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La bala de plata de Lionel Messi: todos los desafíos que enfrenta en su último ciclo mundialista
Fue un hombre de la Conmebol, muy vinculado con la Argentina, el que llamó y advirtió que Lionel Messi podía jugar, que la suspensión había prescripto al transcurrir más de un año desde la tarjeta roja por los empujones con Gary Medel en la Copa América 2019. El capitán de la selección no se iba a perder la apertura de las eliminatorias contra Ecuador. Entonces la AFA montó un simulacro para mostrar astucia y reflejos, pero ya habían pasado 65 días desde que reglamentariamente el rosarino estaba habilitado, una señal inocultable de que no se habían dado cuenta.
Messi está. Y habrá que reconocerle coraje, tozudez o sentimiento –o todo junto–, porque si se trata de la selección, vuelve a intentarlo. Como aquel 3 de septiembre de 2005, con frescos 18 años, cuando José Pekerman lo puso los últimos diez minutos en reemplazo del ‘Chelito’ Delgado, cuando esa derrota en Asunción era decorativa porque el lugar en Alemania 2006 lo habían asegurado antes Riquelme, Crespo, Sorin y compañía. Era su segundo partido en la selección y tomaba contacto con las eliminatorias.
Hoy anda por los 138 y tiene 33 años. En el medio, cuatro mundiales y todas decepciones con una paleta de matices. Pero esta noche estará en la Bombonera frente a Ecuador, desde las 21.30, con la cinta de capitán, encabezando la fila. Lleno de cicatrices, mañas y talento, porque su vigencia es incuestionable. Desde hace años, él sostiene a la Argentina en el mapa, él es la razón de la esperanza. Y a veces, el desfiladero hacia las culpas.
Vuelven las eliminatorias sudamericanas en la vida de Messi después de vestirse de superhéroe en su última misión: en noviembre de 2017 rescató del abismo a la selección, en la última fecha, en la altura de Quito. Sí, casualmente contra Ecuador. Marcó tres goles y aseguró la clasificación en un camino tan sinuoso que se había devorado a dos entrenadores, a Gerardo Martino y a Edgardo Bauza. Y paradójicamente esa noche de alivio comenzaba a debilitarse otro técnico, Jorge Sampaoli, porque con el ticket a Rusia en la mano, aquella generación terminó de convencerse de que sería su Mundial. Se sintieron más dueños que nunca del equipo. Ya se iban a estrellar, Messi incluido, ausente y recluido en su cuarto después del debut con Islandia y el cachetazo de Croacia en la segunda fecha.
Ya no convive con sus amigos del ‘club’. Por primera vez en las eliminatorias, sin Javier Mascherano cerca. Tampoco Banega, Di María o Lavezzi, los más afines. Ni siquiera su compinche Agüero, recuperándose de una lesión. De todos modos, no hubiesen podido compartir la habitación por los protocolos que impone el coronavirus. Un escenario diferente, sin cómplices generacionales, aunque cuentan desde la intimidad del plantel que Messi ha colaborado para que los nuevos se atrevan a descolgar el póster. Algunos lo hacen con más desparpajo, como Rodrigo De Paul y Paredes, y a otros todavía les cuesta.
Un ejercicio sencillo para tomar dimensión del contexto: cuando Messi disputaba su primer Mundial, en 2006, cuando el planeta ya lo señalaba como el heredero del trono, Nehuén Pérez tenía 6 años. Facundo Medina, Alexis Mac Allister y Exequiel Palacios, 7. Y Juan Foyth y Lautaro Martínez, 8. Todos ellos se cambiarán a su lado esta noche en las entrañas de la Bombonera. Ese es un reto también, para Messi, y para sus compañeros. Exámenes de convivencia y personalidad. La dinámica de la selección cambió por completo de frente a estas eliminatorias. La ruta a Qatar retrata el quiebre de manera insoslayable: del pasado únicamente emerge Messi. Gestionarlo no es sencillo.
Inevitablemente debe ejercer el liderazgo, ya no sólo en la cancha, y eso en los últimos años le ha costado. En Barcelona y en la selección. Desenfoques, inconductas, hasta alguna expulsión. Todo a la vista. Al menos, por estos días el predio de Ezeiza le trae algo de reposo a sus últimas y agitadas semanas en Cataluña, donde creó turbulencias por propia voluntad y tuvo que salir por propia ineptitud.
Messi no es un talismán, no es infalible. Incluso con él en la formación, la última vez que la Argentina jugó por los puntos en la Bombonera no pudo ganar (0-0 frente a Perú). La última vez que Ecuador visitó la Argentina, sorprendió en el Monumental y se llevó la victoria. Pero esa noche no estuvo Messi. Son datos sueltos. Las eliminatorias ponen a prueba los nervios, el atrevimiento, el arrojo. No habrá público en la Ribera y quizás sea una mochila menos para un plantel tan inexperto. Para encontrar una situación similar hay que viajar hasta la antesala de Francia ’98, cuando Daniel Passarella asumió la era post-Maradona y apostó por los pibes Ayala, Almeyda, Zanetti, Verón, Ortega, etc. Entonces no había un Messi.
Competidor voraz, Messi necesita revancha. Le queda una bala de plata. Sólo una, la última. Acostumbrado a empujar los límites, buscará hacerlo nuevamente: ningún argentino participó de cinco mundiales. Diego Maradona estuvo en cuatro, 1982, 1986, 1990 y 1994. Si finalmente se instala en Qatar, descubrirá otro desafío: intentar destacarse en una Copa del Mundo con 35 años y medio, una dimensión casi inexplorada. Apenas el alemán Miroslav Klose lo consiguió con 36, en Brasil 2014. Pero ese horizonte hoy ni asoma. Tendrá que ser paciente Messi porque para la Copa de Qatar faltan algo más de dos años, y 18 fechas de eliminatorias. Probablemente, las más exigentes que se recuerden porque como nunca, casi todos los países presentan credenciales para soñar con el boleto a las arenas de Medio Oriente.
En las eliminatorias sudamericanas están envasados muchísimos momentos de Messi en la selección. El primer gol a Venezuela, en Maracaibo; la derrota contra Chile en tiempos de Bielsa, en Santiago, que eyectó a Alfio Basile del cargo; los delirios de Maradona, el 1-6 en La Paz y el desahogo en Montevideo; su mejor momento para cabalgar por América de la mano de Sabella; Martino, Bauza, los viajes al interior del país... Nadie convirtió más tantos que él en la historia del corte clasificatorio, 21 –junto con Luis Suárez–, para desplazar los 19 de Crespo. Ya encadena 45 encuentros, para tener al alcance el récord de 51 partidos de Javier Zanetti. Hace quince años que eligió dar la cara. Empieza el viaje final.
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