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Independiente-Millonarios: fiel a sí mismo, el Rojo superó sus fallos y venció a un duro Millonarios
La Libertadores acumula argumentos para la magia. Uno de ellos es el aprendizaje permanente, no solo partido tras partido sino minuto a minuto. Independiente lleva en su mochila muchos kilos de historia copera, pero sus actuales jugadores no. A ellos, que hoy salen a la cancha, se la pueden relatar, tal vez aprenderla en videos y recortes de viejas revistas, pero las experiencias se incorporan únicamente cuando se viven.
El equipo de Holan , que comprobó en Venezuela la dureza de una competición que no admite errores, lleva un tiempo largo dando muestras de ser un buen alumno, incluso de ser capaz de mejorar sobre la marcha e ir superando sus propios fallos.
Si no es eficaz la presión alta para recuperar la pelota sus hombres aprietan los dientes para retroceder y tapar huecos. Si se equivocan en el primer pase Domingo o el Torito Rodríguez, vuelven a insistir hasta que aciertan. Si chocan Leandro Fernández y Gigliotti contra los defensores rivales traban y muerden como el más aguerrido de los defensores. Y si encuentra algunos caminos cerrados, busca y busca hasta encontrar el resquicio por donde entrar.
La primera lección que debió superar el Rojo frente al Millonarios de Miguel Ángel Russo (el técnico argentino quiso aprovechar su estadía en Buenos Aires, donde realiza el tratamiento de su dura enfermedad, acercándose al estadio, pero los médicos le recomendaron mantener reposo domiciliario), fue la de darse cuenta que debía ser fiel a sí mismo.
Durante muchos minutos, el Rojo intentó manejar el partido desde el control sereno y la sucesión de pases cortos, ser paciente, pero los colombianos fueron un adversario ordenado. Y se las ingenió un buen rato para anularlo y preocuparlo.
Hasta que a los 20, Bustos y Meza armaron una pared a puro vértigo por derecha y la jugada derivó en tres remates sucesivos, el último apenas alto de Benítez. El toque de corneta levantó de sus asientos a la gente, que ausente la barra brava demoró en empujar a los suyos, como si también tuviera que volver a acostumbrarse al clima de Copa. La ráfaga culminó tres minutos más tarde con Bustos encontrando a Benítez para que acomode la pelota contra un palo, lejos de Faríñez.
Una vez entendido el mensaje, Independiente no aflojó más en la intensidad. Con afán ofensivo en el inicio del segundo tiempo, quizás imbuido del espíritu del fallecido Negro Galván (su memoria fue bañada en aplausos en la previa) para sostener el triunfo cuando el conjunto bogotano lo arrinconó en su campo.
La faltó a los de Holan eficacia para crear peligro en ese arranque del complemento. Porque ya no estaba Benítez (se retiró con molestias), factor de desequilibrio en los primeros 45, porque se fue diluyendo Meza por el centro y las excursiones de Bustos se hicieron cada vez más esporádicas.
Entonces llegó el último examen. Alertado de que no hay rival chico en la Copa y capitaneado por Diego Rodríguez, el Rojo se dedicó a resistir el empuje de un Millonarios que creció con la entrada de Montoya aunque sin generarle demasiados sustos a Campaña.
Independiente recuperó las sensaciones de vivir un partido de la Libertadores en casa, en su casa, después de siete años, y aprobó varias pruebas en 90 minutos. Así sumó tres puntos vitales que lo reacomodan en el grupo y lo invitan a soñar con más noches para que sus inexpertos jugadores sigan aprendiendo a jugar la más linda de las copas.
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