo natural. Después entrábamos a la cancha y era el mejor, se las dábamos todas. Es como si lo tenés a Messi y se hace el caprichoso. Te callás la boca. ¿Qué? ¿Vas a jugar sin Messi? Jugar con Trinche era jugar con doce", explica Quinto Pagés, que junto a los libros de oftalmología tiene decenas de recortes y fotografías de su época de jugador.
Qué dicen los que mejor lo conocieron
Esta personalidad y estilo de vida, llevaron a fomentar decenas de rumores sobre su actitud profesional, su vida privada, su compañerismo y su forma de ser. En las calles de Rosario, muchas voces comentan que "Carlovich era un vago", que "vivía de joda", que "era borracho", mientras que todos los que lo conocieron tienen una versión totalmente diferente a los rumores de la ciudad.
"Hay muchos mitos. Duele mucho para el que ha vivido con él que digan que se daba por la bebida. Jamás lo vi en estado de ebriedad. Nosotros cuando íbamos a jugar a Buenos Aires, a la ida parábamos en el kilómetro 100 a almorzar y tomábamos gaseosa. Pero a la vuelta nos daban milanesas o tallarines y se podía tomar una copa de vino. Jamás lo vi al Trinche tomar alcohol. Son mitos que la gente inventa", explica Oscar May, defensor del plantel de Central Córdoba campeón en 1973. "Carlovich era una persona introvertida. Era un muchacho muy bueno, pero no era muy dado y no se acoplaba al grupo. Era su forma de ser. Desgraciadamente me hubiera gustado verlo jugar en Primera varios años porque era digno de admiración. Le pasó factura el físico", cuenta May, que tuvo pasos por River, Argentinos Juniors y Ferro.
Ricardo Palma fue director técnico del equipo que ascendió en 1982 y previamente fue compañero de Carlovich en las inferiores de Rosario Central. "La gente habla mucho y no conoce a la persona. Trinche tenía que lidiar con esas cosas. Un día tenía a la madre enferma y yo le había dicho que no viniera a entrenar, pero él quiso venir igual. Lo traía un taxista y venían hablando, y el taxista le decía: ‘Ese Carlovich juega acá, es un fenómeno, si no fuera un borracho…’. Cuando sacó la plata para pagar, le dio la mano y le dijo: ‘Tomás Felipe Carlovich’. El tipo se quería morir", recuerda.
Como técnico, Palma asegura que nunca tuvo problemas con el Trinche y que hasta tenía un entrenamiento especial para él. "Siempre habló conmigo, por eso no tuve dramas. Yo lo agarré de grande y supe como entrenarlo. Le daba la pelota y él hacía todo lo que yo quería. Los otros trabajaban con el preparador físico de otra manera. Siempre tuve en cuenta no hacer algo que le molestara porque estaba todo el día jugando", dice. "Eso sí. Tenía un carácter muy particular. Si a él no le gustaba algo, se iba y no venía más. Eso le pasó en Rosario Central. Su forma de ser y su físico le terminaron jugando en contra".
Beto Ferletig fue el kinesiólogo de Central Córdoba durante 35 años, disfrutó al Trinche durante todo su paso por el charrúa y es una de las personas que más tiempo pasó junto a él durante su etapa como futbolista. "Le decían panadero al Trinche: los lunes y los martes descansaba, que era cuando hacíamos entrenamiento físico. Después venía los miércoles y jueves que hacíamos fútbol. Pero no le hacía falta, la rompía. Era un tipo fuera de serie", explica. "Era muy correcto y generoso. Hay muchas versiones que no son ciertas. Los que dicen que el Trinche tomaba son unos mentirosos, yo te puedo asegurar que tomaba Coca-Cola. Hablan porque le quieren cargar algo a un hombre que no tiene nada que ver. Lo único que le gustaba era jugar al fútbol. Él jugaba en Central Córdoba y al otro día lo llamaban los amigos e iba y jugaba en la esquina de la casa. Vivía para el fútbol y no necesitaba practicar como otro jugador porque la calidad ya la tenía".
El Trinche pudo haber tenido todo, pero le alcanzó con poco. Hoy, sin la gloria que le fue esquiva, habla del fútbol y se le iluminan los ojos: "Yo lo sentía como un juego, más que como una profesión. Nací con esto, con la pelota. Cuando estaba en Central o en cualquier otro equipo, después venía y me enganchaba en los torneos del pueblo. Jugaba cinco o seis partidos un domingo en cancha de once o de siete".
A pesar de todo, y aunque no muestre señales de arrepentimiento, la oportunidad le pasó por al lado, y él prefirió dejarla pasar. Tal vez no por no tener ambición deportiva o de progreso económico, sino meramente por no tener la suficiente maduración como para llevar a cabo una vida difícil en cuanto a los continuos cambios que sufre un futbolista. "Yo era muy de barrio. Cuando tuve que ir a Mendoza pensé que tenía que viajar a Chile o a Japón. Me costaba mucho acostumbrarme. Dejaba a mis afectos, a mi vieja, mi viejo y mis hermanos, y muchas cosas más. Estaba a dos pasos porque yo ahora me tomo un avión y en un rato estoy en Mendoza. Pero cuando viajaba en aquella época, tenía que tomar un colectivo, que salía a las 9 de la noche y llegaba a las 9 de la mañana, me parecía que era el fin del mundo. Eran otros tiempos, y encima yo estaba acostumbrado al barrio".
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Número 5. De los de antes. De los que se parecían más a un 10 que a un 5 actual, que aporta más lucha que juego. Los que lo vieron jugar y los que no, viven contando historias sobre él. Que el equipo sin Carlovich no era igual. Que la gente se acercaba al estadio para saber si jugaba y ahí decidían si veían el partido. Que llevaba la pelota haciendo jueguitos si la cancha estaba inundada. Que una vez en Dock Sud recibieron al plantel de Central Córdoba cantando "Carlovich, Carlovich, de la cancha no salís", por un codazo que había dado en el partido de ida, y por la gran actuación del rosarino, se retiraron con aplausos y ovación. En Rosario, las anécdotas sobre ese tal Carlovich van y vienen.
Trinche no tuvo el marketing de Maradona o Messi. Era excepcional, un jugador increíble. Salvando las distancias y las épocas, porque hoy es todo más físico, era el gran número 10
"Trinche no tuvo el marketing de Maradona o Messi. Era excepcional, un jugador increíble. Salvando las distancias y las épocas, porque hoy es todo más físico, era el gran número 10. Acá no jugó otro igual. Puede haber jugadores parecidos, pero fue lo mejor que yo he visto y está entre los mejores cinco del fútbol argentino", dice Sergio Javier Calvo, quien lleva más de 30 años como utilero en Central Córdoba y ocupó el cargo que dejó su padre.
La cancha del club está en el Barrio La Tablada, tiene una capacidad para 17.000 personas y se conserva en buenas condiciones, con varios sectores refaccionados y una tribuna, antigua popular, sin habilitar. Uno de las paredes del estadio está pintada de blanco, con las franjas azules y rojas, colores del club, y allí hay un retrato del Trinche, que realizaron para un documental de la televisión española. La zona de vestuarios está inundada de cuadros y plaquetas. Pero hay dos jugadores que se destacan por sobre los demás. El primero es Vicente de la Mata, el histórico delantero que surgió en la década del ’30 en el club rosarino y fue ídolo de Independiente. El otro es Carlovich.
"Una vez fuimos a Arsenal, en los últimos años del Trinche. Vinieron dos tipos y nos preguntaron si era titular. Les dijimos que sí y nos respondieron que entonces entraban. ‘Es que nosotros no somos de Arsenal. Somos de Racing, pero venimos a ver a Carlovích’, explicaron. Increíble pero real", dice el "Árabe", como le dicen al utilero por el estilo de su pelo y su barba tupida. "Trinche se cambiaba solo en la utilería. Él ni hablaba ni molestaba, pero en la cancha hacía jugar a todos. La época de Carlovich fue la más gloriosa del club. No sabés lo que era la cancha, no había lugar, era impresionante. Lamentablemente, con el correr de los años se polarizó la ciudad con Newell’s y Rosario Central", explica.
Central Córdoba, Independiente Rivadavia de Mendoza, Rosario Central, Sporting de Bigand, Deportivo Maipú de Mendoza, y Flandria. Por todos los clubes donde pasó, Carlovich dejó una marca. En algunos más y en otros menos, por cuestión de etapas y tiempos. Pero este número 5, que jugaba y hacía jugar, se ganaba el respeto de propios y ajenos y era el líder del equipo dentro del campo de juego.
"Tengo muchos recuerdos porque lo quiero mucho y tuve la suerte de jugar con él. Le vi hacer cosas que ni Pelé ni Messi ni Maradona las hicieron. Estaba siempre adelantado a todos. Antes de recibir la pelota, miraba y ya sabía dónde la iba a poner. Tenía precisión y condiciones. Era una mezcla de Redondo, Riquelme, Alonso, de esos jugadores que ya no hay", comenta Luis Berazain, quien empezó a jugar al fútbol profesional a los 26 años, ya que antes jugaba en ligas locales, y se volvió uno de los amigos más cercanos del Trinche.
"Los dos calzábamos el mismo número de botín y él me los daba a mí nuevos para que yo se los dome. A él le gustaba jugar con botines lisos, sin tantos tapones. Prefería jugar descalzo, no usaba vendas, no usaba canilleras. Era un maestro con mayúsculas. Era el Rey del fútbol. La pelota la agarraba en una cancha fangosa, y la llevaba con el hombro, con la rodilla", cuenta. Al igual que muchos de los que lo conocieron y compartieron una cancha con él, Berazain habla de la suerte y el destino como condicionantes en la carrera del Trinche. "Mereció mejor suerte de la que tuvo. Tuvo la desgracia de que le empezó a molestar el muslo derecho, que siempre me decía a mí que le jodía. Con el paso del tiempo nos fuimos dando cuenta que era la cadera, de la que se tuvo que operar".
Esa cuenta pendiente...
Primera División. Esa fue la cuenta pendiente de Carlovich. Llegó a Colón de Santa Fe en 1977, pero jugó tres partidos, y se lesionó en los tres. "En Colón tuve la desgracia de lesionarme las tres veces que jugué. La primera vez fuimos a jugar a Rosario de la Frontera. Sentí un tironcito y se lo comenté al profe. Me recupero y jugamos con Huracán. Me sale a marcar Ardiles, quiero hacer un sombrero y me da un tirón en la pierna, lo que nunca me pasó en la vida. Otros quince días parado. Después, el técnico -Eulogio Urriolabeitía- me pone contra Vélez. Me llega una pelota en media cancha, hago un movimiento y se me rompe el abductor. Una desgracia terrible, porque yo hubiese estado en Colón hasta el final de mi carrera porque la gente me quería. Pero no se dio. Y cuando no se da, no se da", recuerda Carlovich con un dejo de insatisfacción. Su gran oportunidad se desvaneció en poco tiempo, ya sea por obra del destino, por un pase de factura del físico debido al poco entrenamiento, o por los nervios típicos de un jugador habituado a otro tipo de presiones.
Pero hay algo que Carlovich no negocia: la palabra. Desde el cuerpo técnico surgieron dudas sobre sus lesiones. Y eso decidió el final del Trinche en la Primera División. "Tomás es hombre de una sola palabra, eso también me marcó. Él se lesionó en Colón, donde llegó como un fenómeno, y el técnico le dijo que tenía un problema en la cabeza, que era psicológico. Y él en una reunión se bajó los pantalones, le mostró la pierna violeta y no fue más. No tomó más el colectivo, se quedó acá en la esquina con nosotros. Lo mismo que hizo en Rosario Central. Y ahí te das cuenta de lo que es el tipo. Siempre fue un hombre derecho, no le gustó la traición", cuenta Titi Vergara, su amigo de toda la vida.
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Tomás Felipe "el Trinche" Carlovich. Mito y realidad del fútbol argentino. Un jugador de barrio, de esquina, de vereda, del viejo tablón de madera. Un futbolista que nació en la época equivocada, y que acunó una personalidad que lo limitó como profesional. Un número 5 exquisito, según los que pudieron disfrutarlo. Un hombre de palabra y de pocas pulgas. Una persona que tuvo su oportunidad, y no la quiso tomar.
"Yo jugaba durante mi carrera y pensaba como cualquier persona que esto me iba a durar para siempre, viste. Y la carrera del jugador es muy corta. Cuando llega un tiempo vos te das cuenta que se te termina todo y no sabés que hacer, pensás que no hiciste nada. A mí acá en Rosario la gente me reconoce. Fui a la cancha de Newell’s, de Central, de Argentino, de Tiro, y para mí es un gran orgullo que me reciban bien todos. Vas por la calle y te saludan, te aplauden. Y eso te hace sentir bien, te hace sentir que seguís vivo", dice el Trinche, mientras todos los amigos que les dejó el fútbol se divierten compartiendo una mesa.
Me dicen gracias por esto, gracias por aquello, y pienso: ‘¿Yo qué hice?’, si sólo hacía lo que me gustaba. Nunca creí que iba a hacer feliz a tanta gente, yo hice lo que sentía.
"El jugador siempre tiene que dar más y más. Tal vez me podría haber dado el gusto de jugar afuera. Yo tuve la posibilidad de ir al Cosmos de Nueva York cuando estaba el negro Pelé y no se hizo. Después estuve cerca de ir a Francia y tampoco se dio. Y después se terminó, viste. Pero no sabés si hubiera tenido tanta resonancia o tantos agradecimientos como tengo acá. Me dicen gracias por esto, gracias por aquello, y pienso: ‘¿Yo qué hice?’, si sólo hacía lo que me gustaba. Nunca creí que iba a hacer feliz a tanta gente, yo hice lo que sentía. El tiempo pasa y no te das cuenta. Para mí era jugar, jugar y jugar. Y era el tipo más feliz del mundo. Veo una pelota y me pongo contento. Sigo siendo el tipo más feliz del mundo con lo que hice".
-Trinche, ¿qué darías por volver a jugar un partido en Central Córdoba?
- Yo siempre pienso lo mismo. Si alguien, un ser superior, que se yo, Dios, me dice: "Trinche jugás 45. 45 minutos podés jugar, a estadio lleno y después partís para arriba o para bajo"… y… yo lo juego. Y a muerte.
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