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Rolfi Montenegro y la misión (casi) imposible de ser asesor deportivo en Independiente
El ex futbolista choca con los continuos inconvenientes del club
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La tarde del último partido que Independiente disputó en su estadio, frente a San Lorenzo, Daniel Montenegro llegó bien temprano. Llevaba al hombro el bolso con la ropa deportiva para integrar el equipo de veteranos que se disponía a jugar el partido homenaje a Ricardo Bochini y atendía los requerimientos de selfies de los hinchas con una sonrisa ancha. La pregunta lo sobresaltó: “¿Cómo estás, Rolfi? ¿Hablamos un momento?”. “¿Me pedís una nota? Ni loco”.
Aquello fue el 5 de diciembre, y desde entonces, salvo un fugaz intercambio con unos pocos periodistas tras la primera reunión con Eduardo Domínguez, la voz del asesor deportivo del Rojo no volvió a ser escuchada públicamente. Tanto silencio tiene su lógica: hoy por hoy, en el fútbol argentino deben haber pocos trabajos tan difíciles como el suyo.
Montenegro fue, en los últimos días de octubre, lo más parecido al manotazo de ahogado de una directiva que, en esos momentos, se sentía al borde del nocaut. Faltaba un mes y medio para que se llevasen a cabo las elecciones, que programadas para el 19 de diciembre –finalmente fueron postergadas sin fecha– presagiaban muy malos resultados para las huestes de Hugo Moyano; en la cancha, el equipo estaba en caída libre; y el llamado a Rolfi, cuya capacidad para el puesto había sido desestimada por los mismos dirigentes un año y medio antes –Jorge Burruchaga ocupó el cargo de manager, pero se fue en malos términos–, intentó ser un mensaje optimista y con visión de futuro.
Sin contrato ni sueldo asignado, Montenegro asumió el riesgo de aceptar, aun sabiendo que todo podía acabarse dos meses más tarde. Pero, al final, los comicios fueron aplazados por la Justicia y el hombre que conquistó el corazón de los hinchas con el ya lejano título de campeón del Apertura 2002 fue ganándose un espacio hasta lograr que su voz fuera escuchada con atención para la toma de decisiones.
“Siento que ahora es mi momento de estar y ayudar. Vine para asesorar estos dos meses y la premisa es trabajar día a día y mejorar todo el tiempo”, dijo en aquel único contacto con los medios, en el que quiso desengancharse, sin éxito, de la determinación de no prorrogar los tiempos de Julio César Falcioni al frente del plantel.
De hecho, el propio Emperador se ocupó de dejarlo en evidencia: “Estaba todo el día con nosotros mientras por detrás hablaba con otra persona. Le dije que se había equivocado en las formas, que estaba empezando muy mal su trabajo, y me lo reconoció“, explicaría hace pocos días el ahora entrenador de Colón.
Eduardo Domínguez, un éxito propio
A aquel resbalón inicial le siguió el indiscutible mérito de lograr que Eduardo Domínguez, el técnico con mejor caché del fútbol local en la actualidad (exceptuando a Marcelo Gallardo, por supuesto), se mudara a Avellaneda para sumarse a su proyecto, pero desde entonces a Montenegro el camino solo le enseña rispideces.
Por un lado, el desencuentro con Pedro Damián Monzón. Segundo ayudante de campo de Falcioni, Monzón llegó a ilusionarse en principio con ser su sucesor en el primer lugar del escalafón; más tarde, desde la dirigencia le aseguraron que sería el técnico de la reserva; por fin, Montenegro lo despidió diciéndole que “no daba el perfil” buscado, ubicando en su lugar a Claudio Graf, exdelantero de la institución, pero con mucho menos currículum que el exmarcador central también de los Rojos.
Pero nada le está resultando más laborioso a Montenegro que la confección de un plantel que, al menos en los papeles, permita esperanzarse con pelear todas las competiciones. La razón de tantas dificultades es sencilla: la caja del Rojo está exhausta. Peor aún, las deudas asfixian y las inhibiciones amenazan con impedir que quienes puedan llegar se vistan de rojo.
En las últimas semanas, los telegramas de FIFA se van acumulando en las oficinas de la avenida Mitre. El representante de Fernando Gaibor exige 220.000 dólares; Defensor Sporting, de Montevideo, 291.000 por el pase de Carlos Benavídez; Celta de Vigo, 410.000 por el de Pablo Hernández; el Johor, de Malasia, 200.000 por el de Jonathan Herrera; y el uruguayo Gastón Silva, 70.000 por los gastos de un viejo conflicto con Pumas de México. En total, 1.191.000 dólares. Aunque lo más grave podría llegar el 20 de enero. Ese día, y salvo que las autoridades del club puedan demostrar que hicieron efectivas las cuotas pactadas, América, de México, planteará una sexta inhibición por el pase de Cecilio Domínguez. En ese caso serían 5.550.000 dólares, una cifra que hoy por hoy se antoja impagable.
“El socio puede quedarse tranquilo de que levantaremos las inhibiciones para que sean historia del pasado y poder realizar las incorporaciones”, aseguró hace unos días Daniel González, revisor de cuentas y el habitual encargado de explicar los números de la entidad, sin aclarar de dónde surgirán los fondos para ello.
En esas condiciones, para Daniel Montenegro conseguir un sí es casi como escalar el Everest sin oxígeno. Conversó con Lionel Vangioni, que eligió a Newell’s; con Emmanuel Mas, que prefirió a Estudiantes; con Emanuel Gigliotti, que parece más cerca del Ceará brasileño o Vélez que de su regreso; y por ahora no hay noticias acerca de Rodrigo Aliendro, el pedido inicial de Domínguez. Ni siquiera la continuidad de Sebastián Sosa, cuyo préstamo venció en diciembre, parece segura, ante el interés de Libertad de Paraguay.
Si a esto se suma la indefinición en las transferencias de Fabricio Bustos a River, que podría terminar con el lateral cordobés sin ser tenido en cuenta hasta junio e impediría fichar a Alex Vigo; y la de Silvio Romero a Ceará, lo del asesor deportivo del Rojo semeja una nueva versión de Misión Imposible.
No tiene contrato, desconoce cuánto tiempo estará en el club y enfrenta enemigos invisibles e incontrolables, pero el Rolfi Montenegro no desfallece. Si algún día le pagan en Independiente, deberían incluirle un plus por trabajo insalubre.
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