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Jugar más allá de los talibanes: cómo sobrevive la selección de Afganistán en el exilio
La selección de fútbol de Afganistán tuvo acción en un amistoso, pero, ¿a quién representa el conjunto?; el desafío del DT y un extraño símbolo de unidad para un país peligroso
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BELEK, Turquía.–Puede que Anoush Dastgir sea el hombre más trabajador del fútbol, pero hace unos días su trabajo le había pasado factura. Dastgir, el entrenador de la selección masculina de Afganistán, estaba sentado en un restaurante vacío del hotel donde él y su equipo se preparaban para un partido de exhibición contra Indonesia. Eran las 11 de la noche y Dastgir luchaba contra lo que parecía un fuerte resfriado. Dirigir una selección nacional de fútbol es bastante difícil en cualquier lugar, pero entrenar a Afganistán ha supuesto durante mucho tiempo un reto único.
Es uno de los países más pobres del mundo y un lugar donde la guerra civil y el gobierno talibán impidieron en su día que la selección nacional jugara un partido durante casi dos décadas. El país se considera tan inseguro que la FIFA ha prohibido durante mucho tiempo que sus equipos jueguen en casa. La mayor parte del tiempo, eso apenas importaba: Afganistán ocupa el puesto 152 del mundo. Y nunca se ha clasificado para un gran torneo.
Sin embargo, las circunstancias se complicaron aún más últimamente, cuando los talibanes volvieron a entrar en Kabul, el gobierno afgano cayó y su presidente, Ashraf Ghani –por no hablar de decenas de miles de sus compatriotas– huyó del país.
Dastgir perdió el acceso a parte de su equipo y a la mitad de su personal en el caos. Dos miembros del personal se encuentran ahora en campos de refugiados en Qatar. Otros dos están en Afganistán, deseosos de marcharse. Su plantilla está compuesta casi en su totalidad por refugiados afganos, o hijos de refugiados, que han encontrado refugio en los Países Bajos, Alemania, Estados Unidos, Suecia y otros países a lo largo de los años, huyendo de los diversos conflictos que han afligido a Afganistán desde la década del ‘80. Pero unos pocos siguen pasando tiempo en Afganistán, y este año hacer eso se convirtió en una preocupación.
Uno de los jugadores más importantes de Dastgir, Noor Husin, que se marchó a Inglaterra cuando tenía 6 años, estaba en la ciudad de Mazar-i-Sharif en julio, cuando los talibanes se acercaban. “Estaba aterrorizado, para ser sincero. Cada día había noticias: ‘se están acercando, están en las afueras de la ciudad’. Pero yo pensaba que no iba a ocurrir”.
Husin consiguió llegar a Kabul y salir del país, pero él –como muchos de sus compañeros– pensó que la selección estaba acabada. “Todo el mundo pensaba que era el fin”, dijo. Sin embargo, Dastgir estaba decidido a mantenerlo vivo, para que siguiera sirviendo, dijo, como un raro símbolo de unidad en un país a menudo dividido por líneas étnicas o lingüísticas. Por eso, hace unas semanas, tomó el teléfono y organizó un partido amistoso –el primero desde que los talibanes tomaron el poder– contra Indonesia. Esa fue la parte fácil. Luego tuvo que encontrar un lugar para el partido, organizar los vuelos y los visados para los jugadores y conseguir pruebas de coronavirus para todos. Con la cuenta bancaria de la federación afgana de fútbol congelada, Dastgir solicitó a la FIFA ayuda para financiar el viaje.
Al no contar con un utilero, Dastgir tuvo que enviar él mismo muchos kilos de ropa de entrenamiento, y luego convencer a su cuñado de que le ayudara a lavarla. Compró balones de fútbol, consiguió árbitros y, sin un equipo de comunicación, promocionó el partido en sus cuentas privadas de las redes sociales. Incluso negoció un contrato de transmisión para asegurarse de que el máximo número de personas en Afganistán pudiera ver el partido. Y luego, con todo eso hecho, todavía tenía que encontrar tiempo para entrenar al equipo.
Pero cuando se acercaba el amistoso, aún quedaba una cuestión importante por resolver: ¿qué bandera enarbolaría el equipo?
A sus 31 años, Dastgir es uno de los entrenadores más jóvenes del fútbol mundial. Nacido en Kabul, escapó con su familia de la guerra civil del país poco después de que las fuerzas soviéticas abandonaran Afganistán en 1989. Apenas tenía unos meses, y creció en Pakistán y luego en la India antes de establecerse en Holanda.
En Europa aprendió neerlandés y fue ojeado por un importante club, el NEC Nijmegen. Finalmente, fue convocado por la selección nacional afgana, pero participó en un puñado de partidos antes de que una lesión en la rodilla pusiera fin a su carrera como jugador.
“Mis entrenadores me dijeron: ‘Tienes que empezar a entrenar’, porque como jugador era una especie de líder del equipo”, dijo. Su primera oportunidad de dirigir a Afganistán llegó en 2016, cuando un entrenador extranjero no se presentó a un partido en medio de una disputa contractual.
“Los jugadores dijeron: ‘Creo que Anoush puede manejarlo’”, recordó Dastgir. Perdió ese partido, pero el equipo había jugado bien. La siguiente vez que se abrió el puesto, en 2018, le dieron el trabajo.
Para entonces, estaba a la caza de jugadores afganos. Muchos fueron descubiertos entre la vasta diáspora afgana, los refugiados y sus hijos repartidos por todo el mundo. Cuando se organizó un partido contra Palestina en Kabul en 2018, el primer encuentro internacional que se jugaba en Afganistán en años, Dastgir llamó a muchos de sus descubrimientos.
“Quería tener a estos jugadores en Afganistán para que sintieran el país, para que vieran a la gente, porque la mayoría de ellos han nacido fuera del país”, dijo. “Así que si les dices que juegan para tu país, se quedan como si fuera ‘¿Qué es eso?’”.
Incluso ahora, el lugar del equipo como institución multicultural visible se manifiesta en los entrenamientos. Las instrucciones se gritaban en holandés y pashto. Los ánimos se ofrecían en alemán, dari e inglés. A veces, Dastgir cambiaba de idioma en medio de una frase. “Mi primer capitán es tayiko”, dijo. “Mi segundo capitán es pashtún. Mi tercer capitán es hazara”. Dos de sus jugadores, los hermanos Adam y David Najem, nacieron en Nueva Jersey.
Sin embargo, a medida que se acercaba el partido, las cuestiones de la bandera y el himno seguían sin resolverse. No era una decisión que se tomara a la ligera. La bandera blanca de los talibanes, con la Shahada –la declaración de fe musulmana– impresa en ella, ha sustituido a la tricolor verde, roja y negra sobre el palacio presidencial de Afganistán. Y como los talibanes han instituido una amplia prohibición de la música, el himno nacional ha sido efectivamente proscrito.
Dastgir sabía que tocarlo y ondear la antigua bandera sería controvertido; el equipo masculino de cricket del país fue reprendido por un líder talibán después de hacerlo en la Copa del Mundo Sub 20. Sabía que su elección podría costarle el puesto de trabajo o algo peor.
“No tengo miedo de que me despidan”, dijo Dastgir. “Soy el entrenador del equipo nacional de 37 millones de afganos. No soy el entrenador de la selección del régimen talibán, ni del régimen de Ghani. Nunca lo hicimos por el gobierno. Lo hicimos por el pueblo”.
Nadie en el campamento de Afganistán estaba seguro de que algún aficionado fuera a verlos jugar en Belek, una ciudad costera cerca de Antalya. Los responsables del estadio, preocupados por las restricciones del coronavirus, se tranquilizaron cuando Dastgir aceptó pagar la seguridad de su propio bolsillo. También estaba la cuestión de si la policía turca podría resultar disuasoria. Al menos 300.000 refugiados e inmigrantes afganos han encontrado refugio en Turquía en los últimos años, y muchos son indocumentados. Pero a medida que la luz del día se desvanecía y se acercaba el inicio del partido, cientos de aficionados hacían cola ante la puerta del estadio.
“Quiero demostrar que soy afgana”, dijo Mursal, una estudiante de 18 años envuelta en una gran bandera afgana, pero lo suficientemente cautelosa como para negarse a dar su apellido. Huyó a Turquía hace cuatro años, después de que su padre fuera asesinado en Afganistán, y ha encontrado pocas oportunidades para ondear la bandera afgana desde que llegó. “Es nuestra bandera. No tiene otra bandera. Sólo esta bandera, y nadie puede cambiarla”.
Seiscientos hinchas –el límite acordado con los responsables del estadio– no tardaron en llegar, llenando la única tribuna larga del estadio. Unos minutos antes del saque inicial, los equipos se alinearon en el centro del campo. Frente a ellos, dos suplentes de Afganistán desplegaron una gran bandera verde, roja y negra, la que Dastgir había llevado consigo a Belek. Sonó el himno, un momento transmitido a millones de afganos en su país. No había nadie para hacer la tradicional foto antes del partido: El fotógrafo oficial de la selección se escapó a Portugal hace meses.
El partido fue frenético, con la banda sonora del ruido constante de los aficionados afganos. Dastgir, vestido de negro, daba tranquilamente instrucciones tácticas. Al final del segundo tiemp llamó a Omid Popalzay, un volante criado en Holanda al que se vio por última vez jugando en la cuarta división de Polonia. En el minuto 85, pocos instantes después de entrar en el partido como suplente, Popalzay marcó. Minutos después fue el final. Ganó Afganistán y los aficionados estallaron de alegría.
Un aficionado saltó a la pista de atletismo que rodeaba el campo con la esperanza de hacerse un selfie, pero fue interceptado por la policía y devuelto por el cuello. Un jugador, Norlla Amiri, se subió a los hombros de un compañero de equipo para que le pasara su hijo pequeño.
Otros aficionados lanzaron sus teléfonos móviles a los jugadores, pidiéndoles selfies. Muchos querían fotos con Faysal Shayesteh, un volante de 30 años que ha tenido una carrera profesional trotamundos desde que se mudó a Holanda de niño. Casi todos los aficionados afganos conocían a Shayesteh por sus tatuajes, entre ellos el que le cruza el pecho y que muestra el horizonte de Kabul bajo un avión de combate y un helicóptero de ataque, cada uno de los cuales bombardea la ciudad con corazones rojos. Sobre su pecho izquierdo había dos coordenadas de GPS: la primera es la de Hengelo, la ciudad del este de Holanda donde creció. La otra es Kabul, donde nació.
“Si hablo de ello, me emociono”, dijo, conteniendo las lágrimas. “Porque sé por lo que está pasando la gente en Afganistán. Y sé que esto es lo único que les hace felices, ganar un partido con la selección nacional. Es lo único que tienen, así que estoy muy contento”.
Dastgir lo vio todo desde atrás, grabando parte de ello con su teléfono para publicarlo en su cuenta de Instagram. Nadie había hecho más por el momento que él.
James Montague
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