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Iván Marcone, un caso muy poco frecuente que rescata el perdido espíritu amateur de jugar por amor a la camiseta
No cabe más que alegrarse por descubrir que todavía sigue habiendo espacio para alguien que muestra espíritu amateur y amor por unos colores
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Iván Marcone podrá cumplir el sueño de jugar en el equipo del cual siempre fue hincha. Debería ser algo más o menos normal, y sin embargo se trata de un hecho excepcional. Reconozco que no pude descubrir en mi memoria una historia semejante de la que fuese testigo directo. Abundan los casos de jugadores que vuelven a sus clubes de origen, o quienes eligen retornar a un lugar donde ya estuvo, incluso resignando ingresos económicos, como Darío Benedetto. Pero no recuerdo ningún compañero de vestuario que haya forzado la situación para vestir la camiseta del club de sus amores luego de desarrollar toda su trayectoria en otros equipos. Lo conseguido por Marcone, en cambio, es mucho más infrecuente y creo que hay más de una razón para explicar porqué es una rareza.
Conservar ese sentimiento legítimo por un escudo que todos tenemos cuando somos chicos no es lo habitual en el fútbol profesional. A medida que un futbolista recorre su camino se va desencantando o enamorando de las cosas que le suceden y estableciendo lazos con los clubes en los que se encuentra. Lazos que a veces son tan fuertes como para desengancharse del que se tenía en la infancia.
Ni siquiera puede considerarse una traición. Simplemente ocurre porque en la mayoría de los casos el jugador de Primera División se apasiona tanto con lo que hace que termina involucrándose completamente con el club que defiende, vivencia lo que siente el simpatizante de esa institución y su corazón empieza a dividirse hasta que aquel amor que podía tener en la infancia por otros colores se va diluyendo lentamente con el tiempo. De hecho, en el interior de un vestuario no interesa en lo más mínimo saber de qué equipo es o era hincha cada integrante de un plantel.
Lamentablemente, en el fútbol el negocio ha pasado por encima de los sentimientos, los ha anulado. El jugador prioriza el aspecto económico porque sabe que su carrera tiene un plazo, y no está mal que así sea. Nadie está capacitado para juzgar las elecciones personales de una persona que, sobre todo en la Argentina, suele provenir de extractos humildes y para quien el fútbol además de un placer y una vocación también es el sostén de su familia.
A esto se le suma que el jugador es parte de un sistema donde es su opinión es la más débil de todas. Excepto los grandes fenómenos que logran invertir las relaciones de poder, como vimos recientemente en el caso de Kylian Mbappé, el futbolista medio -es decir, más del 95% de los que conforman el mundo del fútbol- no tiene ni voz ni voto para definir prácticamente nada. La norma es que se deje llevar por el representante, el dirigente y las circunstancias y se convierta en un rehén de lo que le sucede alrededor. Son muy pocas las cosas que puede elegir y su mayor empeño es sobrevivir en una jungla donde todo se mueve al compás de los intereses.
Como en el caso de Marcone, debe darse una larga serie de condiciones favorables para que un jugador pueda determinar su destino. La edad de los 32-33 años es una especie de frontera. Las posibilidades de hacer un contrato bueno, o al menos digno, se reducen y es el momento de estudiar con madurez los pasos a seguir. Por supuesto, cada caso es distinto. No es lo mismo estar en la Argentina que en otro mercado con mayor poder económico; no es igual ser titular indiscutido o suplente; las opciones cambian en función del tiempo que reste para que venza el contrato con el equipo donde se encuentre; y por supuesto, se debe tener en cuenta la opinión de la familia.
En el tablón y con el corazón.
— C. A. Independiente (@Independiente) June 17, 2022
¡Bienvenido a tu casa, Iván!#TodoRojo 🔴 pic.twitter.com/zeF24FMUVu
Solo si todo confluye el futbolista recupera un margen de libertad para sugerirle a su representante adónde le gustaría ir. Es entonces cuando deben alinearse los últimos planetas para llegar a un final feliz. Básicamente, la capacidad económica del club elegido y que el entrenador lo considere o no necesario. A veces ocurre que el peso específico y el prestigio de un futbolista obligan al técnico a aceptar un jugador que no cree indispensable, y en ese sentido el ejemplo más notorio que se me ocurre es el del primer regreso de Carlos Tevez a Boca pese a la opinión contraria de Guillermo Barros Schelotto.
Con Marcone se dio ahora la conjunción ideal: un jugador con ganas de cumplir sus ilusiones y colaborar con un equipo que transita un período lleno de necesidades. Comenzará ahora para él un nuevo desafío. El primer día vivirá la emocionante experiencia de llegar al vestuario y ponerse la camiseta oficial del club que lleva en el alma. Será el momento de controlar la ansiedad. Después, cuando empiece el partido, aparecerá seguramente esa educación que todo futbolista va adquiriendo a lo largo de su carrera y que le forja el carácter para atravesar las sensaciones límite.
¿Tendrá éxito tanto empeño por llegar al sitio donde quería estar? Como siempre, dependerá en buena medida de la amalgama entre su aporte individual y lo que suceda con el funcionamiento colectivo del equipo. Mientras tanto, no cabe más que alegrarse por descubrir que todavía sigue habiendo espacio para alguien que con espíritu amateur y amor por unos colores pueda ser capaz de elegir su propio destino.
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