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Hernán Crespo vuelve al Monumental: la historia de un afecto que recupera la nostalgia
Esta es la historia de un amor futbolero envuelto en la nostalgia. Hernán Crespo vuelve al Monumental, vuelve a River. Puede ser una noche perfecta, basada en el corazón millonario: de una consagración del pasado internacional–tan lejano– a la ilusión de hoy, en un encuentro decisivo frente a Defensa y Justicia, con la efervescencia del tramo final de la Superliga. Que nuevamente lo tiene con Boca en lo alto de la tabla.
Iban 41 minutos del segundo tiempo, el 26 de junio de 1996, en un abarrotado Monumental, cobijado por casi 70.000 personas. Frío afuera, un hervidero adentro. River le gana por 2 a 0 a América de Cali y está a segundos de alcanzar la segunda Copa Libertadores de su historia. Hernán Jorge Crespo, el héroe, el autor de los goles, deja el campo de juego. Camiseta número 11, saluda al árbitro y va directo al encuentro con un camarada, que lo espera del otro lado del rectángulo. Marcelo Daniel Gallardo, el dueño de la 10, lo aplaude, lo abraza, le da un beso y entra. Crespo se besa la camiseta y levanta los brazos. Tal vez, la ovación más grande de su vida. Sobre el césped, Gallardo captura la pelota, frena la ansiedad. A un costado, Ramón Díaz se ríe.
Iban 26 minutos del primer tiempo, el 17 de febrero de 2019, en un concurrido Florencio Sola. Hace calor, adentro y afuera. Banfield y River empatan sin goles por la 19ª fecha de la Superliga pasada, cuando de pronto, se corta la luz. Hernán Crespo es el DT de Banfield, Marcelo Gallardo, el conductor de River. Hay dudas, sospechas, antes del 1-1, sellado por los goles de Agustín Fontana y Lucas Pratto. El Muñeco establece un manto de dudas por la baja de la tensión, motivado por el apuro de Martín Payero por ir al baño apenas ocurre el inconveniente técnico. Valdanito estalla: "No sé qué le pasó. Historias de él. ¿Cómo no me va a sorprender lo que dijo? Me fui porque no podía creer lo que estaba diciendo. ¿Por qué íbamos a hacer algo así? A veces nos pasamos de rosca".
El contrapunto, evidentemente, no tapó la historia de afecto, con River como centro de apoyo de dos jóvenes que crecieron en Núñez. "Es una linda posibilidad de homenajear a una persona y un jugador de fútbol que le dio goles de los más importantes de la historia del club. Dos goles en una final de Copa Libertadores. Ese reconocimiento debe estar, la gente debe reconocerlo y valorarlo. Espero que pueda tener un gran recibimiento", suscribe el Muñeco. Habrá una plaqueta. Habrá aplausos.
"La agradezco sus palabras, le tengo mucho cariño. En Defensa está su hijo, Nahuel. Es normal, el vínculo padre e hijo tiene condimentos emocionales importantes. Pero al final de cuentas, Nahuel eligió otro camino, el de Defensa y Justicia. Tiene que ver con apartarse de las cuestiones sentimentales", reflexiona Crespo.
"Si me llevo a la última vez que vi desde adentro la cancha de River llena de hinchas es en la final de la Libertadores 1996, que tuvo en mí un impacto emotivo solo superado por el nacimiento de mis hijas. Después de eso, hay un partido que jugar y las emociones tienen que ir paralelas a lo profesional", describe, al tiempo que compara a River en su casa y reconoce el desafío: "Será como jugar contra Rafael Nadal en Roland Garros". Y se enoja si algún intrépido duda de la integridad del equipo que dirige, que este martes hará su histórica presentación en la Copa Libertadores, frente a Santos.
Crespo era un adolescente de clase media alta de la zona norte. Se probó con cuatro amigos de la escuela. Fue el único que quedó de ese grupo, pero se tomaron su tiempo: le confirmaron el puesto un mes después. En 1991, en las inferiores, Crespo alcanzaba pelotas en los partidos del campeonato, en el Monumental, y se abrazaba con Ramón Díaz, cada vez que el riojano marcaba un gol. Se abrazaban bastante seguido.
Crespo jamás volvió a Núñez. Alguna vez contó que se encontró en un shopping con Passarella, el presidente en la etapa más oscura. "Terminé mi contrato con Parma y River estaba jodido con los promedios. No quise renovar para ver qué pasaba. Entonces viajé a la Argentina. Hablé con Almeyda, que aún era jugador, y me dijo que vaya directamente al entrenamiento. Empezamos a buscar casa y un colegio para las nenas. Passarella no me llamaba. Fui al club, pero me evitó. Hasta que me lo encontré y me dijo Quiero hablar con vos. Yo, por supuesto, le dije que había vuelto al país para eso. Y ahí llegó la frase. Me dijo: Escúchame, ¿no tenés 300 lucas? Necesito para el fideicomiso y otras cosas. Me quería morir. Quería hablar con él para volver a River y me vino con esto".
Tal vez, por aquello, un minúsculo grupo de hinchas de River lo mira de costado. Eso también tiene el amor: el despecho, el olvido. Hasta que el reencuentro recupera el recuerdo.
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