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Italia 90. Análisis táctico: Argentina, una selección lenta, sin sociedades ni gol que se quedó en el tiempo
Toda la sorpresa que había generado Carlos Bilardo en México 86 se transformó en previsibilidad en Italia 90. De un Mundial a otro, el DT trató de mantener cierta fisonomía del equipo que había levantado la Copa del Mundo, pero al repertorio táctico le faltaron variantes, el plantel estuvo superpoblado de futbolistas con características defensivas y los pocos ofensivos que participaron de la creación no tuvieron capacidad para generar sociedades. El gol de Caniggia a Brasil fue un buen resumen de lo que (ofensivamente) fue esa selección: porque de la mitad de la cancha en adelante no hubo combinaciones salvo las que podían generarse entre Maradona y Caniggia.
Fue un equipo predecible y con poco gol, esa fue una de las razones por las que le costó desequilibrar, además apuntando que Maradona fue de mayor a menor. Primero lo frenaron las faltas (Camerún le cometió 12 sólo a él), después la marca escalonada de los demás equipos y (sobre todo) porque el N° 10 quedó limitado por sus problemas físicos.
Cuando se metió Caniggia en el equipo, no salió más salvo cuando no pudo jugar, por suspensión, en la final ante Alemania. Los piques con cambio de ritmo y aceleración eran una invitación para los pases con zurda de Maradona, para buscar "atacar el espacio". Era, en definitiva, un revulsivo que compensaba la pesadez general de un equipo que por afuera no tenía carrileros que hicieran la diferencia con su despliegue, velocidad o recorrido. Basualdo, inteligente tácticamente para adaptarse a jugar en cualquier puesto ya en aquel momento, cuando arrancaba pegado a la raya derecha terminaba progresando por los carriles centrales. Olarticoechea, Lorenzo o Sensini, tampoco lo hacían por la izquierda.
Los futbolistas no llegaron en buen nivel, sobre todo Batista, Giusti, Ruggeri y los "nuevos", Fabbri, Dezotti y Balbo. Calderón tuvo buenas intenciones, pero volvió a ser alguien que se ubicó más como mediocampista, como nexo, antes que como finalizador de las jugadas. El propio Burruchaga no fue el mismo que hacía cuatro años, aunque en la estructura de Bilardo (y pese a convertir un solo gol) fue el jugador con mayor "realismo ofensivo", el que más pateó al arco, el que más pisó el área rival, el que era capaz de desdoblarse para atacar el espacio y llegar por sorpresa. Pero, sin sociedades, no hubo situaciones de gol claras para la Argentina en casi todo el campeonato.
Y por eso no sorprende que, más allá de llegar a la final, apenas haya marcado cinco goles, convertidos por Caniggia (2), Burruchaga, Troglio y Monzón. Y en las asistencias apenas se anotaron dos jugadores: Maradona (2) y Olarticoechea (2).
Se recuerda mucho el partido ante Brasil, los tres tiros en los palos del arco de Goycochea, pero la Argentina –desde el desarrollo- sufrió más en el segundo tiempo de la final ante Alemania. Antes que se den las expulsiones de Monzón y Dezotti, el equipo de Franz Beckenbauer le había generado siete situaciones de gol (en ping pong global favoreció a Alemania 8-0), mientras que Brasil se había impuesto en chances ante la Argentina 8-4. Es cierto que Bilardo llegó a esa final condicionado, con jugadores lesionados (Ruggeri, Burruchaga, Maradona) y otros tantos suspendidos: Caniggia, Olarticoechea, Batista y Giusti. No fueron detalles menores.
En el debut ante Camerún, la Argentina salió a jugar con un sistema 3-4-2-1, que en la práctica fue 3-7-0, porque Balbo –que era la principal referencia de ataque- terminó cumpliendo más la función como mediocampista y lateral izquierdo que como centrodelantero; y Burruchaga y Maradona (los dos más ofensivos de esa línea de volantes) rotaban tanto y retrocedían muchas veces a las alturas de Batista y Fabbri.
Ese día la selección jugó con: Pumpido; Ruggeri, Simón (líbero) y Néstor Lorenzo; Basualdo, Batista, Fabbri y Sensini; Burruchaga y Maradona; Balbo. Si en México 86 la aparición por sorpresa de Ruggeri como wing derecho era uno de los tantos movimientos que el Doctor tuvo en la planificación para adelantarse al mundo y revolucionar el fútbol (muchas de las cosas que se elogiaron 30 años después en el Barcelona de Guardiola se veían en aquella selección de Bilardo), esas mismas búsquedas cuatro años después se transformaron en un recurso repetido y escaso.
En líneas generales, en el campeonato la selección sufrió mucho dos aspectos del juego: los contraataques y las pelotas paradas en contra. Pese a que sólo recibió un gol por esa vía, ya sea por córner o tiro libre lateral o frontal (Oman Biyik, de Camerún, a Pumpido –pierde la marca Fabbri y luego Sensini en el salto, además de una floja respuesta del arquero-), Goycochea tenía falencias para salir en los centros y eso hacía dudar a los defensores; también los pelotazos cruzados en jugadas en movimiento le generaban dudas al reemplazante de Nery.
A Bilardo le gustaba "tirar el achique" en las jugadas de tiro libre lateral. Y, por lo general, el movimiento era eficaz, se hacía con corrección. Quien lo tenía estudiado fue Beckenbauer, que preparó una jugada para amagar el centro pero finalizar con una apertura para Brehme, así éste remataba con zurda desde afuera (Goycochea mandó la pelota al córner): para que no reciba ningún alemán en offside, el primer pase fue lateral.
El principal déficit argentino era la falta de velocidad para atacar (lentos no sólo para generar explosiones y cambios de ritmo en los 1 vs. 1, sino también para moverse y ser alternativa de descarga de los poseedores del balón) y para generar coberturas y así evitar contraataques rivales. La selección avanzaba lento y retrocedía a menor velocidad de lo que la atacaban, por más que la actitud de los jugadores fue muy buena para cumplir con esa responsabilidad.
Hubo ejemplos de sobra: a los 21 minutos del primer tiempo ante Camerún, de un córner a favor que pateó Maradona, llegó el contragolpe y salvó la anotación Lorenzo cuando era gol en contra de Basualdo; algo similar sucedió al comienzo del segundo tiempo ante Alemania, cuando Augenthaler quedó mano a mano con Goycochea y, en medio de los bloqueos, Monzón salvó en la línea lo que hubiera sido gol en contra de Troglio. Ante Brasil, la posesión le duraba muy poco al equipo argentino (sobre todo en todo el primer tiempo), pero además los dirigidos por Lazaroni eran capaces de generar contraataques y situaciones de gol en cinco segundos. Frente a Rumania, de un tiro libre frontal de Serrizuela en 3/4 nació un contraataque 2 vs. 2 rival que necesitó de una muy buena atajada de Goycochea mandando la pelota al córner.
La zona defensiva más vulnerable fue el sector izquierdo. Incluso hubo partidos en donde la selección, pese a reposicionarse en superioridad numérica, no le encontraba solución a los avances derechos de los rivales. Bilardo armó varias líneas de 3: Simón (líbero), Ruggeri y Lorenzo (con Sensini como carrilero por la izquierda) vs. Camerún –enrocando posiciones entre Sensini y Lorenzo-; Simón, Monzón y Serrizuela (con Olarticoechea de carrilero por la izquierda) vs. Unión Soviética y Rumania; Simón, Monzón y Ruggeri (con Olarticoechea de carrilero por la izquierda) vs. Brasil; Simón, Ruggeri y Serrizuela (con Olarticoechea de carrilero por la izquierda) vs. Italia y Yugoslavia, y Simón, Serrizuela y Ruggeri (con Lorenzo de carrilero por la izquierda) vs. Alemania.
Desde los sistemas tácticos, Bilardo se movió preferentemente desde el 3-5-2 y el 3-4-2-1. En la final ante Alemania, generó varios cambios posicionales en el entretiempo, preocupado por esa zona izquierda: en el comienzo de la segunda etapa, Simón siguió siendo el líbero pero Sensini fue stopper derecho y Monzón (ingresó por Ruggeri) el izquierdo; corriéndose Serrizuela como carrilero por la derecha; al no estar Olarticoechea, Lorenzo fue el lateral-volante por la izquierda.
Bilardo casi no utilizó la línea de 4 en el Mundial. Se vio en el segundo tiempo ante Camerún, con el ingreso de Caniggia por Ruggeri, quedando el equipo con el sistema 4-3-3: Lorenzo, Simón, Fabbri y Sensini; Burruchaga, Batista y Basualdo; Caniggia, Maradona y Balbo. Aunque en ese mismo partido, varios minutos después de la tarjeta roja a Kanabiyik por el foul a Caniggia, el DT dispuso el ingreso de Gabriel Calderón por Sensini y la Argentina pasó a jugar 3-3-2-2: Lorenzo, Simón (líbero) y Fabbri; Burruchaga, Batista y Basualdo; Maradona y Calderón; Caniggia y Balbo.
Es cierto que los errores del árbitro mexicano Codesal ante Alemania (penal no cobrado de Mattheus a Calderón y la infracción que no fue de Sensini a Voeller en el 1-0 de Brehme) podrían haber cambiado el resultado y que, pese a las miles de dificultades que tuvo el equipo en el recorrido, llegó a la final del Mundial. Pero, desde lo futbolístico, entre una selección argentina y otra, hubo más de un puesto de diferencia. La selección del 86 revolucionó el fútbol, llenó los ojos de admiración porque no sólo se trató del talento de Maradona, sino de un grupo que desde lo individual y la táctica colectiva hizo maravillas. La del 90 se quedó en el tiempo: el fútbol ya tenía otro ritmo, exigía otra velocidad y la Argentina se presentó lenta, sin rebeldía ni sociedades ofensivas capaces de despabilarla.
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