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Javier Castrilli: "Las reglas del fútbol son como la Constitución Nacional"
Javier Castrilli tiene 62 años. ‘Vivir es cambiar, en cualquier foto vieja lo verás...’ canta, tararea el tango Chau..., no va más! El cabello ya no está engominado y sí platinado por las canas. Expresivo, cálido, hasta bromista. "¿De qué me arrepiento, en qué falle? En todos los partidos me equivoqué, en todos. No faltará el que diga que me equivoqué al elegir la profesión. ¡Más! ¡Que me equivoqué al nacer! Cuando se busca la excelencia, equivocarte te duele. Y a mí me dolía mucho". Está convencido de los mismos atropellos que lo eyectaron del arbitraje hace más de dos décadas. Siente que el tiempo le dio la razón, pero lejos de la jactancia desnuda un manto de decepción porque cree que el escenario empeoró.
Recuerda cuando lo trataban de loco, de payaso. Relata que un día cualquiera de 1995, el periodista Adrián Paenza le preguntó si había visto la película El guardaespaldas, con Kevin Costner y Whitney Houston, y si algo le había llamado la atención. "Sí, el intercomunicador, le dije. Y me desafió: ‘yo estoy viajando a Chicago, ¿vos te lo pondrías si te lo consigo?’ Le respondí que sí, sin dudarlo, que como no estaba prohibido… estaba permitido. Tres o cuatro semanas después apareció con los aparatos y los estrené en un Racing-Independiente. Once años después, la FIFA lo homologó para el Mundial de Alemania 2006". Curioso, desafiante. Repite que no guarda rencor con nadie.
Se retiró en septiembre de 1998. Acababa de dirigir en el Mundial de Francia, transitaba el esplendor de su carrera. Pero apuntó contra el Colegio de Árbitros, denunció las presiones que recibían algunos colegas para que fueran complacientes con los poderosos. Castrilli se marchó y no volvió más. "Si alguien entra en mi casa no descubrirá que ahí vive un exárbitro. No hay ninguna foto, nada de nada. Creo que hay recuerdos que están en cajas y quedarán para mis hijos. Nunca pedí una camiseta, por ejemplo, y hoy cuando me entero que los árbitros piden camisetas de jugadores, y se llevan las pelotas de los partidos, me da asco, sinceramente. No están para eso. ¿Cómo van a pedir camisetas? Son actos totalmente indebidos de parte de los árbitros; gente de los clubes me ha descripto estas escenas casi como extorsivas, prepotentes, como si fuera una obligación que el club les tuviera que entregar camisetas. Lamentable, realmente lamentable…, bueno, así estamos".
–¿Tanto lo decepciona el arbitraje actual?
–El deporte educa, forma. Es un vehículo excelente para la emisión de valores. Pero si al fútbol lo investimos de un mensaje donde el que triunfa lo hace fuera de la ley con la complicidad de la justicia, y a cambio de eso le damos, fama, poder, éxito y dinero, es un combo lo suficientemente pernicioso. ¿Y cuál es el rol del árbitro? Si partimos de una visión comercial, en la que enarbolamos las banderas del fútbol show, ineludiblemente, tendrás lo está ocurriendo: un arbitraje político, con el que solo se busque acceder a un sitio de privilegio a través de caminos sinuosos.
–Entonces, solo hemos involucionado.
–Totalmente. Basta con darte cuenta de que lo que antes eran valores ahora son disvalores. Se ha hecho un culto del pragmatismo y de los caminos cortos; de una mirada miope respecto de lo que el fútbol representa en nuestra sociedad. Todo ese circuito circense no hace más que recrear las condiciones de perpetuidad de ese sistema.
–¿Y los medios tienen responsabilidad?
–Todos los elementos que rodean al fútbol colaboran en mayor o menor medida. Pero los medios desnudan también, eh. Por eso insisto con que la utilización de la tecnología nos hace chocar de bruces con esa realidad. Denuncia crudamente lo que está ocurriendo. Las arbitrariedades de un árbitro. Al que ni se le ocurre, con una actitud petulante, ir al VAR, lesionando hechos consagrados por las reglas de juego. En oportunidad de Argentina-Brasil, por ejemplo, violando todos los principios elementales desde el cual debería ser construido el VAR, como herramienta para enmendar el error. Con la mala aplicación de esa herramienta no hace más que acercarnos a la sospecha.
–¿Fue soberbia o había algún interés en el fondo?
–Claro. Se bifurca. Pero al menos no nos queda duda. La tecnología es el límite a la corrupción. La tecnología tiene que transparentar. Y cuando no se quiere transparentar es que están escondiendo algo. Entonces, no es bueno que no se difundan las imágenes ni los audios. El que tiene que esconder, inexorablemente, lo hace porque es algo malo. El motivo por el cual irrumpe la tecnología en la cocina del fútbol es, precisamente, porque el humano como garante ha tocado su techo y ha demostrado que no le da respuesta a la problemática del fútbol moderno.
–¿Hubiese sido un mejor árbitro con el VAR?
–No sé si hubiera sido un mejor árbitro, pero sí uno más justo. Si uno busca eso. ¿Cómo no consultar al VAR?
–A veces, ni la sociedad busca la justicia...
–... Bueno, pero al menos esa es la responsabilidad de quienes conducen. Y, obviamente, lejos estaremos de mejorar si insisten con que el fútbol es un mero producto de entretenimiento. Tenemos la posibilidad de aprovechar un deporte que genera tanta pasión y lo estamos desperdiciando. La imagen es totalmente comercial. En los últimos tiempos impera lo que yo denomino arbitraje político. Para quedar bien… No romper los partidos. Conservar el "espectáculo" y repitiendo los latiguillos que se transmitieron de generación en generación… como eso de que es mejor árbitro aquel que termina con los 22 jugadores dentro del campo. Las reglas de juego son como la Constitución Nacional. Por eso celebro lo del VAR. Si el VAR fuera una instancia de apelación, con un nivel jerárquico superior al árbitro central, su opinión sería como la de un juez de primera instancia; los jugadores y el cuerpo técnico tendrían el derecho de pedir el VAR. Y que el VAR decidiera. Obviamente que el juez del VAR podría equivocarse, pero el error disminuiría sensiblemente.
–¿Lo dejaría a libre aplicación?
–No, debidamente regulado. En otras disciplinas se da. En algunas, con el exceso, se pierde la posibilidad de seguir pidiéndolo. Hasta terminaríamos con la antipática demora de que el árbitro tuviera que ir a ver las jugadas.
–¿Se siente un incomprendido?
–Conozco mucha gente que piensa igual, eh. Pero bueno, no lo podemos plasmar. Uno ve a través de quienes nos gobiernan o a través de las administraciones de la AFA que toman decisiones diametralmente opuestas a lo que uno considera, divorciándose de nuestros principios. Pero en la vida hay que seguir luchando.
–A la distancia, ¿por qué sus colegas no lo respaldaron en su lucha contra el sistema? ¿Se los reprochó?
–Todo consta en la sentencia del juez penal Zamudio, que intervino en la causa por amenazas y coacciones agravadas. En ella el juez hace mención al temor reverencial, puesto de manifiesto en las declaraciones de los testigos, que fueron los árbitros. El juez se dio cuenta de que estaban contestando bajo presión y que todos repetían el mismo argumento. Hubo una bajada de línea del asesor letrado de la AFA. Estamos hablando que el presidente del Colegio de Árbitros [NdelaR: Jorge Romo fue expulsado de la AFA por Grondona en 2010] había dicho "fíjense en las camisetas de los dirigentes antes de sancionar". Al extinto Fabián Madorrán, en su presencia, lo humilló diciendo: "No hagan como este boludo que le expulsó tres jugadores a Brasil y tenemos un quilombo internacional". El mismo Zamudio sostiene en su fallo que ese temor reverencial era grave por la investidura de quien había pronunciado esos dichos; de todos modos sobreseyó por falta de méritos al presidente del Colegio, pero le hizo un reproche ético y giró todas las actuaciones a la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados.
–Y el tema no avanzó.
–Y..., me acuerdo de que estaba Daniel Scioli.
–¿Hoy hay árbitros ‘inteligentes’, obedientes al poder?
–No tengo dudas. Siempre hubo y hay. Cuanta mayor capacidad intelectual tenga un árbitro, mayores posibilidades vamos a tener de encontrar en él una actitud directamente relacionada con la justicia y la honestidad. El árbitro debe ser garante de una categoría que jamás se usa en el arbitraje: la seguridad jurídica lúdica, la previsibilidad en el desarrollo del juego que es clave para lograr la gobernabilidad. Y así el jugador, sintiéndose protegido por esa previsibilidad, realmente se olvide de que hay un árbitro y se dedique exclusivamente a crear. Los árbitros deben sentir que esa es su tarea, sino seguirán tomándose en las áreas y mirará para otro lado con la finalidad de no meterse en un brete. El arbitraje muy lejos está de ser un jardín de rosas cuando el árbitro se compromete. El árbitro debe luchar por plasmar lo que uno escucha del hombre común. Quién no ha escuchado decir ‘hasta cuándo se van a agarrar en las áreas’; ‘cuando van a sancionar de igual manera una infracción en la mitad de la cancha y en un área’; ‘cuando van a expulsar por lo mismo en el minuto 80 y en el minuto 2’. Esas cosas demuestran que hay una demanda de justicia insatisfecha. Cuando el hincha de Boca o River dice lo mismo que el de Barracas Central o Cambaceres..., si tiene cuatro patas, mueve la cola y ladra, es un perro. El arbitraje está en terapia intensiva.
–¿Cuál es la solución?
–Los jugadores hacen lo que los árbitros les permiten. Y la impunidad genera la reiteración de la conducta reprochable. Cuando vemos que los árbitros que están presentes miran para otro lado, son como los policías que observan un robo y no intervienen. Es decir, buscan no comprometerse. Y lamentablemente hay todo un sistema que los induce a eso, en lugar de enfrentar la situación porque para eso les pagan. No para mirar para otro lado y, así, no ver que al N°9 lo están estrangulando en el área. Y entonces no cobran el penal o dicen que eso es mancha.
–¿El problema es nacional, regional... o mundial?
–Los resultados están a la vista… El arbitraje en Brasil fue bochornoso y el de Rusia se acercó mucho al bochorno. El de Brasil fue escandaloso por donde se lo mire, sin ir más lejos, de los 64 partidos, solo se amonestó una vez por simular, y fue por el tercer puesto. Se fue corporizando la conveniencia y la comodidad en figuras importantes del referato. En definitiva, el objetivo es tratar de sacar los partidos. Se ha institucionalizado la administración de las amarillas, algo descabellado. Y esto ocurre por haber tomado a los arbitrajes en los mundiales como piedra basal para un paradigma, donde dirigir se aproxima más a la conducción de un espectáculo comercial. Un fútbol-show, donde el juego queda postergado.
–¿No le gusta ningún árbitro?
–La francesa Stéphanie Frappart me parece una diosa del arbitraje, tiene un nivel muy superior al arbitraje masculino. Comenté la final del Mundial femenino y sinceramente terminé chocho con su actuación. Y acá nada tiene que ver el género, sino la capacidad. Incluso, esto echa por tierra aquella de que a Pitana lo van a respetar más porque es más alto que Fulano. La autoridad se construye desde el respeto, no con los músculos. La visión de que a través del miedo vas a imponer más autoridad, o vas a intimidar más, es fachistoide.
–Pero usted ponía cara de malo...
–... Un día Omar Palma me hizo un chiste. Me había olvidado el silbato, salí a dirigir sin el silbato, y él se dio cuenta. El Loco Desio me hacía chistes en el partido, me volvía loco... Esas cosas alimentaban una convivencia. Yo ponía cara de póquer, pero ellos sabían que los respetaba porque respetaba el juego.
–¿Qué opina de exárbitros tan mediáticos como Lunati?
–Cada uno puede expresarse como quiere. Obviamente, de la forma que lo haga será juzgado. Esas expresiones responden a un formato televisivo que vende. No es lo que a mí me gusta ni yo lo consumo.
–¿Le recomendaría a un joven ser árbitro?
–Sí. Y le advertiría que en un momento va a tener que optar, y esa elección tendrá una relación directa con sus principios y valores. Porque es muy fácil seguir el camino de la conveniencia y la facilidad, y no del deber ser. Y cuando la vida te pone ante la disyuntiva, son muchos los que eligen la comodidad y van cambiando el discurso. Muy pocos tratan de ser coherentes, porque muchas veces para conseguirlo hay que abandonar intereses materiales. Yo tuve que sobreponerme a la tentación de elegir ese estado de confort y eso me ha afectado muchísimo. Pero aquí estamos.
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