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Jugar y vivir con lo puesto: Nicolás Abot, ‘el Abreu argentino’
El delantero, que vivió en la pensión de Olimpo con Gabriel Arias, hoy forma parte de Panarkadikos (Grecia), su club Nº 31, y sueña con actuar en África para completar el viaje por los cinco continentes
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En su cuenta de Instagram con más de 11 mil seguidores, Nicolás Abot se autodefine como un mochilero del fútbol. Es que con este deporte no sólo ha acumulado entrenamientos, partidos y goles, sino que, viajando, jugando y viviendo con lo puesto, también sumó múltiples kilómetros y experiencias que intenta capitalizar día a día. Hace tiempo ya que cayó en la cuenta de que su carrera sería diferente a la de la mayoría de los futbolistas profesionales.
Las malas experiencias y los golpes que le dio el fútbol no le hicieron abandonar, sino que lo impulsaron a hacerlo sí o sí. “Salir de esa locura y verlo desde otra óptica me permitió seguir jugando al fútbol y vivir de lo que amo”, cuenta a LA NACION desde su departamento en Trípoli, a dos horas de Atenas.
Su primer golpe de realidad lo vivió en la pensión de Olimpo, donde, según cuenta, era muy difícil adaptarse: “Era un desastre, vivíamos 19 personas ahí y no había ni sillas. Todo lo hacíamos por un sueño y en tres años llegué a convivir con 119 chicos diferentes que iban y venían porque no aguantaban y se volvían a sus casas”. De esos 119, sólo tres llegaron a ser futbolistas profesionales: Abot, el arquero de Racing, Gabriel Arias, y el de Patronato, Matías Ibáñez. “De esos 119, 50 eran mejores que yo, pero el tema es de qué lado veas las cosas”, reconoce el nacido en General La Madrid, quien luego de entrenarse dos años con los profesionales sin poder disputar un solo minuto en primera juntó fuerzas y se fue a probar suerte al Pérez Zeledón, de Costa Rica y luego pasó por Sportivo Italiano, Sporting Punta Alta, Zamora de Venezuela, Costa Cálida de España y Rampla Juniors de Uruguay. Después de jugar en Real Tolve de Italia, estuvo a punto de arreglar con El Tanque Sisley de Uruguay, pero a último momento le dijeron que no había presupuesto para incorporarlo y, sin club, decidió ir a entrenarse con un club de jugadores libres en La Plata. Allí sintió que tocó fondo deportivamente. “Yo pagaba para entrenar, era de un ex jugador de Gimnasia. Después de entrenarme 15 días me dijo que no iba a tenerme en cuenta, o sea que ¡quedé libre de los jugadores libres! ¡En un lugar que vos pagás para entrenar!”, recuerda ya con una sonrisa ese segundo hito negativo en su carrera.
El tercer episodio que le hizo sentir el rigor de haber elegido un modo alternativo de vivir y jugar fue cuando le tocó vestir la camiseta del FC Jūrmala de Letonia. Allí vivió la rudeza del más bajo mundo del fútbol: “Esa experiencia fue muy mala porque apostaban los partidos y enterarse de eso es muy duro. Una cosa es que haya representantes, que van a porcentajes, intereses o la incentivación, que existe, pero otra cosa es jugar para atrás”, lamenta y explica. “En la pretemporada fuimos a jugar a Málaga, contra el Dinamo de Kiev, el Bulgaria Sofía, equipos grandes, y a mí me parecía raro. Después nos enteramos que ellos también apostaban, por ejemplo, que nos ganaban por dos goles nada más, cuando eran un equipo que nos debería hacer 10 goles. Perdimos 3 a 1”.
A los 35 años, ya jugó en 31 clubes, de 13 países y cuatro continentes distintos. Su presente es el Panarkadikos de la tercera división de Grecia, donde comparte formación con otro argentino, Ismael Blanco, y disfruta la chance de entender el fútbol desde otra perspectiva. Es que celebra haberse dado cuenta de que no debía dejarse llevar por la decisión de otros: “Todos cuando somos chicos queremos jugar en la selección, en el equipo del que somos hinchas y también jugar en Europa, pero nadie te enseña la otra parte, de que muy poquitos llegan y si tenés ganas de seguir tenés que hacerlo por tu cuenta, sin esperar que nadie te venga a buscar”.
En consecuencia, este mochilero del fútbol que admira a Hernán Crespo maneja su carrera de un modo alternativo. No solo es jugador, sino que también es su propio representante, preparador físico y community manager, y para conseguirse equipo, suele contactarse por redes sociales con otros futbolistas que lo van asesorando y recomendando a entrenadores y dirigentes. Así va de club en club y de país en país. “Yo soy todo en uno, porque para los representantes solo servís cuando sos joven. Obviamente a veces y lamentablemente necesitás de un representante, pero no tengo nada firmado con nadie, porque después quedás atado”.
Para Abot, vivir del fútbol no significa estar salvado económicamente, ya que varias veces le quedaron debiendo meses de sueldo y tuvo que trabajar para mantenerse a flote: “El año pasado, cuando comenzó la pandemia, yo estaba en Italia y le dije a mi hermano que vive en España que me consiguiera trabajo y, como había hecho el curso cinco años atrás, pude ser guardavidas en Salou. Trabajé 45 días y no me gasté los ahorros”. Pero más allá de los ahorros, la vida de Abot cabe en una valija, ya que lleva solo lo necesario para poder instalarse en un nuevo destino cuando se presente la ocasión: “Para mí es normal, prácticamente no llevo nada material, solo lo que se puede meter en una valija: tres o cuatro pares de botines, material de entrenamiento para cuando estoy solo, un poco de ropa y yerba”.
Hoy valora toda experiencia, más allá de vivir solo y de jugar en un equipo del ascenso cuyo estadio tiene capacidad para 4000 personas. Entiende su rol, ya como experimentado: “El arquero de acá estaba bajoneado porque venía de una categoría más arriba y yo le quería hacer entender que nosotros tenemos que pensar que estamos en el Barcelona, porque hay otros jugadores que no tienen equipo”. Su modo de encarar la carrera profesional tiene un plus que intenta no desaprovechar: “Viajar me moviliza mucho. Y yo hago un viaje pero no el viaje turístico que hace el turista que viene a Grecia y va a Santorini y las otras islas. Yo hago el viaje paralelo, que es además conocer bien el entorno donde estoy. Entrenamos a las 12 y media y yo ya estoy 11 y cuarto en el entrenamiento y me voy a las cinco de la tarde”.
Aunque supera a Sebastián Abreu en cantidad de clubes –el uruguayo, de 43 años, vistió 30 camisetas distintas–, Abot no entra en comparaciones porque son carreras y objetivos muy diferentes: “Yo no soy ni el dos por ciento del Loco Abreu (risas), yo solo juego para ser feliz”. En ese sentido, piensa estirar su carrera hasta que el físico le diga que ya no puede jugar más. Mientras tanto, su estilo de vida hoy le permite estudiar online para ser entrenador y también le interesan los cursos de coaching. Lo que no piensa dejar son los viajes: “Es que es una pasión que encontré hace mucho y va a ser difícil para mí mantenerme quieto en un solo lugar”.
Viajar, jugar y vivir con lo puesto. Esa es la mentalidad que a Nicolás Abot le permitió ser futbolista profesional en América, Europa, Oceanía y Asia. Solamente le falta África y espera poder aterrizar allí en el corto plazo. “Sí, tengo ese objetivo porque me gustaría haber marcado goles en los cinco continentes”, se ilusiona Abot, el futbolista que ya pasó por 31 clubes y que disfruta de cada uno de los kilómetros recorridos.
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