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Independiente - Belgrano, por la Liga Profesional: dos manos, dos penales y dos goles de Martín Cauteruccio para el primer éxito de Ricardo Zielinski como DT del Rojo
El equipo de Avellaneda se impuso por 2-0; volvió a festejar luego de 12 fechas y lo hizo por primera vez en su estadio y en una semana particular
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Doce fechas después, por primera vez en su estadio en este año y en una semana muy particular para la actualidad del club, Independiente se dio el gusto de festejar un triunfo. Fue 2-0 sobre Belgrano con dos penales producto de sendas manos en acciones con escaso peligro, ambos convertidos por Martín Cauteruccio.
Si el fútbol es también, entre otras muchas cosas, un estado de ánimo, el de Independiente es en estos tiempos tan volátil como el viento que se empeñó en cruzar el Bochini durante toda la tardecita.
La última semana dio un ejemplo perfecto de esa ambivalencia espiritual que vive el mundo Rojo. De la sensación de impotencia absoluta que dejo la presentación ante River en el Monumental -hubo quienes hablaron de “sumisión humillante” para describir aquella actuación fallida- se pasó a un optimismo casi irracional, basado en el orgullo y el sentido de pertenencia que produjo la colecta organizada por Santiago Maratea.
La posibilidad que se le dio a los hinchas de aportar su granito de pesos para expresar el amor por los colores ayudando al club en su principal batalla: sumar divisas para achicar deudas e impedir un desastre todavía mayor que el actual, refrescó el aire de Avellaneda incluso más que el vendaval. Hasta el silbado inicial de Darío Herrera, en el descanso y en la retirada del estadio, las cifras de la colecta ocuparon el espacio de todos los comentarios. Las ya sumadas y las que podrían sumarse, aquí y en el exterior, con el aporte de los hinchas comunes y las prometidas por ex jugadores y técnicos.
Lo mejor del partido
Aferrada a ese nuevo impulso, la gente llenó las populares y buena parte de las plateas sin importarle el domingo gris ni la lluvia que cayó con fuerza sobre la hora de inicio del partido, brindó su apoyo a puro grito e incluso se ahorró las quejas habituales hacia sus propios jugadores ante cada pase fallado o cada control defectuoso. La frase que recorrió redes sociales, corrillos y programas partidarios desde el mismo momento que arrancó la campaña para recaudar fondos -”Es hora de apoyar, no de pedir cosas que sabemos son imposibles-, tuvo su prolongación durante los 90 minutos, como si por fin la hinchada del Rey de Copas hubiera aceptado que es tiempo de archivar el paladar negro y bajar el nivel de exigencia hasta límites insospechados en otras etapas de la historia.
Con esa ilusión resbalando por la piel, el Rojo se las ingenió para mejorar la producción de siete días atrás (tampoco era muy complicado, tan baja como estaba la vara). Fue esta vez Independiente un equipo de dientes apretados, solidario en el esfuerzo incluso en hombres por lo general poco proclives al sacrificio, como Mauricio Cuero o Juan Cazares. Antes del primer minuto, el uruguayo Baltasar Barcia, improvisado pero eficiente lateral derecho, anticipó, robó y le pegó al arco (despejó Nahuel Losada). Pero sobre todo enseñó el camino: presionar, molestar al rival, respirarle en la nuca y cerrarle los huecos, y solo a partir de ahí pensar en alguna contra rápida para lastimar arriba.
La idea original se vio reforzada con una casualidad. A los 8, en un ataque sin peligro por derecha, la pelota dio en el taco de Sergio Ortiz, se levantó, Alex Ibacache se la llevó por delante con el puño y Martín Cauteruccio transformó el penal con un remate al medio.
La ventaja prematura no elevó ni un ápice el nivel futbolístico del equipo del Ruso Zielinski pero además de estimular un poco más los ánimos en las tribunas sirvió para exponer que tampoco a Belgrano le sobra caudal de juego, más allá del cuarto puesto y la racha de cinco victorias al hilo con la que llegó a Avellaneda. Así, salvo un pique al vacío de Ulises Sánchez que desvió el disparo final a los 32, el Rojo vivió un primer tiempo inusualmente tranquilo.
La confianza, otro factor que como el espíritu es contagiosa y fluctuante, salió a la cancha tras el descanso. Creció en el local, una vez comprobado que el adversario era menos fiero de lo que pintaba, siempre basada en la voluntad de ganar cada balón disputado, a la vez que se iba desvaneciendo en el Pirata.
Tuvo varias a su favor Independiente en los 45 finales, aunque las fue desperdiciando una tras otra. La mayoría por malas decisiones en el último pase; algunas por definiciones defectuosas, como una de Cauteruccio a los 11 y un remate cruzado de Cazares a los 14 que tapó el arquero Losada.
La sentencia llegó con otra casualidad. A los 42, Lucas Diarte rozó con la mano una pelota sin dueño que venía por el aire y, tras la sanción de Herrera luego de observar la jugada en el monitor por el alerta del VAR, Cauteruccio le bajó la persiana al resultado.
Se fue cantando como hacía muchos meses no ocurría la gente de Independiente. Declarando su amor inconmovible por la camiseta roja. Haciendo números en puntos, pesos y dólares. Con la pasión renovada y la esperanza renacida. Con una sonrisa impensable hace apenas siete días.
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