Independiente-Arsenal: en la última jugada, el Rojo encontró el empate que apagó un incendio

Vestir la camiseta de Independiente, jugar en el Libertadores de América, ser parte de la mística de uno de los tres clubes más grandes de nuestro medio. El sueño, posiblemente, de cualquier chiquilín que patee una pelota en un club de barrio, en una plaza. Independiente es enorme: su historia lo certifica. Sin embargo, hoy es la imagen de una entidad a la deriva, que perdió lo más valioso que tenía: el orgullo de ser. Hace largos años –mucho antes del descenso de 2013– que perdió la brújula en todos los órdenes. En el campo de juego, donde se define el destino, refleja su impotencia. Busca, intenta. Se respalda, ahora, en un grupo nutrido de jóvenes promesas, lanzados al campo de juego por necesidad. Hacen lo que pueden.

Una buena noticia, la única, que presenta el cuestionado y nostálgico Independiente, en el empate 1-1 frente a Arsenal, bajo la lluvia y los silbidos. El empate es por un tiro libre de Leandro Fernández, en la última bola, luego de una supuesta falta sobre Barboza.

No es un momento óptimo para la sangre nueva. Pero Lucas Pusineri, el joven entrenador, de 43 años, cree en el potencial de la juventud. De los 18 jugadores dispuestos en la planilla, 10 fueron surgidos en la cantera. En el equipo titular, actuaron Sergio Barreto (20 años), Emanuel Mercado (22), Carlos Benavídez (21) y Gastón Togni (22). Luego, entraron Braian Martínez (20) y Alan Velasco (17).

Es, además, uno de los punteros del torneo de reserva. "Vamos los pibes", grita el poco público presente. Por un lado, es un cántico ideal para los chicos que empiezan a correr hacia adelante. Por otro, una voz de guerra: un grito para los otros. Los silbidos, por momentos, completan la escenografía. "Movete, Rojo, movete", aparece, de a ratos. Insultos a las autoridades. Es muy difícil gambetear en un ambiente negativo.

Los jóvenes apoyan, ayudan, colaboran. El problema principal es de otros y no sólo, claro está, dentro del campo de juego. Las esquirlas de la inesperada derrota en el clásico todavía provocan escalofríos. Pusineri contó, días atrás: "Se está realizando un esfuerzo, antes del traspié anterior veníamos mostrando una imagen positiva. Esa es la imagen que tenemos que seguir pregonando, con la ilusión de seguir partido a partido. Hay que dar un mensaje de aliento y apoyo; seguiremos por el camino del esfuerzo para día a día ser mejores".

Silvio Romero, el capitán y goleador, reflexionaba: "No se puede repetir la imagen que dimos el otro día. Cuando se pierde de la manera que se perdió es porque faltó carácter, actitud o como quieran llamarlo. No perdimos solo por juego, faltó todo. El plantel hizo una fuerte autocrítica y hay que mirar hacia adelante". En esa aventura, Independiente sube un par de escalones de una escalera imaginaria, pero al rato desciende tres, cuatro.

Arsenal, en este caso, es un rival de cuidado: una de las gratas revelaciones de la Superliga. Sergio Rondina, el creador del campeón en el ascenso, rearmó las piezas con la audacia como premisa y el laboratorio como guardián. Los futbolistas, en su mayoría, son desconocidos para el gran público, pero con condiciones de primera.

En una jugada de pizarrón, abrió el marcador Alvarez Suárez. El volante, al rato, salió lesionado. Lo mismo ocurrió con Juan Cruz Kaprof. Y la estructura no se retrasó demasiado, más allá del impulso de Independiente, que avanzó con mayor decisión en los últimos metros –y en los minutos finales–, con ganas de revertir el marcador, la imagen general y todo lo que lo rodea.

"Jugadores, escuchen a la gente, a ver si se dan cuenta que esto es Independiente", se entona, en otro tramo. Un tiro de Leandro Fernández tocó el travesaño y salió desviado.

Arsenal sueña con la próxima Libertadores, mientras que Independiente rescata un empate impensado y sigue viviendo dentro de su propia pesadilla.

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