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Independiente jugó muy mal en Venezuela, pero ganó y se mantiene en pie en la Copa Sudamericana
Con goles de Domingo Blanco y Leandro Fernández, superó por 2-0 a La Guaira y alivió su presente; la victoria lo deja a 3 puntos del líder Ceará
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Con mucha más pena que gloria, Independiente salvó los papeles en Venezuela. Con tantos de Domingo Blanco y Leandro Fernández en el segundo tiempo, y tras una pobrísima producción individual y colectiva, el Rojo derrotó a Deportivo La Guaira por 2-0 para continuar con posibilidades de ganar su grupo en la Copa Sudamericana, aunque su nivel de juego no logró borrar las malas sensaciones que envuelven al club y al equipo en las últimas semanas.
El fútbol ha ganado su sitio como espectáculo de masas y hecho cultural gracias a los partidos vibrantes, la magia de los más hábiles y el fervor del entorno. Es decir, todo lo contrario de lo que se vio en Caracas. Un estadio casi desierto que recordó los peores momentos de la pandemia y un césped desparejo son, de por sí, ingredientes que desmerecen un escenario internacional. El encuentro que ofrecieron Independiente y La Guaira no hizo más que estar a tono con semejante escenario.
Las históricas distancias que siguen existiendo entre el fútbol argentino y el venezolano quedaron expuestas en el planteo inicial. Desde el inicio, el local mostró que su mayor preocupación iba a ser reducir riesgos, y para conseguirlo agrupó mucha gente alrededor de su área, cerró espacios, ahogó a los supuestos creativos del Rojo y con eso le fue suficiente para ahorrarle disgustos a Carlos Olses, su flojísimo arquero.
La lista de problemas estrictamente futbolísticos de este momento de Independiente es, como mínimo, igual de larga que la que presenta la institución fuera de la cancha. Si en despachos, libros contables y hasta en la tribuna colecciona desprolijidades de todo tipo, sobre el césped el rendimiento va de mal en peor. Las notorias dificultades para crear juego y traducirlo en acciones de peligro que enseña en el torneo local quedaron aún más en evidencia frente a un rival tan menor como La Guaira.
El primer tiempo del Rojo (vestido totalmente de negro, casi como si estuviera de luto) fue de una pobreza que le quitaría el sueño a cualquier entrenador. Quizás haya sido el golpe de haber quedado prematuramente fuera de la discusión en la Copa de la Liga, o el cachetazo recibido el fin de semana en Rosario, o la incertidumbre por un futuro que se intuye sombrío, o tal vez todo eso junto, pero lo cierto es que Independiente demuestra una absoluta falta de confianza en cada cosa que pretende hacer en la cancha.
No hubo modo de rescatar algo positivo de esos 45 minutos iniciales. La lentitud en el traslado, la falta de movilidad para generar espacios o habilitar líneas de pase, los fallos groseros en el manejo de la pelota, las imprecisiones difíciles de entender a la hora de tirar un centro, incluso desde un tiro libre o un córner, y la desconexión absoluta entre las líneas explicaron con claridad la ausencia de ocasiones claras. El desconcierto defensivo, palpable en cada retroceso y en cada balón que se acercaba a las cercanías de Sebastián Sosa indicaron que los problemas no respetaban ninguna línea del equipo.
Hay casos puntuales que llaman la atención. El de Sergio Barreto, por ejemplo. El prometedor central que llamó la atención de la selección paraguaya el año pasado es actualmente un jugador dubitativo, con problemas graves de cálculo para llegar a tiempo en cruces y anticipos, lo cual le asegura tarjetas y disgustos en cada partido, además de complicarle muchas veces la vida al salir jugando. O el de Gastón Togni, a quien Eduardo Domínguez le ha brindado numerosas muestras de confianza sin que logre parecerse a aquel futbolista encarador y decisivo que brilló en Defensa y Justicia.
La segunda mitad enseñó una leve mejoría del Rojo con la pelota. Basada sobre todo en la insistencia de Domingo Blanco y Tomás Pozzo en pedirla y tratar de solucionar con gambetas lo que el equipo era incapaz de generar de manera colectiva. Domínguez decidió volcar a Blanco por izquierda y con el perfil cambiado produjo lo mejor de la noche. A los 21, Yackson Rivas lo frenó con falta sobre el lateral del área. Él mismo se ocupó del lanzamiento y clavó el derechazo cerca del ángulo derecho de Olses.
El gol, sin embargo, tuvo un efecto contrario al habitual. La Guaira se animó a salir de la cueva y comenzó a poner en aprietos a la insegura retaguardia visitante. Silva, Rojas, Bolívar y García amenazaron varias veces con amargarle la noche al Rojo, que para su fortuna comprobó las razones por las que el equipo venezolano lleva seis partidos sin conocer el triunfo. Más aún, el final fue incluso mejor de lo esperado. A los 44, después de un pelotazo largo que peinó Benegas, un grueso error de Jiovany Ramos dejó solo a Leandro Fernández, quien definió con calidad sobre la salida del arquero para sellar el 2-0.
Ganó Independiente. Se trajo de Venezuela los tres puntos que necesitaba para sostenerse en la Sudamericana. Incluso logró una diferencia positiva de cara al previsible mano a mano con el Ceará brasileño. Pero no hubo más que eso. En cuestiones de imagen y de fútbol, solo incrementó una deuda que lleva años de crecimiento constante.
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