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A medio siglo del Independiente campeón del mundo contra Juventus, en Italia, con un golazo de Ricardo Bochini
Se cumplen 50 años de una de las hazañas más grandes del fútbol argentino y del Rey de Copas
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“Juega la pelota Galván. Toca para Commisso, cede a Balbuena, dio para Raimondo. Toca el balón, carga Bertoni por adentro, pasa para Bochini que esquiva muy bien al hombre que lo marcaba. Se acerca al área, juega para Bertoni, peligro de gol, da para Bochini, peligro de gol… ¡¡¡Gol!!! ¡¡¡Gol, gol, gol, gol, gol!!! ¡¡Goooooool, goooool de Independiente, Bochini!!!”. El inconfundible relato de José María Muñoz mantiene su vigencia y convoca a la emoción.
Anochecía en el estadio Olímpico de Roma, comenzaba la tarde en la Argentina aquel 28 de noviembre de 1973 cuando “los dos chicos argentinos”, según el calificativo del “Relator de América”, acababan de construir una jugada con todos los ingredientes para convertirse en legendaria. Porque le dio a Independiente su primera Copa del Mundo (o Intercontinental, de acuerdo con su nombre oficial), consagró a dos pibes que daban sus pasos iniciales en el fútbol grande y fue el acta fundacional de una sociedad que durante años llenaría las canchas de paredes que quedaron para siempre en la retina del hincha.
“Fue una jugada bárbara, milimétrica. Cuando Bertoni me la da, gambeteo a uno, se la devuelvo, me la vuelve a dar adentro del área y ahí se la pico a Zoff [Dino, el mítico arquero de la Juventus y la selección italiana]. Un golazo”, recuerda su principal protagonista, Ricardo Enrique Bochini, en estos días en los que se están cumpliendo 50 años de aquel encuentro imborrable.
Cinco meses y medio antes, el 6 de junio, Independiente se había convertido en Rey de Copas al vencer al Colo Colo chileno y levantar su cuarta Libertadores. Pero le faltaba la consagración que para el fútbol argentino habían logrado Racing en 1967 y Estudiantes en 1968.
El Rojo lo había intentado en 1964, 1965 y 1972, pero dos grandes equipos, el Inter del “catenaccio” y el Ajax del “fútbol total”, le habían cerrado las puertas. “Había una espina clavada con la Intercontinental en el club. Todos te decían que los robaron en el desempate contra Inter en Madrid en el 64 porque le anularon un gol legítimo a Bernao”, dice hoy el Bocha.
La nueva chance llegaría diez meses más tarde de la derrota en Amsterdam. El conjunto que lideraba Johan Cruyff, tan dominador del fútbol europeo como Independiente del sudamericano en aquel tiempo, volvió a ser campeón, ganándole 1-0 la final a la Juventus en Belgrado. Después sucedería lo inesperado.
“Siempre se dijo que el Ajax no quiso venir porque el año anterior habíamos lesionado a Cruyff, pero el motivo fue otro”, cuenta Ricardo Elvio Pavoni, capitán de aquel equipo Rojo: “Un tiempo antes acá habían secuestrado al presidente de Fiat [Oberdán Sallustro, luego asesinado por el Ejército Revolucionario del Pueblo] y los holandeses entendían que era un riesgo dejar que el equipo viajara”.
En un primer momento, los dirigentes argentinos intentaron que Independiente fuese declarado campeón por no presentación. “Pero era la primera vez que pasaba algo así y como la FIFA quería que se jugase buscaron al subcampeón. Juventus aceptó con la condición de que fuera a partido único y en Italia. Los directivos nos informaron de la situación, nos dejaron la decisión a los jugadores, y nosotros dijimos que queríamos ir”, rememora el Chivo. La imprevisión gobernó la previa del viaje. “Se dio todo de golpe. De Juventus sabíamos que tenía jugadores importantes, como Zoff, Causio, Anastasi, Bettega y el brasileño Altafini, pero poco más”, señala Bochini. “Ni siquiera vimos algún partido de ellos”, confirma Pavoni.
Un frío intenso recibió a Independiente en Roma. “La noche anterior al partido fuimos a reconocer la cancha. Ellos estaban entrenando y en cuanto llegamos empezaron a salir. Los utileros esperaban a los jugadores con una bata de abrigo para cada uno. Me impresionó, en ese momento pensé que no les podíamos ganar”, se ríe el lateral izquierdo uruguayo.
El encuentro en sí mismo siguió un guion más o menos esperable. “Nos dominaron y nos superaban en lo físico, por lo menos a mí, que llevaba poco tiempo en Primera y no estaba acostumbrado a enfrentarme a ese tipo de jugadores”, confiesa el Bocha. “Aguantar el partido en defensa no era lo pensado, pero se dio así. Lo sostuvimos entre los cinco de atrás (Miguel Ángel Santoro, Eduardo Commisso, Miguel Ángel López, Francisco Sá y el propio Pavoni) más el Negro [Rubén Galván], Perico [Miguel Ángel Raimondo] y el Polaco [Alejandro Semenewicz], que entró después”, explica el Chivo”.
El duelo tuvo un momento bisagra. A los dos minutos de la segunda mitad, el árbitro belga Alfred Delcourt vio penal en una jugada protagonizada por Galván –”Para mí no fue”, se queja Bochini-. Lo ejecutó Antonello Cuccureddu, su remate se fue por encima del travesaño y el Rojo respiró aliviado. “Si hacían ese gol se nos iba a complicar muchísimo porque nos costaba llegar a su arco”, afirma el Bocha.
La jugada que definió el partido y entraría en la historia llegó a diez minutos del final, para alegría de los tripulantes de la Fragata Libertad que se ubicaron en las semipobladas tribunas del Olímpico aprovechando que el buque escuela estaba haciendo una escala cerca de Roma. “No sé por qué se jugó ahí y no en Turín, pero la cancha no estaba llena y la gente no presionaba mucho”, recuerda el Bocha. El cierre, de todos modos, fue de dientes apretados: “Sufrimos, claro, pero menos que en la revancha contra Colo Colo en Santiago en la final de la Libertadores”, aclara Pavoni.
El festejo fue medido. El Rojo recibió la Copa, dio la vuelta olímpica y el plantel se fue a cenar al hotel. “La noche siguiente volamos para Buenos Aires. Llegamos el viernes y el domingo jugamos contra Racing en su cancha, llevamos las copas y la gente nos aplaudía”, relata el autor del golazo legendario.
Eran otros tiempos. También en lo económico. “Nuestro arreglo en estos casos era que el plantel se repartía el 50% de las ganancias que quedaran. Nos tocaron 130 dólares a cada uno. En aquella época ganabas más prestigio y reconocimiento que dinero”, dice el Chivo Pavoni.
Ya pasó medio siglo, pero el remate picado del Bocha para salvar el achique de Zoff todavía brilla en los ojos de los hinchas y el grito de gol de Muñoz sigue resonando en sus oídos. Así será por siempre, porque cuando las historias se convierten en leyendas no hay nada que pueda borrarlas.
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