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Julio Olarticoechea, el boy scout que mantiene un estilo hace más de 30 años
Campeón del mundo en México 1986, el Vasco ha tenido otras experiencias repentinas como entrenador; qué hacía cuando lo llamaron para ofrecerle el seleccionado Sub 23 que jugará los Juegos Olímpicos y cómo es en la intimidad de los grupos que ha liderado
Julio Olarticoechea no se lo quiso decir, pero cuando Chiqui Tapia lo llamó para ofrecerle que sea el entrenador de la Sub 23 estaba comprando verduras en un supermercado de la Ciudad de Buenos Aires. Era martes, era de noche, hacía dos días que Gerardo Martino había renunciado a la selección y en una hora nomás sus amigos caerían al departamento para comer el asado semanal. El sueño olímpico empezó entonces con una imagen que sería hermosa —mientras en off escuchamos la charla con Tapia— como intro de un documental: un empleado pega un ticket en la bolsa de las verduras para la ensalada y cuando el plano se abre el que se la lleva es un campeón del mundo, el técnico que intentará ganar una medalla en Río 2016.
Los Juegos en la ciudad brasileña serán el quinto torneo que el Vasco disputará como entrenador y el cuarto con una selección. Salgamos rápido de los resultados, que no son lo interesante acá: salió 12º en la B Metropolitana 2000/01 con Talleres de Remedios de Escalada (a tres puntos del Reducido, el objetivo del plantel), lo eliminaron en primera ronda de los Panamericanos de Toronto 2015 con la selección femenina y perdió los tres partidos del Sait Naigjee Trophy, un torneo que en febrero de este año se jugó en la India y enfrentó a una Sub 23 de la B Metropolitana contra las reservas del Dnipro de Ucrania, el Munich 1860 y el primer equipo del Shamrock Rovers irlandés. El equipo del Vasco no metió goles, pero eso tampoco es lo interesante acá. Lo interesante, acá, es su esencia, la norma: al hombre de la boina lo han llamado siempre para equipos inesperados, equipos que no estaban en su órbita o se habían inventado recién. A Talleres había llegado porque el club había hecho un convenio con las divisiones inferiores de Vélez, donde trabajaba, y había que concederle un entrenador: a Olarticoechea le preguntaron qué le parecía, y Olarticoechea —un empleado, en definitiva— aceptó. A la selección femenina cayó por una reestructuración interna, mientras él dirigía a la Sub 18 de varones, y al mes —sí, al mes— ya tuvo su debut: en un torneo en Brasil perdió 4-0 con el local, 6-0 con China y 7-0 contra Estados Unidos, tres potencias del fútbol mundial. Se cierra el párrafo, se cierra la teoría también; el hombre de la boina no es un director técnico, es un boy scout.
"Un entrenador bárbaro", le cuenta Florencia Bonsegundo, la enganche de la selección, a La Nación. "Un motivador", señala Rodrigo Izco, uno de los laterales de la Sub 23 de la B Metropolitana. "A nosotros nos unió mucho, formó un gran grupo —la sigue el defensor—. Un entrenador muy, muy ofensivo, el Vasco. Laburaba mucho la tenencia, cómo escaparle a la presión rival. Los laterales, por ejemplo, había que hacerlos siempre para atrás; el defensor recibía de frente, dominaba la pelota, la cambiaba al otro lado y se volvía a empezar. Nos inculcaba que no tuviéramos miedo de jugar, que si un defensor cortaba, que tocara y se fuera, que atacara, que no se preocupara por su espalda: alguien lo iba a relevar".
Después, obviamente, están los contextos: la realidad. La selección femenina era la Heidi de cada torneo y aunque las jugadoras intentaran tocar con prolijidad, la última palabra la tienen —siempre— el área propia y el área rival. A la Sub 23 también le pasó algo así. "En los tres partidos atacamos mucho —cuenta Izco— pero erramos mucho también, y las pocas veces que llegó el rival nos convirtió". Al menos en esos equipos, las falencias que detectaba el hombre de la boina eran dos: no cortar apenas Argentina perdía la pelota, y que el toqueteo fuera un Clonazepam cuando el rival se apretaba atrás.
"Odia los pelotazos —sentencia la 10 de la selección—. En un amistoso que jugamos contra los chicos del Sub 17 se metía en la cancha, corría a la par nuestra y nos gritaba: ‘tocá, tocá, ahora mostrate, ¡mostrate, andá!". Había árbitro y todo, y el Vasco, sacado, nos corría para que intentáramos jugar. Y lo de la motivación, el grupo, es verdad: en la concentración pasaba, te decía ‘¿vamos a tomar unos matecitos?, dale, vení’, juntaba a tres o cuatro y nos contaba historias de cuando jugaba, historias del '86. O en la semana, fuera de los torneos, nos decía para armar cenas. Se la pasaba hablando de la camiseta, el espíritu amateur".
Porque lo de la motivación, el grupo, es verdad: antes del partido contra la reserva del Dnipro, el Vasco le pidió a los jugadores que hicieran silencio, se paró frente a ellos y pidió una camiseta de la selección. Se la dieron. En el vestuario, el silencio era nocturno, mortal. El Vasco apretó la camiseta en un puño, se la mostró a todos. "Escuchen… —les gritó— ¡por esto! ¡Por esto hay que jugar!".
Al menos en el identikit, el hombre de la boina es entonces un cruce entre Carlos Bianchi, el Bambino Veira y el Chacho Coudet: recuerda anécdotas de sí mismo, intenta que sus jugadores se sientan insuperables y se la pasa gritando que no hay nada más importante que tener la pelota, que hay que atacar siempre, que está prohibido —prohibido— sentir miedo a perder.
"La idea, ahora, es que el grupo se transforme en un equipo. Casi la mitad del plantel lo conoce desde la Sub 15, y algunos chicos ya lo ven como a un jugador más. El Vasco achica la distancia jodiéndolos, poniéndose a la par", cuenta uno de sus ayudantes, Pablo Calderón, charlando por WhatsApp con La Nación. En el gran documental 1986. La historia detrás de la Copa, de Christian Rémoli, el delantero Pedro Pablo Pasculli también había dicho algo así: "El tipo más importante del grupo del 86 fue el Vasco. Se la pasaba todo el tiempo hinchándonos las pelotas, encima nuestro, intentando que estuviéramos juntos, que estuviéramos bien". El boy scout también era, también es, entonces, un líder bullanguero, un agitador letal. "¿Vos sos el de la publicidad del supermercado, no?", lo jodía a Messi cada vez que se cruzaban en el predio de Ezeiza, según le contó a la revista El Gráfico antes del Mundial de Brasil. Para ese entonces, Javier Mascherano organizó una charla con Leo, Sergio Agüero y él: quería, el subcapitán, que el Vasco les contara historias, sensaciones, aprendizajes de México 86.
"Y ahora está rebobinando esa película", entiende uno de sus amigos, Nicolás Tosca, director de deportes de la municipalidad de Saladillo, la ciudad en la que nació el entrenador. Errata del redactor: donde dice "ahora", puede decir "antes", "siempre" o "cualquier momento de 30 años para acá". En el primer tiempo del 1-3 frente a México , en los Panamericanos, una defensora argentina se tiró de palomita y sacó una pelota en la línea. En el entretiempo, el Vasco la buscó entusiasmado, se sonrió, le gritó: "¡Yo hice una igual! ¡Yo hice eso en el Mundial!". Lo que el Vasco había hecho había sido rechazar —con la nuca, en la línea— un centro de Barnes, un puntero inglés. Iban 43 minutos del segundo tiempo, la pelota se metía atrás de Pumpido y otro mundo habría ocurrido si sucedía el 2-2. Otra Argentina, otro Maradona , un relato distinto al que nos formó esta identidad. La victoria contra Inglaterra había sido el primer partido de Olarticoechea como titular. El hombre de la boina. El boy scout.
"Amigos… que pasen un buen día… —escribió hace una semana, el 20 de julio, en su Facebook—. Estoy un poco cagado por el partido de mañana, ja, ja, ja".
El partido de mañana era el 0-0 contra Colombia . Quizá, con el 3-1 a Haití , ya se le alivió la ansiedad. Hablamos de un hombre que está siempre preparado. Un hombre que tiene en su perfil de WhatsApp una foto del equipo del 86.
cd
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