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Italia ’90: el Mundial que, de tan aburrido, aceleró los cambios de reglas en pos de un fútbol más entretenido
"Forse non sarà una canzone
a cambiare le regole del gioco".
* * *
Cuando el seleccionado nacional protagonizó uno de los dos mayores papelones deportivos de su historia, el 1-6 a manos de Checoslovaquia en el Mundial Suecia 1958 (el 0-5 como local contra Colombia llegaría 35 años después), la Argentina se enteró, por las malas, de que había otro fútbol, distinto al lírico que se practicaba en sus pampas. El equipo celeste y blanco hablaba en las canchas con el corazón, pero le contestaron con el bolsillo. Porque mientras AFA se ausentaba de los grandes torneos de FIFA por 24 años, Europa había desarrollado mucho la táctica y lo físico. Y fue estableciéndose una máxima, no necesariamente del todo acertada: el fútbol sudamericano era técnico, y el del Viejo Continente, de laboratorio.
Entre los conjuntos europeos, a partir de los años sesentas Italia fue apareciendo como el más estratégico, el más defensivo, el más tacaño. Y como si la realidad hubiera querido adherirse a aquel principio de habilidad vs. estudio, y como si la sede del certamen tuviera alguna influencia en el juego, con Europa en general e Italia en particular, en 1990 se dio el más avaro y aburrido de los 21 mundiales de fútbol. La estadística muestra que resultó el de peor promedio de goles, apenas 2,21 por encuentro. Los recuerdos y las imágenes lo certifican, apilando muchos partidos soporíferos, entre planteos amarretes, demoras en el desarrollo y, aparte, un momento del fútbol internacional no tan dotado de estrellas. O al menos de estrellas en sus mejores momentos.
Corolario: Italia ’90 aparece en la historia como el peor mundial estrictamente en cuanto al juego en sí. Y FIFA, aunque todavía no era la máquina de marketing en la que fue convirtiéndose más tarde, tomó cartas en el asunto para que la especulación no le magullara su buque insignia –los mundiales– en particular y su producto –el fútbol– en general. Sin proponérselo, con su tedio en las canchas el torneo de las "notti magiche" terminó acentuando una tendencia a hacer cambios en el reglamento para que el deporte recuperara atractivo.
El pase al arquero, la intención al cometer infracciones físicas y hasta el puntaje por victoria quedaron bajo observación de la entidad madre, que hasta 1989 llevaba unos 60 años sin hacer en las reglas modificaciones sustanciales para volver más interesante al espectáculo. Bien vale hacer un poco de historia para conocer el contexto.
El primer reglamento de fútbol fue publicado en 1863, y hacía que ese deporte presentara cierta semejanza al rugby. De los creadores del deporte, los británicos, pronto irían surgiendo alteraciones: aparecieron los saques de meta y de esquina, los penales, la división en dos áreas; se modificó el fuera de juego y las potestades del arquero. Hasta 1930, cuando las reglas pasaron de ser 14 a ser 17, hubo cambios de fondo, pero durante el siguiente medio siglo el International Board (ente no integrante de FIFA, con la que actúa como asociado) se dedicó a hacer retoques de forma, como las tarjetas y las sustituciones. En 1980, cuando las audiencias en Reino Unido habían bajado casi 50% respecto a 30 años atrás, el fútbol se vio en la necesidad de hacer algo para subsistir tal como existía. Al año siguiente sobrevino alguna variación puntual en las islas británicas, pero el reglamento internacional siguió experimentando reformas menores que influían en detalles, no tanto en lo esencial. Hasta que comenzó, en 1990, la cirugía significativa, la que se proponía propender a un mejor espectáculo, favoreciendo a quien atacara. Y el 1 de junio, la fecha de cada año en que entran en vigor los cambios a las reglas –si los hay, claro–, quedaron oficializados dos. Una semana más tarde comenzaría la disputa de la Copa del Mundo, nada menos.
En el campeonato máximo se estrenó la habilitación al atacante ubicado en la misma línea del penúltimo defensor, en cuanto al fuera de juego, y la expulsión a quien frustrara ilícitamente una ocasión manifiesta de gol –conocida como "ley del último recurso"–, cuanto a la disciplina. Luego de Italia ’90 se reformó lo antedicho: pase al arquero, juicio de la intención en las faltas y puntaje. Y más tarde seguirían las refacciones reglamentarias, por ejemplo con el tiempo máximo de retención de la pelota por el guardameta.
No más fuera de juego "en la misma línea" (1990)
Un cambio pequeño en medidas físicas, pero que dispararía uno muy grande con los años.
Hasta ese momento, para no quedar fuera de juego, un atacante que estuviera delante de la pelota en el campo del equipo contrario debía tener al menos dos rivales entre él y la línea de meta para no estar "off-side". A partir del 1 de junio de 1990 se admite que el penúltimo adversario, o los dos –o más– últimos, estén a la misma altura que él para que la acción sea válida (excluidos los brazos). En opinión del ex árbitro argentino Luis Pasturenzi, la novedad de la misma línea "facilitó la sanción, porque el asistente no tiene que registrar dos volúmenes [cuerpos] completos, sino solamente más de uno".
La modificación fue cuestión de menos de un metro de diferencia, pero suficiente como para que muchas acciones antes ilícitas terminaran prosperando. En realidad, eso se dio con los años, porque su aplicación fue muy mala en los comienzos. Un ejemplo: en Argentina 1 vs. Brasil 0, octavo de final, hubo cuatro posiciones mal anuladas (dos a cada conjunto), incluida una de Claudio Caniggia que terminó con la pelota en el arco de Cláudio Taffarel a los 15 minutos –aunque el arquero ya se había desentendido de la jugada al escuchar el silbato–. Y muy mal anuladas, por varios metros. Fallas groseras para los tiempos actuales.
El inexistente fuera de juego de Caniggia
#Italia90@Argentina 0-0 Brasil15´: @Argentina tuvo el primero. Diego habilitó a Caniggia para que defina mano a mano ante Taffarel pero el juez de línea vio offside. #VamosArgentina#FIFAWorldCuppic.twitter.com/PTOquYIqM7&— Argentina en Italia 90 (@ElUltimoMundial) June 24, 2020
De allí el otro cambio, el grande. En Italia ’90 debutó el Telebeam, ese programa de computación mostrado en televisión por el cual, mediante gráficos al principio y sobre las imágenes reales años más tarde, se podía evaluar si el atacante estaba fuera de juego, entre otras cosas (permitía también saber distancias de la pelota al arco y velocidad de remates; uno del uruguayo Rubén Sosa, con 132 kilómetros por hora, fue el más fuerte de ese certamen). Merced a la tecnología empezaron a quedar en evidencia los errores de los jueces de línea, y con el tiempo se les exigió cada vez más precisión. "Debieron adecuar su aparato sensor y motor para eso, aunque el hecho de que los jugadores pudieran estar en la misma línea facilitó su función, les dio más margen para habilitar. Pero la persona humana llegó al límite de sus posibilidades y se le abrió la puerta a la tecnología", apunta otro ex árbitro, el mundialista Javier Castrilli, ampliando la mirada hasta estos días y el VAR.
El Telebeam en Italia '90
Tarjeta roja por "último recurso" (1990)
La otra novedad reglamentaria que salió a escena en el segundo mundial de Italia fue la de la expulsión por haber impedido con una falta "física" (foul) una ocasión manifiesta de gol, lo que coloquialmente se denominó "ley del último recurso", y más vulgarmente, "último hombre". Era un fútbol mucho más permisivo que el actual, como lo dejaban en claro las absurdas patadas camerunesas a Caniggia y Diego Maradona en el encuentro inaugural. Hasta entonces, una violenta tala a un oponente que marchaba rumbo al gol no implicaba tarjeta roja. Hoy suena llamativo, pero era así.
De hecho, otra situación de aquel Argentina vs. Brasil lo evidencia. Cuando el seleccionado nacional ya estaba ganando, José Basualdo recibió un pase en el círculo, avanzó, con dos gambetas dejó atrás a Ricardo Gomes y Mauro Galvão, escapó hacia Taffarel con el campo libre y a unos seis metros de la medialuna fue bruscamente derribado por un puntapié de Gomes. Desde atrás, por supuesto. Con violencia y cuando Basualdo estaba por quedar mano a mano con Taffarel. "Eso va a ser por lo menos una amonestación", dijo en televisión el relator británico, neutral: tal era la falta de rigor disciplinario que era usual mostrar una tarjeta amarilla en lugar de una roja en ocasiones como ésa. "Y podría ser peor", añadió en seguida. "Es peor", enfatizó, cuando el francés Joel Quiniou exhibió el cartón colorado a un Gomes aún semiarrodillado. El capitán, Galvão y Branco ensayaron protestas tan tímidas que jamás podrían haber hecho dudar al juez. Ciertamente, la patada había sido tan burda en ese contexto que no cabía reclamo alguno a Quiniou, ni siquiera sin el ajuste reglamentario del "último recurso". Pero era tal el desconocimiento de la nueva norma, que el buen narrador británico opinaba si era justa la expulsión: "El referí consideró que un foul deliberado contra un jugador que estaba camino al gol mereció la expulsión [...]. Ricardo Gomes expulsado, y creo que bastante justamente, porque Basualdo estaba muy encaminado al gol".
#Italia90@Argentina 1-0 Brasil83´: Roja para Ricardo Gomes¡Siguen las malas noticias para Brasil! El capitán de la verdeamarelha debió bajar a Basualdo porque se venía el segundo grito argentino. Los de Lazaroni se quedan con 10. #VamosArgentina#FIFAWorldCuppic.twitter.com/Ij9UF9GlUA&— Argentina en Italia 90 (@ElUltimoMundial) June 24, 2020
Al año siguiente, se agregó una causal de expulsión a esta regla: la mano en el área propia para evitar un gol. Otro mundial grabaría una escena imborrable al respecto: la salvada de Luis Suárez contra Ghana en Sudáfrica 2010, para ir a los penales que clasificarían semifinalista a Uruguay.
Manos extremas como la del hoy delantero de Barcelona son pocos comunes porque esas jugadas son poco comunes, pero zancadillas desesperadas como la de Ricardo Gomes son una rareza en el presente. A lo sumo hay sujeciones –también castigables con la tarjeta roja en esos casos–, pero ciertamente escasean. Actualmente, el atacante que va solo rumbo al arco está protegido.
El pase al arquero (1992)
La herencia más visible de Italia ’90. La que más modificó el fútbol, y se podría decir que aceptada por unanimidad. Que el arquero no pudiera tomar con las manos un pase hecho con los pies, bajo pena de un tiro libre indirecto –en el área respectiva, obviamente, con el peligro que conlleva– tiene buena parte de la responsabilidad del estilo de fútbol que se ve en nuestros días.
Hasta ese mundial, los equipos que estaban ganando podían recurrir al pase al arquero para que, con la pelota en las manos de éste, corrieran unos segundos y se enfriara el partido. Mientras eso ocurría, nada podían hacer los rivales, que, por cierto, no presionaban tan arriba como para que fuera comprometido darle el balón al guardameta, aunque pudiera agarrarlo. No era un hábito.
La Argentina fue un clarísimo ejemplo de esto, con innumerables cesiones a Sergio Goycochea. Uno de los pasadores era Juan Simón, el mejor futbolista albiceleste en ese certamen. "Cambió todo: la regla agiliza el juego y los arqueros tuvieron que prepararse mejor. Ya juegan con el pie, como si fueran jugadores de campo. Antes era muy fácil aguantar la pelota un poco en la puerta del área y uno se la daba el arquero. Lo usaron todos los equipos. Ahora hay que arreglarse", cuenta a LA NACION el hoy analista de ESPN, que recuerda haberse sorprendido cuando se topó con la novedad en el Boca vs. Mandiyú de la fecha inicial del torneo Apertura 1992, que conquistaría el propio conjunto xeneize.
La treta servía para sedar al contrincante necesitado de hacer goles, pero adormecía también al espectador. "Era perder el tiempo deliberadamente dentro de la ley, un recurso a todas luces desleal. En los equipos que iban ganado se había naturalizado esa táctica. Era fastidioso, molesto, irritante ver cómo las defensas apelaban a ese recurso y los rivales no podían contrarrestarlo. Es excelente que lo hayan prohibido. Todo aquello que recorta y limita la deslealtad deportiva tiene que ser bienvenido", celebra Castrilli. No era penado realizar el pase con la cabeza, pero tiempo después, para evitar que se levantara el balón con los pies con el fin de cederlo de cabeza al arquero, la prohibición alcanzó también esa situación, e incluyó amonestación. También se extendió a los saques laterales. Eso sí: luego se autorizó al guardameta a agarrar la pelota si, tras recibirla de un compañero, pifia en el intento de jugarla con sus pies ante presión de un rival.
Pasaron muchos años hasta que sobrevino una profunda transformación del juego a raíz de aquella modificación. Los entrenadores más ambiciosos decidieron que sus delanteros marcaran mucho más arriba, y eso les dio dos opciones a los oponentes: pelotazo largo a dividir en el mediocampo, y salida por abajo con los pies, con más riesgo pero reteniendo la posesión. Esto último es lo que hace ahora la mayoría, con mucha circulación de balón a pesar del atosigamiento. "Todo el fútbol ha cambiado por la presión alta, que antes no existía. Casi todos esperaban en tres cuartos o en mediacancha. Hoy todos quieren salir jugando. Es increíble cómo no les importa la presión alta del contrario y salen jugando", se asombra ante LA NACION Ricardo Giusti, volante campeón en México ’86 y subcampeón en Italia ’90, que agrega: "No se puede comparar si el fútbol era mejor: ha cambiado tanto... Antes en los entrenamientos hacíamos piques de 50, 70 metros. Hoy practican en espacios reducidos; no se ensaya otra cosa. Cambió para bien, porque está bárbaro. Está muy bien que se haya derogado esa regla".
Tan influyente en el fútbol ha sido esa variación, tanto se han acostumbrado los arqueros a jugar en situación de apuro por un oponente, que en una final de mundial un gol llegó por esa vía, con error del guardameta: Hugo Lloris recibió de Samuel Umtiti, quiso eludir al apremiante Mario Mandžukic y el delantero, con un quite, puso 2-4 a Croacia, a falta de 22 minutos del tiempo regular, en la definición que coronaría a Francia en Rusia 2018.
El final de la intención como requisito para sancionar un foul (1994)
Un cambio fundamental, aplicado ya varios años después de la Copa del Mundo de Italia, pero justo antes de la de Estados Unidos, fue que ya no se tendría en cuenta si una infracción física (zancadilla, topetazo, empujón, golpe, sujeción) era ex profeso o accidental para castigarla. A partir de entonces, toda falta contra el cuerpo de un rival sería reprimida con un tiro libre directo, independientemente de lo que hubiera querido hacer el sujeto de la acción.
"Antes era así. Un foul no era sancionado si no había intención. Quedaba todo librado a la precaución de no generar daño en el otro. Luego se quitó la palabra «intencionadamente» cuando se hablaba del jugador que impactaba al adversario. Eso cambió todo el escenario de la sanción de las faltas y al principio generó confusión en los hinchas", explica Castrilli. Es decir, la actual letra del artículo obliga a ser cuidadoso con el cuerpo del contrario, a medir los movimientos propios para no perjudicar físicamente al oponente. Y a mayor precaución del defensor, más libertad para el atacante.
Como la del pase al arquero, esta variación ofrece un ejemplo en una final mundialista. Pero en este caso, en una acción decisiva para determinar al campeón: el contacto entre Roberto Sensini y Rudi Völler en el propio Italia ’90, que el uruguayo Edgardo Codesal sancionó como penal. Discutidísimo, al punto de que el mismísimo Lothar Matthäus, el entonces capitán alemán, piensa que no hubo infracción. En cambio, el argentino Pasturenzi le da la razón al juez de aquella final en el Olímpico de Roma: "Si para el árbitro había intención, debía cobrar. La decisión de Codesal no era objetable. El contacto existió y la regla le daba la facultad para decidirlo según la intención", rescata el hoy educador de referís, que a la vez aclara: "Luego se dejó eso únicamente para las manos. Demasiadas facultades discrecionales tenía el árbitro y se le quitó algunas".
Por su parte, Castrilli advierte que "en la duda el árbitro debe abstenerse, no puede sancionar bajo sospecha. Actitudes fronterizas en la intención no deben ser sancionadas". Y recuerda que también se quitó en la regla la eximición de foul por "jugar el balón antes que el contrario". ¿Qué incidencia tiene esto? Una decisiva, también, como en otra acción de penal en una final por la Copa del Mundo, y otro Alemania-Argentina...: la de Manuel Neuer contra Gonzalo Higuaín en Brasil 2014. "No tiene nada que ver que Neuer haya llegado antes. Si sus movimientos comprometieron la condición física del adversario se debía considerar juego brusco y grave, y carga al rival. Era falta y debía haber expulsión", juzga El Sheriff, mundialista en Francia ’98.
Los 3 puntos por victoria (1994)
Aquella toma de conciencia, en 1980, de la baja de audiencia futbolera en Reino Unido durante tres décadas tuvo un efecto inmediato: siempre vanguardistas, los británicos innovaron reglamentariamente en 1981 asignando tres puntos por cada triunfo en su campeonato de clubes. Mantuvieron el punto por cada empate y el vacío en caso de derrota.
En la década fueron imitándolos varios países, de ligas no tan importantes: Israel (1982), Nueva Zelanda (’83), Islandia (’84), Irlanda del Norte (’86), Turquía, Hong Kong (’87), Noruega, Japón (’88), Suecia, Georgia (’90), Chipre, Finlandia (’91), Grecia (’92), Bulgaria, Irlanda y categorías de ascenso de Italia y Bélgica (’93). Y aunque entre esos torneos no había ningún peso pesado, FIFA decidió adoptar el cambio para sus competencias y estrenarlo en el Mundial Estados Unidos 1994 (algo parecido sucedería en Rusia 2018 con el VAR). Al mismo tiempo se plegaron UEFA (seleccionados), Asia (clubes), Italia (Serie A), Francia y 13 naciones más.
¿La Argentina? En la temporada 1988/1989, que coronó a Independiente, había experimentado con 3 unidades por victoria, 2 por empate más definición por penales ganada, 1 por igualdad más definición por penales perdida, y 0 por derrota. Pero a la siguiente abandonó ese mecanismo. Y recién un año después del Mundial ’94 incorporó esa escala de recompensas de 3-1-0, lo mismo que España, Alemania, Brasil, Uruguay y otros 19 países, más Conmebol (clubes y seleccionados) y UEFA (clubes).
¿Qué implica matemáticamente la modificación? Que ahora hacen falta tres empates para conseguir lo mismo que con un éxito. O bien que antes las igualdades otorgaban 50% del puntaje máximo y actualmente, 33%. Es decir, se castiga el empate. Hay más diferencia entre ganar e igualar, que entre empatar y perder. ¿Y tuvo esto incidencia en las posiciones finales de los grupos en los mundiales? Poca.
Veamos. De haberse aplicado ya en Italia ’90 esa novedad reglamentaria, ninguna ubicación en las tablas habría cambiado. Y con la innovación del puntaje, en los siete torneos siguientes se produjeron apenas tres alteraciones, de diferentes calibres:
- La menor se dio en Francia 1998, cuando Brasil (2 éxitos, 1 caída, +3 en balance de goles) y Noruega (1 triunfo, 2 paridades, +1) habrían igualado en puntos (4 cada uno) según el criterio viejo. Pero los brasileños quedaron con uno más que los nórdicos (6 contra 5) por el nuevo, ya vigente; los dos fueron los clasificados del grupo A.
- Más significativo fue lo que se dio en el D del mismo certamen, en el que Nigeria (2 victorias, 1 traspié y 0 de diferencia) y Paraguay (1 éxito, 2 empates y +2) habrían obtenido 4 unidades cada uno con ventaja para los sudamericanos por su saldo de goles, pero el nuevo sistema premió a los africanos (6 puntos a 5). Ambos conjuntos pasaron de rueda, pero con el "cambio" de posición, se alteraron también sus cruces de octavos de final: a Nigeria le tocó Dinamarca (caería por 4-1), y a Paraguay, el anfitrión y a la postre campeón, Francia (perdería por 1-0 por un gol de oro de Laurent Blanc).
- Totalmente decisivo resultó el mecanismo 3-1-0 en el caso de la zona F de Sudáfrica 2010. Eslovaquia (1 éxito, 1 empate, 1 revés y -1 en tantos) y Nueva Zelanda (3 igualdades y 0) habrían cosechado 3 puntos cada uno con el criterio que rigió hasta el 31 de mayo de 1994 para FIFA, y por el balance de goles habría avanzado el equipo oceánico. Con la escala actual, el seleccionado europeo quedó segundo y pasó de etapa por haber sumado una unidad más (4 contra 3) que el insular, que resultó tercero y eliminado.
En síntesis, sobre 54 grupos en los siete mundiales siguientes a Italia ’90 (seis en 1994 y ocho en cada Copa del Mundo posterior), el nuevo criterio de puntuación generó tres cambios, es decir, afectó 5,5% del total de zonas. De ellos tres, uno (1,8%) fue inocuo (Brasil/Noruega ’98), uno (1,8%) alteró posiciones y rivales en los playoffs (Nigeria/Paraguay ’98), y uno (1,8%) resultó determinante para clasificar a un seleccionado y marginar de la competencia a otro (Eslovaquia/Nueva Zelanda ’10). Ciertamente ha sido escasa la influencia, al menos en los números, en el torneo más importante del planeta.
Pero el objetivo de FIFA no fue alterar ubicaciones en los grupos, sino que los equipos jugaran más al ataque. Si bien no existen muchos cuestionamientos al sistema de puntuación 3-1-0, hay quien sostiene que el conjunto que va ganando se vuelve más defensivo. Un estudio hecho en España en 2005 sugirió que los vencedores parciales empleaban recursos más sucios para proteger ese triple de unidades que estaban consiguiendo. Algo como lo que sucedía con el abolido pase al arquero.
Objetivo loable, eficacia difícil de comprobar
En definitiva, ¿pesó todo esto en el juego? El aletargado Italia ’90, que derivó en la prohibición de la cesión con los pies al guardameta, en la protección al atacante quitando la no intención como justificativo en los fouls y en la mayor recompensa en puntos por triunfo, ¿dio lugar a un fútbol más entretenido? Las evidencias no son tan claras ni concluyentes.
Por lo pronto, el índice de goles por partido en los mundiales aumentó. Tras el raquítico 2,21 de aquella Copa del Mundo, en general los torneos presentaron marcas bastante superiores. Las diferencias son de decimales, pero no por eso menores: Estados Unidos ’94 fue el mejor, con 2,71 tantos por encuentro; Francia ’98 anduvo cerca, con 2,67; Corea del Sur/Japón 2002 cayó a 2,52; después aparecieron baches en Alemania 2006, con 2,3, y Sudáfrica 2010, con escasos 2,27; Brasil 2014 volvió a una media alta, de 2,67, y Rusia 2018 estuvo casi a la par, con 2,64. Por supuesto, todo muy lejos de los números de certámenes de hace mucho tiempo, dotados de un fútbol menos trabajado y más generoso: entre 1930 y 1958, todos los campeonatos promediaron más de tres tantos por enfrentamiento, con el pico en los espectaculares 5,38 de Suiza 1954.
Lo cierto es que todas las enmiendas reglamentarias permanecieron; en nada se volvió atrás. "Una vez que FIFA homologa un cambio de International Board, no lo revé. Todo quedó", apunta Javier Castrilli, que está conforme con los retoques normativos hechos desde Italia ’90. "Son treinta años de evolución de las reglas. Las modificaciones fueron en favor del juego, de la justicia, de la transparencia. No en favor del árbitro, sino del juego", opina el hoy columnista radial, que es fuente de consulta de Concacaf y expone en cursos y seminarios.
También Luis Pasturenzi, que dirigió en la máxima categoría local entre 1987 y 1997, está dedicado a la capacitación, tanto a referís internacionales como a aprendices, y hasta a directores técnicos en cuestiones reglamentarias. "Todos los cambios son conducentes a mayor fluidez del juego y mayor cantidad de goles. También, a evitar pérdidas de tiempo. En líneas generales estoy de acuerdo", comenta, sin dejar de advertir: "Los árbitros estamos obligados a ser verticales. Uno puede no estar de acuerdo, pero son discusiones bizantinas que no conducen a nada".
El arbitraje argentino estuvo representado por una figura en Italia ’90, el mejor referí del momento: Juan Carlos Loustau, el padre de Patricio. Al hombre de Temperley le tocó uno de los partidos más calientes y atractivos del certamen, el octavo de final que Alemania le ganó a Países Bajos por 2 a 1, en el que Pichi expulsó a dos pesos pesados: el germano Völler y el defensor neerlandés Frank Rijkaard, que se provocaron mutuamente. Del delantero campeón cree que en la final no debió ser recompensado con el penal, porque cree que no hubo intención de Sensini de derribarlo, y por ende, tampoco falta punible según el criterio de entonces.
Pero más fresco en su memoria está un dato más antiguo: en España ’82, el futbolista que más tiempo estuvo en posesión de la pelota fue el italiano Dino Zoff, que era... arquero. En 1997 se pondría un tope de seis segundos a la retención del balón en manos de un guardameta, otra de las alteraciones para hacer más vívido el espectáculo. "Después de las 17 reglas venía un razonamiento, con una explicación del porqué. Estoy de acuerdo en todas. Y todo lo que se fue modificando fue en beneficio de la agilización. Para obligar a ir a ganar, que es el objetivo del juego. ¿Cómo no va a ser beneficioso eso?", expresa Loustau a LA NACION.
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"Forse non sarà una canzone
a cambiare le regole del gioco".
En efecto, no fue una canción lo que cambió las reglas del juego. La organización de Italia ’90 hablaba con el corazón, y los equipos le respondían con el bolsillo deportivo. El Mundial tan encantador en su tema musical como somnífero en sus partidos sacudió a FIFA para que profundizara las modificaciones normativas. Y hoy, en efecto, se ve un fútbol más ágil. Si es más encantador o no, queda a criterio del espectador. Sobre reglas hay mucho escrito; sobre gustos, dicen que nada.
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