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La fecha de los clásicos, un gran invento para la Copa de la Liga, entre viejas amistades, historias entrañables, datos y el drama del descenso
Las noches de San Lorenzo vs. Huracán fuera de la cancha, lo bien que se llevaban Banfield y Lanús, la particularidad de este Racing vs. Independiente y los demás cruces de una jornada muy especial
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El Bambino Veira era un duende en la cancha. Debajo de los rulos rubios, de las gambetas de su zurda, cobijaba el blanco de Huracán. El destino, tramposo en el transcurrir del tiempo, le construyó el bronce en San Lorenzo, el enemigo íntimo, el vecino de barrio, el amigo del tango y la noche; su verdadero amor. El Bambino fue Huracán y es, desde siempre, San Lorenzo.
Se sentaba en el bar de Chiclana y Deán Funes para seguir a Huracán y a San Lorenzo, siempre como local, domingo por medio. Tantas veces sin dormir, con el sueño pasado de rosca, vestido de San Lorenzo, Veira le hacía un gol a la tarde a Huracán y, a la noche, se divertía jugando al billar en la sede de la Avenida Caseros, con Ringo Bonavena. Amigos, simpatizantes del Ciclón y del Globo. Juntos, en el “clásico de barrio más grande del mundo”. Declarado “de interés cultural” por la Legislatura porteña.
“¡Lo hacía la misma noche del partido! Y no pasaba nada...”, recordaba el boxeador al antiguo símbolo, también entrenador de River y Boca. Truco, tango, fútbol, boxeo, billar, vermouth. Boedo y Parque Patricios. Alguna vez le contó el delantero a El Gráfico: “Jugábamos el clásico, lo llevaba al Gasómetro, lo sentaba en la platea blanca y le decía «quedate acá que en un rato meto el gol y te lo vengo a gritar». Los hinchas de San Lorenzo le decían cosas y él saludaba, siempre con el habano en la mano. Lo querían a Ringo...”.
El tiempo cambió todo. San Lorenzo y Huracán, básicamente, no se quieren, habiendo crecido con los mismos lazos de sangre. Se reencontrarán este sábado a las 16, en el Nuevo Gasómetro. El Globo intenta escapar del descenso desde la cúspide de la zona A, con 12 puntos.
Hay otras historias de amores y odios. Camaradas de aventuras, estación por medio. Lanús y Banfield eran amigos. Los unía el afecto, divididos solamente por el espacio. El tiempo es otro: creció el enfrentamiento hasta límites insospechados. La historia de Lanús –el único equipo que aún no ganó en el torneo– vs. Banfield –37 puntos en la tabla anual, uno solo más que Gimnasia y que Vélez– tuvo un prólogo sentimental y, con la intolerancia de las últimas décadas, se transformó en altanera rivalidad. El choque de este sábado a las 21.30 en el Florencio Sola tiene su reseña.
No siempre viajaban en una misma escena. Cuando Banfield estaba en la primera A, Lanús andaba en el ascenso. O al revés: cuando el Taladro estaba caído, el granate volaba en las alturas. Los nostálgicos recuerdan que el clásico tradicional de Banfield era con Los Andes (los dos, del partido de Lomas de Zamora) y que el de Lanús era contra Talleres, de Remedios de Escalada (ambos, del partido de Lanús). Banfield, además, tenía una intensa rivalidad con Racing, por la inolvidable final definición de 1951, que incluyó fábulas con Perón y Evita. La antipatía de Lanús, en esos años, era mayor por Quilmes.
En las décadas de los sesentas y los setentas, el fútbol creció en el Sur. Como el estadio de Banfield era el único de la zona que tenía comodidades (tribunas de cemento e iluminación), en las noches de verano recibía torneos. Cuadrangulares de hacha y tiza, con dos partidos por noche, con hinchas de Banfield y de Lanús en la misma tribuna, y con fanáticos de Los Andes y Quilmes, unidos, en otras gradas, pasando la frontera. También solían participar formaciones de Talleres y Temperley.
Era una etapa romántica. Cuando se enfrentaban de modo oficial, los hinchas cantaban “¡Banfield y Lanús, unidos en el Sur!”. Hinchas del Taladro celebraban triunfos granates y fanáticos de Lanús festejaban victorias verdes y blancas. Compartían las calles, vestidos con la indumentaria de sus pasiones. Con alegría, sin resentimientos. Hasta que hacia fines de los años ochentas, la genuina amistad se acabó con huellas violentas entre las barras. Y se convirtió en un clásico... de primera A.
Historias de la “fecha de los clásicos”, un invento extraordinario en un contexto desolador: 28 equipos, divididos en dos grupos, con la teoría de dos descensos (uno por promedio, uno por la tabla general) al menos hasta que se demuestre lo contrario, con arbitrajes equívocos y la utilización del VAR alejada del concepto de justicia. En esa ensalada, una fecha apasionante.
La séptima, la que cruza equipos de las dos zonas, empezará este viernes a las 20 con un duelo que nada tiene que ver con la cercanía espacial ni con la historia. Se citarán Tigre (el histórico adversario de Chacarita) y Vélez (el archirrival de Ferro de toda la vida), en Victoria. Hay 30 kilómetros entre esa estación del ferrocarril Mitre y Liniers, del Sarmiento. No se puede todo: sus más tradicionales oponentes se mantienen en el fútbol de ascenso.
La jornada comenzará el viernes y acabará el lunes –como casi siempre– y este último día tendrá solamente el enfrentamiento entre Platense y Argentinos, en Vicente López, como atracción estelar. Los otros son un absurdo para esta jornada especial: Barracas Central vs. Sarmiento (unos 260 kilómetros de lejanía, sin puntos de contacto de ningún tipo), Godoy Cruz vs. Instituto y Atlético Tucumán vs. Central Córdoba, con el condimento de cierta resistencia entre (algunos) tucumanos y (algunos) santiagueños.
Como siempre, el fútbol argentino late al ritmo de Boca y River (el domingo, desde las 14), pero en este caso hay toda una curiosidad: el cuadro xeneize tiene en la mente la obsesión de alcanzar otra final de Copa Libertadores, por lo que no está garantizada una formación de excelencia. Hay otras historias, como la de Colón y Unión, que suman 37 puntos en la tabla anual y desean escapar del descenso. No sólo se trata del alivio propio: es cuestión también de hundimiento ajeno. Todo en uno. Algo de eso debe de pensar Estudiantes frente a Gimnasia, el más comprometido por los números junto a Vélez, ya casi echada la suerte de Arsenal. El más caliente, como siempre, se desarrollará en la ciudad de la furia: Rosario Central vs. Newell’s, en Arroyito, con símbolos en los bancos. Miguel Russo y Gabriel Heinze, nada menos.
Y este Racing vs. Independiente del sábado tiene otro condimento: el pasado que une a Fernando Gago y Carlos Tevez, boquenses de pura cepa. “No intercambié mensajes, cada uno está en su trabajo. Nos daremos un abrazo el día del partido y después a competir, como nos gusta a nosotros”, declaró el ex delantero. Que así sea, para todos. Sin locuras, sin excesos.
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