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Javier Sanguinetti: era de Lanús, fue feliz en Boca (y en la Bombonera) y es el símbolo de Banfield, que busca cumplir un sueño
Javier Esteban Sanguinetti tiene 50 años, le dicen Archu, nació en Lomas de Zamora, era hincha de Lanús, se convirtió en símbolo de Banfield luego de jugar durante más de 18 años, con el certificado de la marca de presencias de 485 partidos. Es entrenador, en Sol de América y Sportivo Luqueño hizo un curso acelerado de conducción, que había potenciado en compañía de Julio César Falcioni, el Emperador. Prefiere la sombra a la celebridad, sus equipos son veloces, ruidosos, atacan y retroceden, se arman de atrás hacia adelante: "Primero, tenemos que defendernos y después atacarlos" , es su premisa.
El último partido de Banfield
Es un apasionado de fútbol, de la táctica, se inclina por la planificación, desprecia los excesos y tiene un buen decir. Es el técnico de Banfield, la revelación de la Copa Diego Maradona, que se enfrentará este domingo con Boca, a las 22.10, en San Juan, detrás del sueño de una nueva estrella. Con Martín Payero y Giuliano Galoppo, es el líder de una pequeña gran revolución, que define así: "Banfield es un equipo duro, difícil y que lastima. Es corredor e inteligente, pero también tiene buen pie y sabe jugar al fútbol. Los jugadores entendieron la mejor forma de llegar y eso es una virtud: ser directos, rápidos y dejar al rival mal organizado".
Se viene la final
Te quiero al lado mío cada día más [R][R][R][R][R] #VamosBanfieldpic.twitter.com/Oob2m1HKVc&— Club A. Banfield (@CAB_oficial) January 15, 2021
El rival, justamente, es azul y oro, que quedó destruido luego de la derrota contra Santos por 3 a 0, un golpe desatado el miércoles pasado en Brasil, con múltiples, inesperadas consecuencias. Cuando Sanguinetti espía la camiseta xeneize, sonríe. Le devuelve los momentos más bonitos que le regaló el fútbol para un capitán que marcaba, corría, metía, jugaba y hasta convertía goles. Un mariscal de otra época, que lloró como un niño en la Bombonera el 13 de diciembre de 2009, cuando dio la vuelta olímpica a pesar de caer por 2 a 0, con tantos de Martín Palermo. Era la mano izquierda de Falcioni (la derecha, era Néstor Omar Píccoli), luego de colgar los botines un año y medio antes.
"Ahora no tenemos los futbolistas para jugar como el Banfield de 2009, con James Rodríguez y Walter Erviti. Entonces, hay que buscar las variantes para poder ser efectivos. Todos los entrenadores coinciden en una cosa: hay que ganar. Y en esa búsqueda, elijo ser vertical, sin descuidar nunca la última línea", defiende sus principios.
Las lágrimas de Falcioni en 2009
Tiempo después, el cuerpo técnico del orden, el pragmatismo y el laboratorio aterrizó definitivamente en la Bombonera, consiguió el Apertura 2011 y la Copa Argentina 2012. Boca le provoca nostalgia y, al mismo tiempo, le abre un mundo nuevo. "Vamos a enfrentarnos con un rival calificado. Que Boca haya quedado afuera hace presuponer que llegan golpeados, pero siempre es Boca, con las obligaciones, las necesidades y un gran potencial. Tiene un técnico muy capacitado y un plantel de mucha jerarquía", no se confía Archu, que al menos hasta los 8 años se inclinaba por el Granate, cuando Isabel, su madre, fanática del Taladro, lo llevó a probarse al Taladro.
En realidad, fue un amor a segunda vista, según contó alguna vez. Jorge, su padre, era de Lanús: la mesa familiar tenía prohibido hablar de pelotas. Javier seguía el mandato paterno, hasta que un clásico de 1982 en el estadio Florencio Sola lo cambió todo.
Jorge y Juan Pablo, hermano de Javier, se instalaron en la tribuna de Lanús. Javier y su madre, Pocha para el barrio, se ubicaron en la platea local. El pacto había sido "no gritar los goles". Como su padre no cumplió su promesa –quedó afónico- Javier se enojó tanto, que decidió que esa iba a ser su nueva casa. Las aventuras futboleras en el Sur siguieron su camino, pero desde que Archu se hizo profesional, todos se hicieron hinchas del hijo pródigo.
"En Banfield me enseñaron a vivir", contó, tiempo atrás. En el Taladro, antes de ser un símbolo, se convirtió en hombre. Asumió como DT en julio pasado, en plena pandemia y con las primeras imágenes por Zoom. Las charlas eran todo un desafío en esos tiempos: había que reemplazar a Falcioni, había que decidir qué hacer con las piruetas de Daniel Osvaldo y tenía decidido dejar a un costado a Nicolás Bertolo. Golpes en la mesa estudiados, planificados, sin estridencias.
No es un jefe: es un padre. El promedio de edad del equipo titular en el definitivo triunfo por 4 a 1 sobre San Lorenzo fue de apenas 24 años. Y sólo subido por Fabián Bordagaray, de 33. "Hay que ser cuidadosos con los chicos, porque hoy las redes sociales potencian o menosprecian al jugador, y a un pibe lo encumbran en cinco minutos, lo ponen allá arriba, y en los 20 siguientes lo tiran al fondo del mar. Por eso se necesitan los consejos de los más grandes", sostiene. Y en ese rubro, están Jonás Gutiérrez (37) y Jesús Dátolo (36), docentes en las prácticas y habituales integrantes del banco de suplentes en los partidos.
"Lo que se consiguió hasta ahora tiene que ver con el aguante del club, porque un equipo no se arma de un día para el otro y en Banfield hace seis años que los chicos que ahora están jugando juntos… obviamente en algún momento todo el potencial que tienen debía explotar", asume.
Explotó ahora, con su ojo clínico y su palmada paternal. Aunque sabe que todavía falta lo mejor…
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