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La astucia de Marcos Rojo tendría que pagar con una probation
Devorado por el mandato de jugar para la tribuna. Nada humilla más que perder por gil en la Argentina, que el rival te gane por pillo. Y mucho menos en el superclásico. Entonces, una máxima habilita a la sobreactuación por miedo, demagogia o impunidad: “El fútbol es para los vivos”. ¿Como Marcos Rojo? Claro, como Marcos Rojo. El defensor corrió varios metros para reclamarle al árbitro Rapallini una tarjeta amarilla para Enzo Pérez. La merecía el símbolo millonario por su falta sobre Almendra y la recibió. En ese instante, Rojo se condenó. Exigió rigurosidad y abrió su puerta de salida.
Dos amarillas separadas por dos minutos y afuera. Probablemente la primera fue incorrecta, precipitada, pero sabiendo que cargaba con esa advertencia, la segunda se vuelve imperdonable para Rojo. Histérico, provocador, petulante: afuera. El cazador, cazado. Víctima de esas poses que son una debilidad para tantos futbolistas. El enemigo, en casa.
Una de las derivaciones de este juego-deporte es que pone a prueba el sentido de integridad de sus protagonistas. Hasta qué están dispuestos a hacer, pedir, actuar. El matonismo para requerir tarjetas, la supuesta sagacidad para ‘dormir’ al rival. El folklore del fútbol impone que este es un deporte de vivos. De pícaros. De astutos. De ventajeros. Ese intentó ser Rojo. A los 15 minutos se le acabó el partido por irresponsable, egoísta e insensato. El daño es irreversible: derrota con aroma a degradación deportiva en el Monumental. El resultado apretado apenas se explica desde la incomprensible piedad de River.
Ni excusas ni quejas. Solo disculpas podrá ofrecer Marcos Rojo. Aunque, como una especie de ‘probation futbolística’, bien podría recorrer las divisiones inferiores xeneizes para explicarles a los jóvenes lo que nunca tendrán que imitar.
Jamás se sabrá cómo hubiese terminado la final de la Copa América del Centenario, la del 2016, la que la Argentina dominaba con autoridad a Chile, que estaba en desventaja por la expulsión de Marcelo Díaz. Hasta que Rojo se hizo expulsar. Esa historia terminó en los penales y otra frustración para la selección, si hasta Lionel Messi renunció ahogado en su angustia. Nunca se sabrá qué hubiera ocurrido con este superclásico en igualdad numérica. Rojo lo arruinó. En tiempos de exhibicionismos baratos, el protagonismo otra vez se lo llevaron Rojo y su torpeza. Como hace cinco años en un partido vital en Nueva Jersey. Cinco años más viejo. Igual de inmaduro.
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