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Independiente en crisis: el club que necesitaba un Churchill y que ahora puede convertirse en un espejo de nuestro país
Entre oportunistas, advenedizos y megalómanos, el club de Avellaneda quedó hundido en el peor momento de su rica historia
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En el actual contexto, el clásico del domingo contra Racing es apenas una anécdota. La renuncia por Twitter del conductor de TV Fabián Doman a la presidencia de Independiente es una daga que roza el corazón de una institución que hoy no está muerta simplemente porque tiene millones de hinchas en todo el país y desparramados por todo el mundo, y 115.000 socios que, como nunca antes, en el momento de mayor debilidad institucional, pagan su cuota mensual, sus abonos de platea y van, a pesar de las calamidades, a la espera de un milagro que salve al Rey de Copas, uno de los “grandes” de la Argentina y uno de los clubes más importantes del mundo.
Conviene seguir con atención lo que ocurra con Independiente, como institución, en los próximos días. Porque, de algún modo, puede convertirse en un espejo de nuestro país. De hecho, la política nacional –la partidaria, no aquella que se pone en juego día a día para resolver la vida de los ciudadanos– es uno de los obstáculos que impide que el Rojo encuentre genuinas respuestas a sus gravísimos problemas. No, no es un obstáculo: es uno de los problemas. Ese –el de la “grieta” nacional puesta en juego en la vida institucional de un club-, y la de los arribistas que se ponen la camiseta, pero solo para acomodarse cerca del poder circunstancial y hacer negocios en beneficio propio. “Hacer platita”, le dicen.
Independiente es, desde hace años, escenario de las disputas de la política nacional. Caja de resonancia de lo que parecen ideologías enfrentadas. Parecen, solamente, porque las caracteriza lo mismo: las promesas que no se cumplen, los velos informativos, echarle la culpa a la “pesada herencia”. El “chamuyo” y los negocios. Del “vinieron a convertir el club en una SA” a “gobernaron como un si fuese su sindicato para llenarse de plata”. Eslóganes que adornan dos caras de la misma moneda: el club como vehículo de intereses propios.
La ajada y desesperante realidad del Rey de Copas, con su anomia de casi un año, con proscripciones, elecciones suspendidas, apretadas, idas y vueltas, exigía mucho más que una coalición pasteurizada que, como pedía la mayoría de la masa societaria, quería que los Moyano se corrieran del poder para no profundizar la debacle.
Más que un joven arengando en el playón del estadio y llamando a los socios a “despertarse”, más que un periodista que pusiera la cara en representación de un grupo que decía tener lista una “ingeniería económico-financiera” para hacer frente a las deudas y a la inminente inhibición que se sabía que llegaría, Independiente necesitaba un Churchill que les dijera a los socios que solo podía prometerles “sangre, sudor y lágrimas” y “nunca rendirse”, no “vamos a recuperar el paladar negro para volver a ser lo que nunca debimos dejar de ser”. Alguien con “espalda” para mirar de frente al socio y decirle que había que arreglarse con lo que había y apoyar igual, solo para atravesar la tempestad del corto plazo con la esperanza de un sol que asomara entre las nubes a la distancia. Que eran tiempos de arremangarse, aceptar, bajar la cabeza y empujar para sacar al club de las arenas movedizas.
Pero Independiente no tiene estadistas a mano, sino que acechan los oportunistas. No tiene dirigentes pragmáticos ni realistas, sino advenedizos y megalómanos, cuando no mitómanos. No tiene protagonistas que actúen con humildad y las “manos limpias” que la historia grande del Rojo enseñó que significa el saludo de brazos en alto a los cuatro costados.
Antes de la elección del 2 de octubre pasado, de los seis meses del paso fugaz de Doman por el sillón máximo de la sede de la calle Mitre, en el corazón de Avellaneda, el Rey de Copas ya era un enfermo en terapia intensiva y necesitaba en lo inmediato 20 millones de dólares para levantar la lápida del inconcebible juicio de Gonzalo Verón y la increíble deuda impaga con el América de México (entre tantas otras “deudas chicas” que también suman millones). Todos lo sabían antes de la elección del 2 de octubre que la “unidad” ganó con más del 70% y participación récord de votantes. Es una burla que al presidente renunciante le haya tomado seis meses darse cuenta de que, sin fondos reales en las arcas, la situación sería inmanejable.
La situación de Independiente es un espejo de lo que pasa con la política nacional porque, además, sus protagonistas declaman palabras vacías, mientras mienten, ocultan, se hacen los distraídos o, desde una distancia de francotirador, disparan verdades incómodas sin reparar en que, cuando les tocó estar en los puestos directivos, también defeccionaron.
Antes que repetir lo obvio –la “pesada herencia” que dejó al club el último mandato de Hugo, Pablo Moyano y Jorge “Yoyo” Maldonado- debe decir, con nombre y apellido, quiénes son los que idearon la “ingeniería económico-financiera” para hacer frente a las deudas inmediatas y, sobre todo, quiénes son los que prometieron aportar dinero para eso y, como dijo Doman en su tuit de renuncia, “compromisos económicos que no aparecieron ni aparecen”.
La historia de la debacle de Independiente no es nueva ni empezó con los Moyano. Llegó con el cambio de siglo, cuando las viejas formas de gestionar la institución quedaron obsoletas o fueron barridas por los “arribistas” que pusieron sus negocios y sus intereses por encima del escudo. Porque el problema de Independiente no se mide en jugadores, en puntos o en goles. Se mide en plata. En millones de dólares. Muchos. Impagables.
El primer problema no fueron –solo- los malos jugadores y las pésimas decisiones deportivas (que, necesariamente, impactan en lo económico-financiero), sino político: los barrabravas se convirtieron en arietes para borrar a la vieja guardia de dirigentes históricos. Los nuevos los toleraron, y la guardia pretoriana garantizó una paz en la que ellos (dirigentes y los violentos del paraavalanchas) hicieron sus negocios a espaldas de Independiente.
Sí, claro. El de las barras bravas no es un problema solo de Independiente. Es del fútbol argentino (y del país, al fin y al cabo). Pero en el caso del Rojo no puede perderse de vista que ese músculo le ganó la pulseada a Javier Cantero, el inocuo e irresoluto presidente que quedó como cuña entre las gestiones de Julio Comparada y Hugo Moyano, y que pasará a la historia como el hombre que encaminó al Rey de Copas al precipicio del descenso.
Si a esa altura el aura del todopoderoso Julio Grondona tenía algo de incidencia a favor de Independiente, lo cierto es que lo disimulaba muy bien. No solo no movió un dedo para torcer aquel rumbo hacia las profundidades, sino que le soltó la mano –si es que alguna vez se la sostuvo, digámoslo- a Cantero en su proclamada lucha contra los barrabravas, lucha en la que nombró, para enfrentar a Bebote Álvarez y sus huestes, a Florencia Arietto, que pocos años después tendría un efímero cobijo bajo el ala de la hoy presidenta del Pro, Patricia Bullrich.
Moyano tomó las riendas como cabeza de una coalición cuando el club era un desastre, las deudas ya eran enormes y acuciaban, e incluso el ascenso a Primera peligraba. Quizás sea solo un mito que su presencia haya sido el trampolín que se necesitó para regresar a la máxima categoría. Sí es cierto que, con muy poco, pareció que algunas cosas se ordenaban. El estadio, a medio terminar, comenzó a tomar la forma definitiva. Luego de tres años de medianía deportiva se dio el salto, con la dupla Holan-Kohan, el regreso del “saludo” con las manos en alto, el juego vistoso, pero con temple (el famoso “paladar negro”) y la esperanza del despegue. Parecía que volvía el Rey de Copas. Fue un espejismo.
De vuelta: no son solo los resultados deportivos, porque, tantas veces, la distancia entre la victoria y la derrota es un detalle. La obtención magistral de la Copa Sudamericana 2017, la revalorización del plantel y la expectativa de crecimiento con la participación en la siguiente Copa Libertadores quedó sepultada por los aprietes de la barra de Bebote, la pelea del DT y su preparador físico (clave en la cohesión del plantel profesional campeón), el desplante-renuncia-regreso a por todo de Holan y la Comisión Directiva que decidió que era más fácil dejar hacer que hacer, aceptar decisiones que tomarlas. ¿O no fue solo “darle las llaves del club al Profesor”? Quizás no, como se verá.
Independiente vendió jugadores del plantel campeón por millones; compró caros a jugadores que no lo valían y cerró contratos millonarios en dólares. A fines de 2017 tuvo la gloria en sus manos y una ventana de solución sostenible de sus problemas. Pero eligió la megalomanía, los intereses personales, las operaciones opacas y espurias, los negociados que volvieron ricos a jugadores y representantes (¿y a directivos?), mientras empobrecieron hasta el absurdo al club.
Si no, ¿cómo se explica que no se haya pagado prácticamente ninguna operación? ¿O que los jugadores que son patrimonio del club se vayan por falta de renovación y sin dejar un peso, solo más deudas salariales? ¿O que se desconozca el cobro de deudas con el club, como la de OCA? ¡¿O que se pierda un litigio laboral con un empleado del club (Verón) porque los abogados se olvidaron de contestar una demanda en tiempo y forma!? Netflix rechazaría el guion por inverosímil.
Era, en un punto, fácil vencer a los Moyano en octubre. Apoltronados ilegítimamente en la presidencia después de haber obturado al socio la posibilidad de votar en diciembre de 2021, solo había que decir que no se iba a hacer más de lo mismo. Hubo alianzas, hubo promesas, e incluso la política nacional dio su veredicto de apoyo a la coalición que capitaneaba Doman, pero que esencialmente representaba al Pro contra el kirchnerismo.
Eso fue ayer, hace seis meses. Y aquí está hoy Independiente: en la peor de sus crisis, prácticamente desahuciado. Un gigante arrodillado. No se lo merece. No lo merecen los socios ni millones de hinchas.
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