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Italia 90: la mentira del "Siamo fuori", las cábalas y las historias mínimas del Mundial que nunca termina
"Siamo fuori". Dos palabras, una frase en el epílogo de los penales que le otorgó a la selección el pase a la final. No existieron en ningún relato de la RAI. Ni siquiera cumplen 30 años. Pero se instalaron en el imaginario colectivo argentino como la expresión del amargo adiós de los tifosi al Mundial ‘90. "Siamo fuori" es parte del guión interpretado por Andrea Prodan, el hermano menor de Luca, el líder de Sumo, para un spot publicitario de Cervecería Quilmes. Fue grabado en 2004. Recrea sensaciones sin distancias ni tiempo. Imágenes que, en el corazón de los argentinos, aún tienen su otro lugar en el mundo. Muestran alegría y llanto. Festejo y bronca.
Italia ’90 también vive en sospechas y errores no superados. En números que lo describen como el más defensivo de la historia, con un promedio de gol de 2,21. Para muchos, fue el peor. Pero también es el que desató el impensado festejo de la derrota. El de las paradojas que sólo el fútbol puede albergar.
Es el Mundial que desata una sonrisa en la creencia que darle un beso a una novia antes de casarse es sinónimo de suerte. A horas de jugar con Brasil, en el hotel en que se alojaba, el destino le dio una señal al equipo de Carlos Bilardo. La celebración de un matrimonio le cayó como anillo al dedo. Con Maradona al frente, todos los jugadores cumplieron con el rito. Lo demás es historia conocida. En el clásico del triunfo imposible, los astros se alineaban. Del abismo de Turín, la selección viajaba al renacimiento de Florencia. Allí, bajo el calcinante sol del mediodía, la térmica llegaba a 55 grados y surgía la cábala de Sergio Goycochea. "En el final ante Yugoslavia oriné en la cancha, rodeado por mis compañeros. No aguantaba más. Por reglamento no podía salir. En Nápoles lo repetí, aunque no tenía ganas", revelaba el emperador del arco.
Italia ’90 se inmortalizó en el tributo de regreso del seleccionado. Fue cuando la emoción le ganó al resultado. El reconocimiento, al análisis. No fue campeones o nada. Esta vez, no. Una enfervorizada e interminable caravana acompañó las más de tres horas que la selección tardó en llegar de Ezeiza a Balcarce 50. Conmovía la gratitud al plantel que, incrédulo, saludaba desde los balcones de la Casa Rosada.
La publicidad que creó el mito del "siamo fuori"
El relato original de la RAI
Una multitud liberaba el sentimiento inspirado a miles de kilómetros de la Plaza de Mayo, en un grupo que soportó interminables contratiempos. Que acarreó errores desde su conformación. Que, salvo ante Italia, estuvo enemistado con el fútbol. Que redujo a una triste anécdota una trágica y provocativa frase de Bilardo "Si quedábamos eliminados, lo mejor era no volver y estrellarnos con el avión", había dicho el DT, a propósito de la derrota en el debut frente a Camerún.
No lo amedrentó ni el imperdonable desgarramiento de la bandera argentina que flameaba en Trigoria. Nunca quedó claro si fue obra de la irracionalidad de los tifosi. Las declaraciones de integrantes del plantel no descartaban a un argentino como autor del vandálico atentado, "justificado en fines motivadores". No hacía falta. Al seleccionado lo impulsaba una sólida cohesión interna, una fe inquebrantable. Pero se había quedado sin armas y sin reservas físicas.
El penal que definió la Copa
Así desembarcó en el Estadio Olímpico. Allí la Argentina produjo un milagro. No el que quería. Fue el que unió a alemanes del este y del oeste, sin esperar hasta el 3 de octubre de 1990, cuando lo conseguirían los políticos. El que juntó a italianos de todas partes. ¿El objetivo? Un ensordecedor coro de silbidos e insultos para acompañar a la ejecución del Himno Nacional y al equipo de Bilardo.
A la selección la frenó el inexistente penal que cobró Edgardo Codesal. Entonces, la bronca por el despojo trocó en impotencia. Se hizo llanto y desconsuelo en Maradona, que otra vez escribía su propio capítulo en un Mundial.
Italia ‘90 también remonta a las críticas al conjunto albiceleste, fruto de la afrenta deportiva que truncó el sueño local de campeón. En ese contexto se reflota la pelea de Maradona con Gabriele Quaderni, uno de los responsables de la seguridad en Trigoria. Fue la noche que "Lalo", el hermano de Diego, y su cuñado, Gabriel Espósito, salieron con la mítica Ferrari F 40, que nunca fue negra. El paseo duró poco. Volvían rodeados por carabinieri, que habían descubierto que no tenían licencia para conducir. Demostraban ser más veloces que los 324 km/h que alcanzaba la roja joya nacida en Maranello. Quaderni se los había anticipado. Diego lo intuía. Todo terminó con la intervención del embajador argentino en Roma, Carlos Ruckauf, y el pago de una multa.
Se prolonga en la bronca de Maradona con Dino Viola, presidente de la Roma, dueño del predio que albergaba a la selección: "Nunca debimos estar acá. No puede ser que venga desde el primer día a ver si rompimos algún vaso, si están todas las sillas o cuidamos el césped. Piensa que somos indios". Se reproduce en las disparatadas versiones de los medios. Desde el favoritismo de los árbitros al chicle que, ante Italia, cayó de la boca de Ruggeri y en el que los tifosi creyeron ver "un objeto brillante" utilizado para eliminar a la escuadra azzurra.
Y se hace vergüenza en el ignominioso "bidón de Branco". El relato de Maradona en Mar de Fondo, por TyC Sports, lo confirmaría. "Alguien picó Rohypnol y se pudrió todo", confesó, festejando la trampa. Aludía a la droga hipnótica diluida en el agua que tomó el defensor brasileño en Turín.
Todo brota anárquicamente. El dolor por la doble fractura de tibia y peroné de Nery Pumpido se funde con la aparición de la "segunda mano de Dios". En México fue la zurda; en Nápoles, la derecha. En 1986, para hacer un gol; en 1990, para evitarlo ante la ex Unión Soviética. Ambas, con el perdón divino de los árbitros. Italia ’90 se reinstala en el cambio de medio equipo tras la caída ante los leones indomables. Los rumores lo atribuían a una sugerencia de Julio Grondona. El mismo titular de la AFA lo desmentía. Se sigue jugando en videos y reclamos por Twitter."Codesal, sé honesto", escribía hace tres semanas Gabriel Calderón. Lo exigía a partir del penal que Lothar Matthaeus le cometía 5 minutos antes del que consagró a Alemania.
El penal a Calderón que Codesal no cobró
Reflota en la justificada pérdida de la titularidad de Sergio Batista ante Brasil. La selección necesitaba salir del default futbolístico. "La orden", sospechaba el volante de River, había partido desde la Casa Rosada. "Quizá tenga que ver el presidente. No sé", estallaba Batista. Dejaba el equipo luego de 10 partidos consecutivos por Mundiales. "No sabe nada de fútbol", remataba, refiriéndose a Carlos Menem.
Los recuerdos fluyen. Se visualizan los más de 500 kilos de carne argentina que Don Diego, el padre de Maradona, y Coco Villafañe, su consuegro, transformaban en exquisitas parrilladas. Se escuchan las canciones de Dyango aturdiendo Trigoria desde la habitación del N° 10. Se huele el humo en la 8, la de Pedro Troglio y Claudio Caniggia, donde los cigarrillos combatían la ansiedad. Se adivinan las noches en vela del DT. Se recrean las semanales visitas familiares, con Mariana Nannis, la entonces novia de Caniggia, acaparando las cámaras. Sorprende, a los ojos, y a los celulares de hoy, la continua búsqueda de tarjetas prepagas para hablar desde los teléfonos públicos de la concentración. Y se vuelve real el racismo que divide al norte poderoso y opulento del postergado sur de los africanos.
Italia ’90 es el Mundial de los lujos. El de la Fontana di Trevi, donde se ahogaron muchos deseos futboleros. El de la historia viva, que se camina, se palpa y se huele. El de las delicias y los excesos gastronómicos. El del caos de tránsito romano y el del anarquismo que cuelga de los pequeños balcones napolitanos. Allí donde conviven toallas y prendas íntimas al viento, con banderas celestes de Napoli y la cara de Maradona.
Es el Mundial del romanticismo de Venecia y Verona. El del arte milenario, la creatividad y el esplendor económico. El de la perfumada belleza de sus mujeres. El de la verborragia sin género de las mil palabras y otros tantos gestos para comunicarse con el visitante. El del llanto y los pedidos desesperados de chicos de la calle que preparan el terreno para algún arrebato.
Es el escenario de actitudes y revelaciones impunes, ocultas detrás de "noches mágicas persiguiendo el gol", como reza la mejor canción de los Mundiales. Italia ’90 también revive en ella. Pasaron 30 años. No importa. Como Roma, es eterno.
*Enviado especial de LA NACION a Italia ‘90
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