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La historia de Ilkay Gündogan: el crack de Manchester City que sufre de racismo y soledad y que, para Guardiola, “todo lo hace bien”
Hizo los dos goles ante el United que le valieron un nuevo título; pero el capitán de Pep tiene su lado oculto
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Ilkay Gündogan es crack. Crack de verdad: juega, corre, grita. A los 32 años, es la figura del mejor equipo mundial, el Manchester City. Siempre detrás de las luces que se llevan Haaland, Mahrez, Foden, Grealish, De Bruyne, de tantos otros; también, de Julián Alvarez. Turco, alemán; volante, falso delantero: el hombre nacido en Gelsenkirchner diversifica varias vidas. Lo tiene todo: ya se consagró en la Premier League y, mientras espera la gran final de la Champions League, se vistió de héroe en la FA Cup: dos goles suyos le dieron el segundo trofeo de la temporada al equipo de Pep Guardiola, nada menos que ante el clásico rival de toda la vida, Manchester United. Y, sin embargo, a Gündogan le cuesta ser feliz.
“Todavía tengo pesadillas sobre la escuela. No estoy bromeando. Puedo despertar con un sudor frío de pensar en viejos exámenes. Mis padres crecieron en Turquía y, en la cultura turca, existe un gran respeto por los mayores. Ninguno de mis padres había terminado la escuela. Nunca habían tenido la educación para conseguir trabajos bien remunerados. Entonces, cuando mi hermano y yo comenzamos la escuela, querían asegurarse de que la aprovecháramos al máximo”, contó, alguna vez. No siempre lo lograba: cuando volvía a casa, tenía un excesivo temor al ver las caras rigurosas de su madre, cocinera en un restaurante y su padre, de manos rocosas, conductor de camión de una empresa cervecera.
Una vida para explicar quién es. Una vida para luchar contra los molinos de viento. Una anécdota lo retrata de cuerpo entero, cuando fue moldeado a imagen y semejanza de Jürgen Klopp, DT y confidente. “Cuando llegué a Dortmund pensé que estaba preparado para cualquier cosa. Estaba equivocado. Nunca me voy a olvidar de lo que pasó. Estaba buscando un departamento en la ciudad y escuché a cierta gente hablando de mí. Decían: “¿Viste su nombre? Gündogan… Eso es turco. ¿De verdad creés que se lo puede permitir?” Una vez que les dije que era futbolista, su tono cambió por completo. Oh señor, por favor entre, eche un vistazo. ¡Y estas personas eran inmigrantes también! Fue tan triste...”. La peor anécdota de su vida lo sigue acompañando.
Transcribió sus emociones más profundas en una dolorosa y extensa crónica en The Players Tribune. Ser turco, ser alemán. Ser, al fin de cuentas, una buena persona. “Hubo individuos que me dijeron que estaban sorprendidas de lo bueno que es mi alemán. Yo digo, ‘Bueno, crecí en Alemania. Sería una pena si no hablara el idioma’. Lo mismo sucedió al revés. Mis padres son turcos. Yo también me considero turco. Pero algunos turcos dicen: “Ahhh, ¿sos turco?”. Pertenezco a ambos países, pero a veces siento que estoy atrapado entre ellos. Dicen que no soy completamente alemán. Dicen que no soy completamente turco. Entonces, ¿qué soy, entonces?”, se preguntaba.
En octubre de 2011, siendo un aprendiz, ya vestía la camiseta de Alemania. No fue nada fácil tomar esa determinación. “Fue una de las decisiones más difíciles de mi carrera. Crecí en Alemania y estudié ahí. Además, empecé a jugar fútbol en este país. Dos días después de que Alemania me invitara a la selección, Turquía lo hizo. Me decidí por Alemania y entonces me llamaron para jugar contra Bélgica en mi primer partido”, decía Gündogan, que tiene la doble nacionalidad; sus padres emigraron en 1979. Sentía a Jürgen Klopp como su padre, quiere a Pep como si fuera su maestro.
En Schalke 04 sufrió una seria lesión en el tobillo que casi lo hace abandonar todo. Era un niño al que le pidieron que dejara de jugar por seis meses. Se cayó y se levantó. Cabeza germana, corazón turco. De Bochum y Nuremberg a Borussia Dortmund. Y una vida en el City: juega desde 2016 en el vecino “ruidoso” de la ciudad, como alguna vez lo definió Sir Alex Ferguson.
Esa sensación de melancolía lo persigue desde siempre. Sólo con la cabeza levantada y el balón en su botín siente una extraña plenitud. “Tuve una sensación de soledad durante toda mi carrera. Así fue desde que me fui de casa cuando tenía 18 años. Como futbolista, creo que ese sentimiento es ineludible. Evidentemente, no puedo quejarme. Somos ricos y famosos, y podemos hacer lo que amamos. Nunca hubiera deseado algo diferente”, reflexiona. Pero… No suele ver el lado luminoso de la luna. El vaso siempre está por la mitad.
“Tuve una de mis mejores temporadas e incluso marqué en la final. Iba a ser la guinda del pastel para nosotros ... pero perdimos 2-1. Esa final todavía me persigue”, cuenta del choque decisivo de la Champions perdida con Dortmund ante Bayern Münich. Años más tarde, perdió otra, con Manchester City, un inesperado 1-0 con Chelsea.
Es crack. Crack de verdad, pero eso no quita que las frustraciones rodearon su vida. Abril de 2014: nadie imaginó que tres meses después, Alemania se iba a consagrar campeón del mundo. Era un número puesto en la lista, pero… Se perdió el Mundial de Brasil debido a una lesión en la espalda que arrastraba durante seis meses. Decía Klopp: “No alcanzará el tiempo para que Ilkay se recupere. Esto es sobre todo muy duro para él”. Barcelona lo tenía en carpeta. Tiempo después, actuó en Rusia y Qatar.
Hace poco, entre goles y asistencias, fue protagonista… por un penal fallado. En un 2-1 sobre Leeds, Ilkay Gündogan estaba en llamas. Autor de los dos goles anteriores, su tiro fue atajado por Joel Robles; poco después, Rodrigo Moreno convirtió el descuento que generó algo de suspenso en el cierre. En ese momento, la decisión del equipo de cederle el penal al volante provocó la ira de Pep Guardiola, a quien se lo pudo ver gritando “vos tendrías que haberlo pateado” a Erling Haaland, el habitual ejecutante y máximo goleador de la Premier League.
“Está muy bien, pero con un 2-0... Lo puede tirar Erling y lo puede fallar, pero con un 2-0 tiene que tirarlo el especialista. Nos jugamos demasiado como para no pensar en estas cosas”, justificó. El propio Gündogan dio su versión: “Vi que Erling me estaba buscando, diciéndome que quería que patee, y le pregunté un par de veces, ¿estás seguro? Él estaba muy seguro de darme la pelota”, contó el alemán.
Y luego, como en su vida, como en su carrera, hizo una melancólica reflexión: “La decepción por no poder convertir ese penal es mayor a la alegría de haber convertido dos goles y ganar el partido, lo cual es un poco triste para ser sincero, pero es lo que es”.
Fue elegido capitán por sus compañeros luego de la salida de Fernandinho. “No habla mucho. Pero cuando lo hace, todos escuchan: ese es el poder del líder”, reflexiona Pep, que lo define por su carisma y, también, por su versatilidad. “Puede hacer de todo y todo lo hace bien”. Un mundo de 9 palabras. El mundo de Ilkay Gündogan.
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