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Julio Cruz: “Scaloni y Gallardo tienen un mérito extra: rompieron prejuicios”
El exdelantero conoció al Messi de 18 años, se retiró del fútbol con el DT de la selección como compañero y analiza a Demichelis; del corte en La Paz al cambio de Pekerman en el Mundial 2006, cuando eligió hacerlo ingresar ante Alemania y postergó al joven crack
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Cuando Julio Cruz nacía en Santiago del Estero, Arie Haan jugaba la final de la Copa del Mundo de 1974. Y cuatro años después, el neerlandés, una pieza de equilibrio defensivo en la ‘Naranja Mecánica’, participaba en otra final del mundo, ahora en el Monumental. Perdió las dos, se sabe. Ese hombre abrió las puertas de Europa para Cruz: era el entrenador de Feyenoord que pidió la contratación del delantero. Julio se despidió del River campeón de Ramón Díaz prácticamente sin entender adónde se iba. “No sabía inglés, mucho menos holandés. De golpe estaba en Róterdam. Me metieron en un vestuario, me vistieron de futbolista, me subieron a un helicóptero y me bajaron en el estadio del Feyenoord con 65 mil personas. No comprendía qué estaba pasando... sólo sabía que iba a un club que necesitaba ganar el torneo…”, cuenta Cruz, con la perspectiva de casi tres décadas. Otra era. Casi inexplicable en estos días de hiperconectividad.
Se tuvo que adaptar Cruz: jugar a un toque, sin gambetas ni posesiones largas, vertical y oportuno. Lo hizo y se destacó. Más de cincuenta goles en tres temporadas y Feyenoord fue campeón de la Liga holandesa. Entonces lo compraron desde el calcio y en Bologna pasó lo mismo. Se tuvo que adaptar. Lo recibió el técnico Francesco Guidolin y lo hizo bajar diez kilos, de 90 a 80. “‘Acá, así, no jugas’, me dijo, y tenía razón. Venía de River y de Holanda, pero en Italia, los defensores me anticipaban”, describe sin vedetismo. Se sucedieron otras tres temporadas y más de treinta goles. Entonces, se lo llevó Internazionale. Y…, sí, se tuvo que adaptar: un gigante lleno de urgencias y de estrellas. Vieri, Recoba, Adriano, el nigeriano Obafemi Martins… Y después llegaron Zlatan Ibrahimovic, Luis Figo, Balotelli, el hondureño David Suazo… Fueron seis temporadas, otros 75 goles, y cuatro scudetti, dos Copas de Italia y tres Supercopas italianas… Eran años de selección también, años de Batistuta, Balbo, Caniggia, Ortega, Crespo, Tevez, Saviola y aparecía un tal Lionel Messi.
–Siempre de atrás…
–Me acostumbré, y no me resultó difícil. La meta que me tracé siempre fue que, cada vez que me tocara entrar, yo debía cumplir. Ya venía con esa enseñanza, lo aprendí con Oscar López y Cavallero, los primeros técnicos que confiaron en mí y me pusieron en la primera de Banfield con 19 años: yo entraba y me metía cerca del área, porque sabía que un centro o una jugada me iba a quedar. Yo siempre sentía que iba a estar de cara al gol.
–¿Fuiste más reconocido afuera?
–Cuando voy a Banfield veo el cariño de la gente, porque saben que soy un chico que salió de ahí, más allá de que todas las inferiores las hice en Temperley. Lo noto y se los agradezco. Y en River sólo estuve un año, pero la gente recuerda aquel paso, y también percibo su afecto. Mi hijo más chiquito, Tomás, está jugando en la escuelita del club y siento ese afecto cada vez que me ven, de parte de los hinchas, de los socios y de los dirigentes como Francescoli, Jorgito Brito, Patanian, o en su momento, D’Onofrio. Después, de alguna manera, en Europa sí, me siento más reconocido, pero porque estuve muchos más años. En Milano, especialmente, y en Roma, me quieren, sí.
–Porque en la ciudad de Roma terminaste tu carrera. En Lazio, en realidad. Y en esa temporada final, la 2009/10, tuviste de compañero a Lionel Scaloni.
–Mirá… Simeone no era sólo jugador, él también ya se sentía entrenador. Y quizás no con la intensidad del ‘Cholo’, pero Scaloni, como Inzaghi, eran de esos jugadores a los que vos ya les notabas que iban a tener ese recorrido…, por su perfil, por sus inquietudes. Ahora, si me preguntás si advertía eso en Gallardo, te digo que no. Y tampoco me lo hubiese imaginado por entonces en Matías Almeyda. Sinceramente no, no los veía. A Scaloni también lo tuve de compañero en el Mundial 2006 y ahí nos conocimos muchísimo y en Lazio terminamos de acercarnos más. Me pone muy feliz este presente porque conozco la clase de persona que es. Cuando le dieron el cargo fue muy criticado por muchos técnicos y por muchos periodistas, y muchas veces la gente se deja llevar por esos comentarios, pero yo siempre creí que era un buen cambio pese a su inexperiencia. Y la visión de Tapia, también, debe ser reconocida. Él creyó y confió en Scaloni.
–Dos temas te acompañarán siempre… Uno: el hombre que relegó a Messi al banco en aquel partido con Alemania en 2006. Pero pocos recuerdan que, en la definición, vos sí marcaste tu penal.
–Naaaah, Lionel era muy chico. Todos siempre me han preguntado, ¿por qué vos y por qué no él? Esa pregunta nunca fue para mí, sino para el técnico. No hay ningún jugador que diga ‘no, yo no, que entre él’. En ese momento, el cambio era lo que pedía el partido: Hernán salía y entraba yo. Con el tiempo todo fue pasando… En ese momento ya se veía que Lionel era diferente, y hoy me pone feliz que haya conseguido todo, todo. En su momento fue Maradona, antes Kempes y ahora disfrutemos de Lionel. La vida va pasando y ojalá, en el futuro, venga el cuarto monstruo.
–Por entonces podías imaginarte al crack. ¿Pero a este líder también?
–En un momento la vida te empuja… Él era diferente con la pelota, cuando la agarraba, cuando la paraba, cuando gambeteaba. Yo lo veía y notaba que no definía como el resto de los mortales… razonaba diferente. Se tomaba otros tiempos… ya definía de otro modo. Era chico y los defensores le dejaban pasar la primera, pero a la segunda ya se la daban y Lionel jamás decía nada: se levantaba y volvía a hacerlo. Tiene siete Balones de Oro y todos los títulos posibles... por eso me dolía cuando lo atacaban, no se lo merecía. En todo el mundo lo elogiaban, y acá, el pibe no recibía el mismo trato. Me daba una bronca, pero estoy seguro que a él le sirvió para crecer. Cuando renunció a la selección fue por dolor, pero también tuvo la fuerza y el coraje para levantarse. Estos últimos dos años de su vida se los buscó. Que nadie dude de que se trata del mejor de toda la historia.
–Aunque algunos hinchas en PSG lo silban.
–Seamos realistas… Está jugando en el club de la capital de Francia, en el club que necesita ganar la Champions, en el país al que le ganaste la final del mundo… Yo creo que algunos lo silban también desde su impotencia, es una manera de pasarle factura. Y no lo cuidan… tienen al mejor del mundo y no lo cuidan. Pero no son todos los hinchas, aclaremos eso, los que aman al fútbol no lo pueden silbar.
–Nombraste a Gallardo. ¿Podrá dirigir pronto a un grande Europa o deberá cumplir etapas?
–Marcelo corre con una ventaja: ya demostró que es uno de los mejores técnicos de Sudamérica, sino del mundo también. Ha sido muy elogiado nada menos que por Guardiola. Salvo Pablo Vico, en Brown de Adrogue, párrafo aparte para su compromiso e identificación con el club, Marcelo ha estado 8 años a pura gloria en un club como River. Y nadie se lo esperaba cuando empezó. Y también eso sucedió con Almeyda, con Inzaghi, con Mancini y, desde luego, con Scaloni. Había un prejuicio y no fueron pocos los que pensaron que River le quedaba grande a Gallardo. Pero Marcelo cambió eso con trabajo, honestidad y títulos. Hoy tiene un currículum que tranquilamente lo habilita para dirigir a un club importante de Europa.
–¿A Martín Demichelis le tocará heredar ese prejuicio?
–Hay dos personas que ya hicieron el trabajo difícil, el trabajo más duro: Scaloni y Gallardo, exjugadores que no atrapaban mucha confianza y silenciaron a todos. A ellos, entre tantos méritos, habrá que reconocerles también que rompieron los prejuicios y abrieron puertas para los demás. Hoy, siento, la falta de experiencia no se condena como antes. Y lo consiguieron ellos con muchos argumentos. Demichelis tiene la posibilidad de dirigir a uno de los clubes más grandes de la Argentina, sabe que toma una vara muy alta, y lo viene haciendo muy bien. Además, lo acompaña una dirigencia que le pone todo a su servicio, desde un proyecto sólido.
Un goleador feroz que dejó una huella en Inter
–Juan Manuel, tu hijo, hace tiempo que no juega en Banfield. No renovó contrato, se entrena con la reserva y quedará libre a fin de año….
–No me gusta mucho tocar el tema, primero porque es entre Banfield y Juan Manuel… Tiempo al tiempo, nada más. Tranquilo. Nos movemos en un sistema que es muy grande, y vos podés elegir estar adentro o afuera… y yo trato de no estar ni adentro ni afuera. Es un tema de él y del club… No, con el club no, sino con los dirigentes que lo manejan.
–¿Y el padre Julio Cruz qué opina? ¿Cómo lo ves a tu hijo?
–Y… como todos los chicos que están en esa situación, porque hay muchos, y no sólo en Banfield, sino en tantos otros clubes del fútbol argentino. Como padre lo veo ansioso, lógico, con ganas de jugar, pero la vida te enseña, todo es aprendizaje para él… Siempre que llovió, paró. Hay que esperar, simplemente, que vuelva a salir el sol. Su carrera seguirá.
–Desde que te asomaste al mundo de la representación de futbolistas, ¿con qué te encontraste?
–Yo me metí porque empecé a ver a chicos con muchas posibilidades de irse al exterior, y entré para ayudarlos… Yo no soy representante, soy como un consejero si querés. Para ser representante tenés que tener autorizaciones en la FIFA, muchos se llaman así pero no lo son por formación. Es un mundo raro. Si hacés las cosas bien, podés tener la posibilidad de ayudar a tus jugadores, que son los que hacen todo el trabajo en la cancha. Lo demás, es más fácil. Es un mundo difícil, y no todos están capacitados para hacerlo.
–Y el otro tema que te acompañará siempre: el corte en la cara. ¿Lo que pasó en La Paz te lo llevarás con vos?
–No me acuerdo ni cómo se llamaba el doctor. ¿Vos te acordás? Hay cosas que uno puede hablar, y otras que, si no se dijeron en su momento, no tiene sentido retomarlas. Ojalá hubiese una palanca para volver para atrás, tantas cosas se podrían solucionar en nuestro país… Lo que pasa, pasa, y siempre pasa por algo. Son cosas que sirven para crecer, para mirarlas desde otro lugar con los años, para analizar, para sacar tus propias conclusiones. Para ser mejores.
“Me fui de la política porque no me sentí identificado”
Ese código futbolero en el que tantas veces se recuesta Mauricio Macri para trazar paralelismos, también apareció hace algunos años cuando le dio la bienvenida a Julio Cruz: “Me amargó muchas tardes cuando jugaba en River, pero ahora me pone muy contento tenerlo con nosotros”. No duraría mucho la experiencia. “… La verdad, te soy sincero… Me fui en 1996 y aquella era una Argentina. Cuando regresé a la Argentina en 2011, me sedujo la idea de volver a radicarme en mi lugar. Y empecé a darme cuenta de cosas que no advertía, claro, cuando sólo estaba diez días de vacaciones. El primer impacto fue saber que el mundo había evolucionado, y la Argentina había involucionado. Nunca entendí, ni entiendo, cómo un país con los cuatro climas y todos los recursos, está como está. Empecé a conocer gente de la política, hasta que en un momento me preguntaron si quería involucrarme. Me costó dar el sí porque sabía que me estaba metiendo en un lugar que me exponía. Y ya no como deportista, eso lo había vivido y no me molestaba. Me iba a meter en política, no viniendo de la política. Que no es un dato menor”, cuenta Julio, a sus 48 años, en tono intimista.
Era mediados de 2014. Macri trabajaba en su campaña presidencial y María Eugenia Vidal aspiraba a gobernar la provincia de Buenos Aires. Cruz era un potencial candidato a la intendencia de Lomas de Zamora. Se reunía con los vecinos y participaba de los timbreos por aquellos años. “Analicé, estudié, escuché, caminé, y me incorporé al Pro porque descubrí a gente que podía construir y ayudar a cambiar esto… Pero seguí circulando, conociendo, empapándome más del tema y entendí que lo mejor que yo podía hacer era seguir ayudando a través de las fundaciones. Como familia, con mi señora Lorena, hace décadas que ayudamos a fundaciones, porque siempre abrazamos ese compromiso solidario de tratar de tender una mano. Nací en Santiago del Estero, me crié en Monte Grande y el fútbol me llevó a lugares impensados. Por eso me gusta ayudar. Pero desde afuera, no desde la política porque no me sentí identificado. Había que tener una pasta que yo no tenía. Y ayudar, puedo seguir haciéndolo desde otro lado”, describe hoy. Finalmente, el candidato de Cambiemos fue Gabriel Mercuri y en 2015 la intendencia de Lomas la retendría Martín Insaurralde.
–¿Te asustó la política, te decepcionó? ¿Cómo lo podés explicar?
–Y…, empecé con un proyecto, con una visión de modelo para intentar cambiar… y en realidad, sabíamos que no íbamos a poder hacer eso. Pero no porque no quisiéramos hacerlo, habían gente muy valiosa, pero somos una sociedad muy diversa... Y hay personas que, por más que las quieras ayudar o instruir para mejorar, no van a cambiar sus formas. Personas grandes, adultas, y con ellos es muy difícil… Pero sí hay que insistir con los chicos. Por su bienestar. A veces escucho: “Pero les damos una casa…” Y, sí, pero primero preocupate por darles de comer sano, sano, no pizza o pan, eso es llenarles la panza. Muchas veces juegan con los chicos y eso es tristísimo. La salud, el estudio y la alimentación de los chicos son la base de una nación y nosotros ahí estamos fallando.
–Hace unos días murió una beba que estaba en condición de calle a metros de la Casa Rosada…
–¿Y sabés todo lo que pasa y seguramente no conocemos en el resto del país?
–¿Que más del 50% de los menores de 14 años vivan en la pobreza es la certificación del fracaso de la política?
–La política es la cabeza, sí. El presidente, la presidenta, los senadores, los diputados y los ministros, sí. Pero la culpa no es sólo de ellos. Todos somos responsables. Yo no soy economista, pero cuando voy a los Estados Unidos y a Europa, en los dos lugares me dicen los mismo: el mundo me repite que somos el gran granero, entonces, ¿cómo estamos en estas condiciones? No lo entiendo. Quiero que me lo expliquen, porque me dicen que lo tenemos todo y yo veo que no tenemos nada. Y no creo que sea culpa exclusivamente de la clase política. Un presidente, un gobernador, un intendente y hasta un dirigente de un club llegan votados por una mayoría, ¿no? ¿Y entonces? Nadie puede hacerse el distraído. Mientras, los niños duelen. Y los abuelos a mí también me duelen, muchos no la pasan nada bien. Lo hablaba el otro día en la fundación del padre Mario, donde el principal acento se focaliza en las urgencias de los chicos, pero no nos olvidemos de los ancianos, porque muchos tampoco tienen la oportunidad de comer todos los días.
–Tu amigo Andrea Bocelli tenía razón, él te había desaconsejado dar el paso hacia la política…
–Sí, Andrea… Él siempre me decía: “Te vas a meter en política y no vas a tener vida, y ya no nos vamos a poder ver”, jajaja, tipo entrañable. Me decía: “Vos ayudá a las fundaciones, ayudá a la gente, hace lo que siempre hiciste…”. Él tiene una gran fundación. Era realista. El mandato de un político tendría que ser servir a la gente… Los que quieran y puedan ser parte del necesario cambio para la Argentina estará bueno que se involucren, sabiendo que las cosas hay que hacerlas para el bien de los demás.
–¿Lo decís por aquellos que entran con un patrimonio y en poco tiempo lo multiplican?
–Yo como contribuyente, pago todo lo que me corresponde. Ojo, esa distorsión pasa en todo el mundo. Y hasta ahí llego.
–Mencionabas la involución de la Argentina. ¿Dónde más se retrata?
–Perdimos respeto, valores. Educación, normas. En todos los campos: los chicos se pegan a la salida de un boliche, no hay visitante en las canchas y cualquiera te tira el auto encima en la calle por nada. Se votan leyes a mano alzada sin saber qué se está votando. Pero es la sociedad la que tiene el poder de mejorar o de empeorar. La cultura del esfuerzo se ha perdido, los más chicos ya arrastran generaciones sin ver ejemplos. Los tiempos han cambiado, un maestro era un maestro, su figura era casi reverencial, por ejemplo. Hoy me asusta prender la televisión porque te enterás de abusos en un jardín de infantes. Nuestra realidad duele.
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