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Independiente llega al clásico entre la incertidumbre por el futuro de Eduardo Domínguez y un ambiente en llamas
Hubo mensajes amenazantes en la semana y el partido ante Racing de este domingo podría ser decisivo para el DT
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El primer pasacalles apareció el miércoles frente a la sede de la Avenida Mitre. “Ganar o morir. Jugadores respeten la historia. Si no, hay consecuencias”. Los siguientes, enseñados frente a la entrada al predio de entrenamiento de Villa Domínico y colgados del puente peatonal sobre el Acceso Sudeste en las cercanías del mismo se difundieron en la noche del jueves con idéntico tono. Se repetían algunas consignas, se agregaban otras tales como “Basta de excusas”, “Los clásicos se ganan” o “Lo que para ustedes es pasajero para nosotros es eterno”; y dos de ellos apuntaban de manera concreta a los principales dirigentes: “Moyano: ahora Independiente te necesita lejos del club” y “Maldonado: sos el cáncer de Independiente”.
El Rey de Copas afronta el clásico en medio de una convulsión interna que viene de lejos: las sonrojantes caídas ante Patronato y Platense la profundizaron y cabe cuestionarse hasta dónde un triunfo en el Cilindro podría calmarla del todo.
La eliminación de Boca en octavos de final de la Libertadores le aseguró a Independiente una medalla que sus hinchas ya lucen con orgullo. En junio del año próximo el Rojo cumplirá 50 años como máximo ganador del más importante de los trofeos continentales, medio siglo ostentando en exclusiva un título que ya nadie podrá discutirle al menos hasta finales de 2023. Pero el pasado más reciente y el presente opacan un logro que casi se explica más por los deméritos ajenos que por los logros propios: la última Copa levantada fue en 1984, y desde 2002 no hay vueltas olímpicas en los torneos locales. Si se suma el actual descalabro político, económico y deportivo es muy fácil entender el ambiente que rodea la previa al choque con Racing.
Eduardo Domínguez no es ajeno a lo que ocurre. En la conferencia de prensa posterior a la derrota ante el Calamar mostró tranquilidad y energía. “Nos tenemos que levantar. Sabemos que debemos ganar el clásico. Es un partido que nos puede marcar fuerte”, dijo en un claro mensaje hacia el interior y el exterior del vestuario, pero seguro que es el primero que no ignora estar en medio de un círculo de llamas.
El derby barrial, coincide además con el cierre del libro de pases, y no es un dato menor. Desde hace alrededor de un mes el entrenador condicionó su destino al frente del plantel con el balance que haría cuando el mercado bajara la persiana, y desde entonces su malestar ha ido en aumento. Varias de las gestiones para incorporar jugadores por él solicitados acabaron frustrándose, igual que el arribo de un grupo inversor que aportaría dinero fresco. Tales fueron los casos de Rodrigo Aliendro, Franco Di Santo, el paraguayo Santiago Arzamendia o el uruguayo Emanuel Gularte. Tampoco fue posible sostener a Domingo Blanco, que ante la demora de una oferta seria prefirió irse libre: “Seguramente, si me ofrecían el contrato antes mi respuesta hubiera sido positiva”, declaró esta semana.
Es verdad que en ese lapso se sumaron algunos refuerzos -Gabriel Hachen, Edgar Elizalde y Facundo Ferreyra-, en todos los casos planes B o C respecto a la idea original, pero sigue vacante la contratación de un lateral izquierdo (el peruano Paolo Reyna, jugador del Melgar, fue declarado intransferible) y una mala gestión derivó en la marcha de Gerónimo Poblete, que se había consolidado como titular en el centro de la cancha.
“Soy feliz acá. Yo elegí estar hasta que los dirigentes o el hincha no lo quieran”, remarcó Domínguez el lunes, pero a nadie se le escapa que su futuro es incierto. Depende de la evaluación que haga de lo sucedido en el mercado de pases; pero sin dudas también del rendimiento del equipo y del resultado ante Racing, porque cada vez más gente le reprocha la falta de identidad y regularidad en el juego y la permanencia de algunos futbolistas entre los titulares. Por todo esto, la necesidad de un triunfo se convirtió en indispensable. Por él, y por una hinchada que en la tribuna y en las banderas no se cansa de gritar un hartazgo que lleva demasiado tiempo incubándose y del cual nadie permanece a salvo.
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