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La historia de Jorginho: nació en Brasil, es el cerebro de Italia, le dicen ‘Profesor’ y su mamá le enseñó los secretos de la gambeta
El mediocampista es una de las figuras del seleccionado que dirige Roberto Mancini, que este viernes se cita con Bélgica por la Eurocopa; esencial en Chelsea, campeón de la Champions League, su vida parece salida de un cuento
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Y un día, se levantó de su cama, se puso a llorar, llamó a su mamá, que vivía tan lejos y le dijo, envuelto en lágrimas: “Me vuelvo, el sueño del fútbol se acabó para mí”. Jorginho tenía 15 años, dormía -y se entrenaba y soñaba con jugar la final de la Champions League- en un monasterio, que pertenecía a una academia juvenil de Hellas Verona. Había un espacio privado para los monjes, otro para los estudiantes, otro para las promesas de la pelota. Eran seis en una pequeña habitación; los cracks del futuro percibían una recompensa de 20 euros a la semana, todas las comidas y, si salían debían volver antes de las 23. Se divertía en el campo por las mañanas, sollozaba en las noches. Asfixiado, extrañaba a su madre.
“Para mí, el fútbol se acabó. Llamé a mi mamá, llorando, y le dije que quería volver y dejar el fútbol. Le dije: ‘mamá, vos y papá siempre me dijeron que la vida del fútbol era difícil y que habría gente horrible en la que no podés confiar y que soy un buen tipo y no quiero vivir en este mundo’. Es que quería estar cerca de mis amigos porque había estado fuera durante años y sentía que no podía confiar en nadie. Pero ella solo dijo: ‘No vas a volver. Si regresas, tendrás que buscar otro lugar donde quedarte‘.
Sin embargo, esa dureza transformó el corazón del cerebro del seleccionado de Italia, que este viernes se cita con Bélgica por los cuartos de final de la Eurocopa. Fue el motor que precisaba: se quitó las lágrimas y salió a cumplir su sueño, conseguido apenas unas semanas atrás, al conquistar Europa con Chelsea. ¿Qué le dijo María Tereza? “Pasaste por tanto, viviste en esa situación, comiendo la misma comida día tras día sin agua caliente (años antes, en una academia brasileña) y ahora, por poco dinero, ¿querés rendirte? Ninguna posibilidad. ¿Estás entrenando con el primer equipo y quieres rendirte? No te voy a dejar”.
Cada vez que el Profesor (”me llaman así, pero no sé por qué, me da mucha gracia”) pisa el balón y gira la dirección de la pelota con el pizarrón en la cabeza, su madre llora. “Es así: cada vez que me ve jugar. Llora por las pequeñas cosas que pasamos juntos, incluso a la distancia, con muy poco dinero. Llora porque recuerda las veces que mi hermana y yo pedíamos algo diferente para comer y no podía comprarlo porque no había dinero”, recuerda ahora, el 5 de salón que juega con la camiseta número 8. De barba prolijamente cuidada, marca, quita, juega. En Napoli, en aquel revolucionario equipo de Maurizio Sarri, mostró su clase durante cinco temporadas. En Chelsea conoció el sabor de la gloria. Y en el seleccionado de Italia, el volante nacido en Santa Catarina hace 29 años, es el motor de un ómnibus que siempre viaja a toda velocidad.
¿Cambió Brasil, la cuna del fútbol, por Italia, el viejo amante del cerrojo? Jorge Luiz Frello Filho nació en Imbituba, rodeado de playas, arenas blancas, palmeras y nada en los bolsillos. Como es de ascendencia italiana por su tatarabuelo Giacomo Frello, nacido en Véneto, obtuvo la ciudadanía italiana gracias a su abuelo. Cuenta la leyenda que su papá era arquero, pero la vocación futbolera surgió con las gambetas de María Tereza, sobre la arena, cemento o césped. Era buena en serio. “Ella era talentosa”, contó más de una vez. Le ponía especial atención al control. De carácter fuerte, se fastidiaba cuando el pequeño fallaba. Sentía que algo grande podría llegar.
Sus repetidos fracasos en pequeñas entidades del Sur de Brasil lo motivaron a cruzar el océano. Sufrió, lloró, disfrutó, se levantó. Era un niño cuando hacía cuentas con las monedas de lo que ganaba, casi exclusivamente invertidas en llamadas al exterior. Internet no era una opción en el monasterio. Esa tarde, la tarde de la charla con la madre, jugó mejor que nunca. Le tiempo puso las cosas en su lugar, bien de abajo: Sambonifacese, en la cuarta división, Hellas Verona, primero en segunda, la explosión en Napoli, el pase de los 56 millones de euros en julio de 2018. Ya se había inclinado por Italia: el debut, con Antonio Conte, fue el 24 de marzo de 2016, en un 1-1 con España.
Le costó, al principio, la Premier League. Le decían que no estaba preparado para el desafío. “Me motiva a trabajar más duro y hacerlo mejor y seguir demostrando que están equivocados. A veces me siento despreciado, pero no me decepciono”, señalaba. El tiempo le dio la razón: de las lágrimas al entusiasmo con la jovial Italia, pasó una vida. Y hasta canta el himno: “Cuando suena, pienso en todo mi periplo, me sale natural cantarlo. Representar Italia es algo grande y yo lo demuestro dentro de la cancha”.
Elogia a Roberto Mancini (”cree en nosotros, nos transmite confianza y nos hace sentir fuertes; siempre está a nuestro lado”) y no se sube al supuesto favoritismo de un probable Balón de Oro. “No pienso en eso, todo lo que venga será consecuencia del trabajo. Mi prioridad es celebrar con los amigos, con el grupo, eso es mucho más lindo que ganar algo en solitario”, reflexiona, hoy.
Lejos de tantas desventuras, siempre aparece la sonrisa de su mamá. “Mi papá siempre se enoja cuando digo esto en las entrevistas. Normalmente, heredás este tipo de cosas de tu padre, pero mi padre era malo en el fútbol, era arquero, nada bueno en el campo. Mi madre era la talentosa, pero mi padre me ayudó de otras formas”, cuenta una de las figuras de la fogosa Eurocopa. En el nombre de la madre.
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