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La desilusión en la Champions acelera el último desafío que le queda a Messi
El rosarino atravesará su primera -y quizás única- temporada en el fútbol francés con números aceptables para cualquier jugador terrenal, pero escasos para su gen y voracidad competitiva
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Fue la última chance, la bala final. La pelota viajó con un mínimo de velocidad y potencia más allá de la deseada, y cayó demorada unas décimas de segundo. El suspiro de alivio de todo el Bernabéu, viendo como el balón se estacionaba en el techo del arco, fue casi tan atronador como cada una de los gritos por las conquistas de Benzema. Era lógico, si tantas veces los había dejado sin aliento, si en tantas películas fue el villano más encantador del planeta fútbol, por qué no podría hacerlo de nuevo. Pero esta vez fue distinto. Como también lo fue ante Courtois, en el penal fallado del encuentro de ida y como lo ha sido a lo largo de toda la temporada. Esa que ayer de manera abrupta, sorpresiva y prematura, llegó a su fin dos meses antes de lo previsto.
En nueve meses, Lionel Messi gestó y terminó por parir, con un final amargo, una cantidad de sensaciones desconocidas a lo largo de quince años de brillante carrera. Primero sintió en toda su dimensión al capitalismo salvaje aplicado al fútbol, con el destrato del Barcelona expulsándolo como a un extraño y la opulencia de los millones qataríes recibiéndolo bajo palio. Luego mudó a su familia, cambió su vida y su rutina cotidiana. Experimentó la excitación única e insólitamente desconocida de ganar con su camiseta y su país, arrastró problemas físicos tras una patada ante Venezuela que pudo lesionarlo con gravedad y se contagió el Covid en sus vacaciones de fin de año en Rosario. Para una estrella acostumbrada a que el brillo único de su luz se exprese en el campo de juego, pero que puertas adentro muestra las clásicas postales de un hombre común, fue demasiado en tan poco tiempo.
Sobreadaptado a un rol extraño, sin llegar a tener un papel de reparto, pero sin ser claramente el protagonista principal del PSG, Messi atravesará su primera ¿y tal vez única? temporada en el fútbol galo con números aceptables para cualquier jugador terrenal, pero escasos para su gen y voracidad competitiva. Podrá hablarse del lógico tiempo de adaptación, de la influencia de Mbappé como el portador de una gravitación tan decisiva que lo transformó en el verdadero jugador franquicia o de su reconversión lógica como consecuencia del paso del tiempo. En la cabeza de quien ha sido sin discusión el mejor jugador del mundo del siglo XXI, solo sonarán como excusas. Salvo la noche ante Manchester City en fase de grupos de Champions, y algún destello en cuentagotas que puede incluir asistencias o acciones esporádicas, Messi “pasó” por la temporada y su marca fue un sello borroso.
Lo del Bernabéu solo se explica desde la maravilla única que es el fútbol como deporte. Treinta minutos bastaron para desnudar a un grupo de estrellas carente de espíritu de cuerpo, con errores groseros para sus antecedentes, huérfano de carácter ante esta adversidad y de conducción para lograr el verdadero sentido de equipo a lo largo de toda la temporada. Enfrente y cuando todo era desánimo, la versión más pasteurizada que se recuerde de esos nombres vestidos de blanco, logró que desde las manos de un belga y la inmensa categoría de un croata y un francés, jamás se subestime el corazón de un campeón, si además lleva una camiseta y un escudo con duendes y magia copera.
Esos mismos ríos de tinta que se escribirán sobre la gélida temperatura histórica del PSG, se desvanecerán al descubrir que solo dos franceses formaron parte de un elenco de lujo pero sin alma, tan opulento desde los millones invertidos como endeble en su mandíbula de cristal. Es fútbol, tiene lógica propia y desenlaces maravillosos. A futuro, el panorama es incierto para una herida tan profunda y nadie es capaz de asegurar que la hemorragia no acelere la salida de nombres familiares como Paredes o Di María.
Para Messi, es el cierre apresurado de la temporada más traumática de su vida. Le pasó de todo, pero el final es el mismo. Triste y repetido como con la Roma, el Bayern, el Liverpool o el propio equipo francés. La obtención de la Ligue 1, lógicamente le sabrá a poco, y hasta agosto, y a diferencia de lo que ocurría hasta que levantó la Copa América, sólo encontrará un oasis cuando se vista de celeste y blanco.
El Mundial es el gran objetivo, y para llegar a pleno deberá pensar en una buena preparación personal y una lúcida toma de decisiones. Ya no se trata solo de volver a ser el mejor del mundo, sino de recuperar su chispa y su confianza. Su actual felicidad en el seleccionado deberá encontrar un correlato cada fin de semana en su club. Nunca pudo solo y los mundiales son la prueba testigo, pero para brillar en ese mes de fin de año, es necesario que esté cómodo en la etapa previa.
Es su apuesta final. Más allá de los francotiradores de siempre, nada cambiará su concepto como futbolista, pero ahora es otra cosa. Es reconocerse en el espejo, sentirse feliz con uno mismo. La respuesta está en sus manos, también en sus pies y sobre todo, en su cabeza.
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