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La historia de Matías Cóccaro: de cortar leñas con el bigote de Freddie Mercury a convertirse en el hombre que le devolvió la alegría a Huracán
El uruguayo despierta pasiones en Parque Patricios, mucho antes del triunfo en el clásico frente a San Lorenzo; un delantero peligroso, que no pierde la simpatía y el buen humor
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Matías Fernando Cóccaro Ferreira tiene 23 años, usa bigote al estilo del admirado Freddie Mercury y se puso una capa, mientras daba vueltas sobre el césped del Palacio, luego del triunfo de Huracán en el clásico frente a San Lorenzo. Nació en Pirarajá, un pueblito de Uruguay, pasó por la academia de Cagliari, anduvo por Atlético Tucumán, es un delantero generoso y jovial. Pero sobre todas las cosas, es un tipo que arranca una sonrisa. Sobre todo hoy, en tiempos relativamente sombríos.
Había acabado la faena en el clásico de barrio más importante del mundo, los hinchas lo reconocían -sin capa, sin dar vueltas- y le daban besos, abrazos, emocionados. Cóccaro representa una ilusión. También, una certeza: es un atacante que no tiene el arco frente a sus narices: suele pensar en los demás.
Se presentó por Parque Patricios hace un puñado de meses, firmó un vínculo hasta julio de 2022. “En lo personal, buscaba una liga más competitiva que la uruguaya. Yo quería tener una revancha en la Argentina, creo que esta es mi revancha”.
Un paso fugaz y traumático en Atlético Tucumán le despertó el deseo. “En ese momento no supe aprovechar la oportunidad, era muy joven, capaz que cometí muchos errores, ahora estoy mucho más maduro”, contó tiempo atrás el uruguayo, que supo transpirar en trabajos ciertamente forzados: cortaba leñas y hasta repartió electrodomésticos pesados. De pibe, usaba las manos para laburar. De grande, los pies para volar.
Necesitaba salir del “conformismo”. Salir del pueblito de las 1000 personas: se conocían todos y, ahora, envuelto en la efervescencia de Caballito, le marea la ansiedad. Demasiada gente, demasiado tráfico. Con dos reposeras en la mano, cruza la avenida y le gusta ir a tomar unos mates sobre el césped del Parque Rivadavia, con su novia, en completo anonimato.
Y se sorprende del vértigo de los porteños. “Allá la vida es mucho más tranquila, por eso la adaptación no es tan sencilla. Hay que saber adaptarse. La forma de hablar también es diferente, somos más pausados los uruguayos, tranquilos. El termo y el mate... y con eso estamos”, le contaba a radio La Red, días atrás.
Jugó en Lavalleja Fútbol Club desde los 15 años, tuvo pasos breves en Cagliari y Bélgica. Entre tantas vueltas, solo en Montevideo City Torque encontró el trampolín. En el Globo está arropado por el barrio, la gente y el entrenador: se siente a gusto por la serenidad que transmite Frank Kudelka. Y admira al Maestro Tabárez, sobre todo ahora, en estos tiempos turbulentos: “No hay que olvidarse que nos convirtió en ganadores, está preparado para convencer al grupo de que puede clasificarlo al Mundial”.
Cuando grita un gol -lleva cuatro en el certamen-, se cuelga en el alambrado, como los delanteros de antes. Tan de antes es, que no suele tener representante (”en el fútbol muy poca gente le da valor a la palabra, ese es mi contrato, como un apretón de manos”) y sufre cuando pierde Rampla Juniors, nada de Peñarol ni Nacional. Se convirtió en hincha un día que Rampla... perdió.
Uno de sus cantantes preferidos es Freddie Mercury, se decora el bigote como la voz inmortal de Queen y, también, por su pasión por El Zorro. Ahora, se lo deja como una suerte de cábala, pero lo usa desde los 18 años. “Era raro ver a un tipo tan joven con bigote. Bueno, siempre fui un bicho raro. Ahora es así, la gente me identifica por el bigote”, asume.
Cuando se bajó el telón en el Ducó y los hinchas miraban al cielo, un atrevido le dio un antifaz y una capa al uruguayo de la sonrisa fácil. Y entre tanta alegría, una más. “Era una sorpresa que teníamos con Pato (Toranzo, un símbolo del club), ya me había dicho que lo tenía que hacer. Estaban las condiciones dadas y se hizo”, contó.
Huracán ganó cinco de los últimos seis encuentros. Tiene un buen arquero, como Marcos Díaz. Un 10 de los de antes, como Cristaldo. Un 5 de experiencia, como Yacob, que regresó tras una lesión. Un pibe que encandila, como Rodrigo Cabral. Un entrenador serio, formado, que sabe atravesar el temporal, como Frank Kudelka, con la sapiencia de los 60 años.
Y un uruguayo pícaro, como Matías Cóccaro, que vive con una pasión desbordante. Ataca en la cancha y arranca una sonrisa detrás de escena. Lo que tanta falta nos hace...
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